HISTORIA / Cinco goles a Arconada

En 1987 el Real Betis le infligió la segunda mayor goleada de su historia al portero que fue capitán y símbolo de la mejor Real Sociedad y heredero de Iribar en la selección

Por Manolo Rodríguez


Luis Arconada ha sido, sin duda, uno de los más grandes porteros españoles de la historia. Una leyenda. Muy principalmente en San Sebastián, donde fue el capitán y símbolo de aquel glorioso equipo de la Real Sociedad que durante la primera mitad de la década de los 80 ganó dos campeonatos de Liga, una Copa del Rey y una Supercopa de España.

Arconada era extraordinario por su agilidad, por su potencia en las salidas de puños, por su velocidad de movimientos bajo los palos y por esa marcada personalidad que lo convertía en el gran líder del equipo de su vida. Un nombre fundamental para entender la modernidad que estaba llegando al fútbol español en aquellos años de cambio social y político.

En la selección nacional fue el heredero legítimo de José Ángel Iribar y el dueño absoluto de la portería en el Mundial de España de 1982 y en las Eurocopas de 1980 y 1984, competiciones todas estas, por cierto, en las que compartió titularidad con Rafael Gordillo.

En la Real Sociedad jugó 551 partidos en 14 temporadas y hasta en tres ocasiones consecutivas se proclamó ganador del Trofeo Zamora al portero menos goleado. Ostentó imponentes récords de imbatibilidad y paró casi una cuarta parte de los penaltis que le lanzaron. En suma, un palmarés superlativo.

Pero como en toda carrera, también hubo sombras y malas tardes. Y estas vinieron en forma de goleadas rotundas y devastadoras. De esas que elevan la estatura de quienes se las infligieron. Un apartado en el que hay que consignar las dos únicas ocasiones en que Arconada encajó cinco goles en un mismo partido.

La primera de estas goleadas la padeció en el campo del Atlético de Madrid en febrero de 1977, cuando apenas contaba 22 años y estaba recién llegado a la portería donostiarra. La segunda fue en el Benito Villamarín y los cinco goles se los marcó el Real Betis.

Ocurrió el domingo 24 de mayo de 1987, en la sexta jornada del play-off que siguió a la Liga regular, ya que en esa campaña 1986-87 se había adoptado un nuevo formato de competición que, básicamente, consistía en lo siguiente: al final del campeonato liguero ?que ese año aún disputaban 18 equipos en Primera -, y según la clasificación obtenida, se establecerían tres grupos de 6 equipos cada uno que volverían a jugar entre sí, aunque respetando los puntos que hubieran obtenido en el torneo regular.

 

El grupo de los 6 primeros contendería, lógicamente, por el título y por los puestos de clasificación europea. El de los 6 últimos, lo haría, naturalmente, para evitar el descenso.

Y el campeón del grupo intermedio participaría en un torneo triangular con el campeón de Liga y de Copa que se llamaría "Copa de la Liga". Torneo, por cierto, que no se llegó a disputar nunca.

Los rectores de la Liga pensaban que de este modo se alargaría la emoción del campeonato, habría posibilidad de más y mejores taquillas, y se jugaría un tramo final de competición en el que cada equipo lucharía contra sus iguales por un mismo objetivo.

Pero nada de eso ocurrió. Todo salió al revés. Muy principalmente para los equipos encuadrados en el grupo intermedio (en el que estuvo el Betis), que, al final, no tuvieron nada que disputarse. Ello alejó al público de los estadios y provocó que la temporada se hiciera eterna.

Al Real Betis, entonces, lo entrenaba Luis del Sol y el ambiente en el club estaba muy enrarecido. Ya había explotado el "caso Hadzibegic" (aquella historia en la que se discutía si la oferta de renovación que se le había hecho al jugador bosnio era o no con cantidades libres de impuestos) y venía de camino la estruendosa marcha de Gabriel Humberto Calderón, también por problemas económicos.

Así estaban las cosas aquella calurosa tarde de finales de mayo. Metidas en gresca. Quizá por eso, y porque el suplemento del play-off interesaba poco, el estadio presentó un aspecto desangelado. Tan sólo siete mil personas en las tribunas.

Arbitra el partido el colegiado extremeño Pajares Paz y las alineaciones son las siguientes:

Real Betis: Salva; Diego, Alex, Hadibegic, Quico; Chano (Melenas, m.68), Gail (Ureña, m. 55), Parra, Reyes; Rincón y Calderón.

Real Sociedad: Arconada; Santi Bakero, Dadié (Zubillaga, m.46), Górriz, Gajate, López Recarte; Mújica, Zamora, Txiqui Beguiristain; José María Bakero (Martín Beguiristain, m.55) y Loren.

Empezó marcando la Real, al transformar Zamora un penalti que Salva le hizo a Txiqui Beguiristain, pero aquello resultó un espejismo. A los 20 minutos se restableció la igualada con un remate bajo los palos de Hipólito Rincón y en la última jugada de la primera parte el Betis volteó el marcador con otro tanto de Rincón, esta vez al cabecear con su peculiar estilo un centro de Reyes.

Tras el descanso, llega un nuevo gol de Rincón (su tercer hat-trick de los cinco que hizo con la camiseta verdiblanca) y en el minuto 55 el Villamarín asiste al debut de un joven futbolista canterano. Un muchacho que se llama Juan Ureña y que esa tarde juega como medio centro, aunque con el correr de los años se convertirá en uno de los centrales más importantes en la historia del club.

De ahí hasta el final, el partido es un festival verdiblanco, que incluso inflama el ánimo de los escépticos espectadores. Una exhibición de fútbol que aún le añade dos tantos más al marcador, obtenidos por Diego y Melenas. A los jugadores los despide una gran ovación, mientras que el entrenador de la Real, John Toshack, lamenta los muchos fallos defensivos de su equipo y el haber perdido en Heliópolis la imbatibilidad que los acompañaba desde que se inició la fase de play-off.

 Particularmente cariacontecido está Luis Arconada, que acaba de recibir la segunda mayor goleada de su historia. Reconoce que no estuvo bien y en todas las crónicas se le puntúa muy bajo. Algo impropio.

Sin embargo, la Real Sociedad tendrá oportunidad de olvidar muy pronto el amargo trago del Villamarín. Apenas un mes más tarde se proclamaría campeón de la Copa del Rey tras derrotar en los penaltis al Atlético de Madrid en el estadio de La Romareda de Zaragoza. Fue el último título que ganó aquella generación prodigiosa que lideraba Arconada quien, por cierto, paró el lanzamiento definitivo que le otorgó el trofeo a los donostiarras.

Desde de la tarde de los cinco goles, Luis Arconada volvió en dos ocasiones más a Heliópolis. En diciembre del 87 lució de nuevo el mismo chaleco rojo del día de la goleada y, como es natural, volvió a ser el capitán de su equipo. Pero, curiosamente, esta vez el capitán del Real Betis era Hipólito Rincón, el portentoso delantero que lo había abatido con saña en aquel histórico duelo de la "manita".

 La última vez que Luis Arconada jugó en el Benito Villamarín fue el 12 de febrero de 1989. El choque acabó en tablas y con la camiseta del Betis se encontró a Roberto López Ufarte, un viejo amigo de hazañas en aquella Real Sociedad que sorprendió al mundo cuando a España llegaba la democracia.