Gabriel Calderón, rodeado de defensas del Málaga, entra en el área visitante en el partido que supuso su debut en la liga en el estadio Benito Villamarín.

"Y con el once, Calderón"

Un Betis-Málaga, al inicio de la temporada 1983-84, fue el primer partido oficial que el jugador argentino jugó ante su público en el Villamarín

Por Manolo Rodríguez

 

En el mes de junio de 1983 llegó a la presidencia del Betis Gerardo Martínez Retamero. Un abogado de 42 años que traía un discurso moderno, muy alejado de los tópicos de la época. Alguien que hablaba de ingresos atípicos, exigía la presencia del club en los grandes foros del fútbol y apoyaba todo su proyecto en la democratización efectiva del club.

Junto a esto, parecía perfectamente conectado con el nuevo poder político socialista. Amigo personal de Felipe González, llegó a cruzar meses antes una apuesta con el secretario general del PSOE sobre quien alcanzaría antes la presidencia que ansiaban: González, la del Gobierno de la Nación; Retamero, la del Betis.

Tras la elección, el nuevo presidente comienza a tomar medidas trascendentales. Y de entre todas ellas sobresale la contratación del entrenador que dirigirá al equipo en la siguiente temporada. Una decisión que sorprende, ya que el elegido es Pepe Alzate, un hombre modesto, de bajo perfil, que lleva cinco años en el banquillo de Osasuna. Un técnico metódico y honesto que garantiza trabajo y disciplina, así como una fuerte apuesta por la promoción de la cantera.

Los primeros refuerzos tampoco deslumbran. Enseguida aparece el portero Barandica (aquel que llegó de Osasuna diciendo que “venía a quitarle el puesto a Esnaola” y que jugó un solo partido en toda la campaña) y muy pronto se anuncian los fichajes de Mantilla, un duro defensa central del Racing de Santander, y del 'Nene' Suárez, un fino centrocampista del Celta. Después llegarían Calleja y Paco.

Los béticos tendrán que esperar hasta el 18 de julio para verle la cara a su fichaje estrella. Un argentino de 23 años que ha recomendado Eduardo Anzarda y que se llama Gabriel Humberto Calderón. Un extremo diestro que se mueve por ambas bandas, que procede de Independiente de Avellaneda, y que ha costado 30 millones de pesetas, tras las gestiones realizadas para su contratación por el vicepresidente Juan Salas Tirado.

Calderón había sido campeón del mundo juvenil en 1979, jugando al lado de Maradona, y formó parte de la selección de su país que disputó el Mundial de 1982. Un jugador contrastado que incluso recomendó César LuisMenotti, con quien habló personalmente Retamero.

La afición se ilusiona y el futbolista es recibido entre ovaciones. Viene a un mundo nuevo, pero su vida ya ha dado muchas vueltas. Nacido en la ciudad de Rawson, en la provincia de Chubut, marchó a Buenos Aires cuando apenas contaba con dieciséis años. A 1.400 kilómetros de su casa. Toda una aventura.

Pero le cuesta arrancar. Arrastra unas molestias desde el inicio de la pretemporada en Vilobí y eso interrumpe más de lo deseado su progresión. Aún así, juega en el homenaje a Esnaola en el Villamarín y disputa el Colombino y el Carranza. En Huelva marca dos goles y deja algunos detalles que gustan. En Cádiz, sin embargo, sólo juega la final, la que el Betis pierde en los penaltis contra el equipo local. Un resultado que decepciona a la afición y del que no se salva nadie. Ni siquiera el argentino, a pesar de ser el autor del gol verdiblanco y de ejecutar impecablemente su lanzamiento desde los once metros.

Enseguida llega la liga. La primera cita es el Bernabéu, el debut de Calderón en competición oficial. Aunque los de Alzate ofrecen una buena imagen caen derrotados por 2-0. Lo siguiente es un turno casero contra el Espanyol. Calderón, lesionado, no juega. El Betis golea por 4-1.

Seis días más tarde el equipo vuelve a jugar en casa. Esta vez contra el Málaga. El extremo está entre algodones toda la semana, pero al final sale. Hay ganas de verlo.

Es el sábado 16 de septiembre de 1983, a las nueve y media de la noche. Se dan las alineaciones y el estadio respira aliviado. Oye como anuncia la megafonía: “y con el once, Calderón”.

Arbitra el partido el colegiado José Emilio Guruceta y las alineaciones son las siguientes:

Real Betis: Esnaola; Diego, Alex, Canito, Casado; Parra, Ortega, Cardeñosa, Gordillo; Rincón y Calderón (Paco, m.75)

CD Málaga: Fernando; Popo, Regenhardt, Urdaci, Brescia; Canillas, Recio, Martín (Fernando Rodríguez, m.60), Juan Carlos; Toto(Mané, m.75) y José Hurtado.

Los verdiblancos ganan por 2-0 con un par de tantos del goleador Rincón. Ambos equipos se vacían, pero el encuentro no es bueno. Más pelea que fútbol. Calderón deja algunos detalles, aunque salta a la vista que no está físicamente bien.

Esta impresión se alarga en las jornadas siguientes y algunos impacientes profesionales empiezan a dudar de la calidad del argentino. Se oyen y leen algunas cosas que hacen temblar el misterio. Criticas precipitadas que siembran la alarma.

Al futbolista llega a afectarle tanta duda. Le cuesta equilibrarse y por ello declarará al acabar la temporada: “Pudo haber intermitencias al principio, cosa lógica en el cambio de ambiente, de clima, de compañeros, de sistemas de juego, de entrenamientos… Pero casi desde la mitad del campeonato me fui encontrando encajado para acoplarme definitivamente”.

Su primer gol lo hizo en la jornada séptima contra el Zaragoza de Jorge Valdano y a partir de ahí fue conquistando el corazón de Heliópolis. Sacó un gol y un partidazo contra el Real Madrid que se pudieron ver en toda España y al Athletic de Bilbao que iba a proclamarse campeón de liga le hizo otro tanto para el recuerdo.

Acabó la liga con un 'hat-trick' apoteósico ante el Sporting de Gijón y desde ese momento se estableció como un icono de la afición. Un jugador de culto. En las temporadas siguientes fueron leyenda sus lanzamientos de falta y los balones que buscaban la escuadra tras su zigzagueo ante la pelota. Sus desbordes por la banda saliendo por los dos perfiles y las ejecuciones precisas desde el punto de penalti. 

Entonces, como ha ocurrido siempre, todos aquellos que lo habían crucificado en las primeras semanas, se sumaron al coro de los que aplaudían y buscaron otra víctima a la que despellejar. Por si esta vez acertaban.

Gabriel Humberto Calderón estuvo en el Betis cuatro temporadas y dejó un gran recuerdo y unos números impresionantes. Jugó 171 partidos oficiales y marcó 48 goles. Fue titular en 130 de los 131 partidos que disputó en el campeonato de liga, y en 98 de ellos estuvo en el campo hasta el pitido final.

En 1987 se fue en medio de una sonora trifulca con el presidente que lo había fichado. Un agrio asunto en el que se cruzaron palabras de las que después se arrepintieron ambos. El Paris Saint Germain pagó su cláusula de rescisión y su traspaso dejó en Heliópolis 70 millones de pesetas de la época.

Completó su carrera en Francia y Suiza y alcanzó su culminación como futbolista jugando la final de la Copa del Mundo de 1990 en Italia. Al retirarse, inició una carrera como entrenador que fundamentalmente ha desarrollado con mucho éxito en los países del Golfo Pérsico.

En enero de 2014 volvió a la casa común de Heliópolis. Esta vez, para sentarse en el banquillo de un equipo que perseguía un imposible. Regresó con Eduardo Anzarda y ambos pelearon hasta su último aliento. Pero no pudieron con la crueldad del fútbol y el destino.

Esa, sin embargo, es otra historia, muy alejada en el tiempo de aquella noche de septiembre de 1983 en la que Gabriel Humberto Calderón jugó por primera vez un partido de liga en el estadio Benito Villamarín. Aquella noche en que el argentino salió con el número 11 en la camiseta Meyba y el Betis ganó por 2-0 al Málaga.