Los jugadores del Real Betis en el césped del Calderón antes de iniciarse la final de la I Copa del Rey que los enfrentó al Athletic de Bilbao en 1977.

HISTORIA | La generación del 77

La conquista de la I Copa del Rey supuso un importante espaldarazo social al Betis moderno y uno de los trazos sociológicos que han determinado su historia

Por Manolo Rodríguez


13 partidos, 3 prórrogas, 9 victorias, 1 empate, 3 derrotas, 28 goles a favor y 13 en contra y 2 tandas de penaltis que sumaron 28 lanzamientos en total le hicieron falta al Real Betis para proclamarse campeón de la I Copa del Rey el sábado 25 de junio de 1977. El segundo título nacional de su historia tras el Campeonato Nacional de Liga obtenido en 1935.


Una conquista en la que participaron 20 futbolistas a lo largo de las 6 eliminatorias disputadas frente al Baracaldo, el Sestao, el Deportivo de la Coruña, el Valladolid, el Hércules y el Espanyol, y en la final contra el Athletic Club.


En concreto: José Ramón Esnaola, Francisco Bizcocho, Antonio Biosca, Jaime Sabaté, Juan Manuel Cobo, Javier López, Sebastián Alabanda, Julio Cardeñosa, Juan Antonio García Soriano, Alfredo Megido, Antonio Benítez, Rafael del Pozo, Pepe Eulate, Rogelio Sosa, Manolo Campos, Eduardo Anzarda, Fernando Lobato, Eduardo García Fernández, Celso Mendieta y Enrique Rosado, un chaval juvenil que jugó unos minutos en el partido de vuelta contra el Deportivo de la Coruña en la tercera ronda.


Tres de ellos, Antonio Benítez, Sebastián Alabanda y Rogelio Sosa ya nos faltarán para siempre en esta convocatoria de los héroes del 77. Tres ausencias que siguen arañando el alma y traen el único dolor que evocan aquellos días tan principales.


En el banquillo se sentaron tres entrenadores: Ferenc Szusza, Pedro Buenaventura y Rafael Iriondo, también dolorosamente desaparecidos.


En el primero de los partidos, el jugado en Baracaldo el 22 de septiembre de 1976, dirigió al equipo el húngaro Ferenc Szusza, quien también debería haber estado en el de vuelta, aunque tenía anunciada su marcha para días más tarde reclamado por las autoridades de su país.


De hecho, aquel partido ya lo vio Rafael Iriondo desde el palco. Pero Szusza, de homenaje en homenaje, no llegó nunca. Tampoco podía hacerse cargo del equipo el segundo entrenador, Esteban Areta, quien se hallaba en Huesca con el Betis B, precisamente disputando la eliminatoria de Copa que impidió que Rafael Gordillo pudiera jugar el torneo con el primer equipo. 


Entonces llamaron a Pedro Buenaventura, técnico de los juveniles. Pedro llegó a la caseta cuando casi todo estaba dispuesto y sólo quiso decir unas palabras que ya forman parte del anecdotario del club. Dijo: "Procurad ganar hoy, porque va a ser la única vez en mi vida que me siente en el banquillo del Betis y no quiero que me recuerden por una derrota". Ganó el Betis 5-1 y, afortunadamente, Pedro Buenaventura tuvo más oportunidades a lo largo de los años de oficiar como entrenador del Real Betis.


A partir de la segunda eliminatoria contra el Sestao el inquilino del foso verdiblanco fue ya Rafael Iriondo, un hombre serio y metódico que se identificó perfectamente con aquella excelente plantilla de jugadores. 

El máximo goleador verdiblanco en la competición fue Eduardo Anzarda, con 10 goles, y ya en el primer partido disputado en Baracaldo actuaron 9 futbolistas que más tarde estarían en la final del Vicente Calderón.

Más que una conquista deportiva

Aquel éxito del Real Betis fue un acontecimiento que rompió todas las medidas. Mucho más que una conquista deportiva. Sin duda, uno de esos trazos sociológicos que han ido determinando la historia de este club único a lo largo de los tiempos.

Para aquellos que vivieron la travesía del desierto en Tercera División, significó la confirmación definitiva de que su lucha había tenido sentido. De que tanto sacrificio y tanto sufrimiento habían encontrado la recompensa de una victoria definitiva, de un título nacional como aquel tan lejano del 35. Como si hubieran vuelto los días de gloria del Real Betis después de tanta penuria y tanto padecimiento.


Y para los más jóvenes, fue como un despertar a un tiempo nuevo. A un mundo donde no sólo cabía el orgullo de ser béticos, sino además la legítima satisfacción de sentirse campeones. 


Aquel fue, sin duda, un importante espaldarazo social al Betis moderno al que siguieron las memorables noches europeas, la presencia de los jugadores béticos en la selección y la estabilidad económica del club.


Pero pasados los años, resulta evidente que lo más trascendental de todo aquello fueron los jugadores, la plantilla, que ganó la Copa. Porque ellos, la generación del 77, han terminado siendo el mejor emblema del Betis a lo largo del tiempo.


De una parte, porque habiendo llegado de tantos sitios distintos, decidieron la mayoría quedarse aquí, en la ciudad del Betis, cerca del Betis, para que siempre fueran esa referencia ética a la que acudir en los tiempos confusos.


Y, en segundo lugar, porque de aquel grupo prodigioso han salido entrenadores en casi todas las categorías del club, delegados de equipo, miembros del cuerpo técnico? y hasta un presidente como Rafael Gordillo.


Los avatares de aquella Copa se han ido contando de generación en generación y casi todo se sabe. Mil veces se han referido las primeras goleadas a los equipos vascos; los 13 minutos del juvenil Rosado contra el Deportivo de la Coruña; la memorable actuación de Campos en la vuelta contra el Valladolid; los penaltis parados por Esnaola en el campo del Hércules; los goles de Biosca en la vuelta de la semifinal contra el Espanyol y los dos tantos de López a los que siguió aquella tanda eterna contra el Athletic de Bilbao en la final.


Muy principalmente, la mística de esos 10 penaltis verdiblancos que lanzaron García Soriano, Del Pozo, López, Biosca, Cardeñosa, Sabaté, Alabanda, Esnaola, Eulate y Bizcocho y las 3 paradas de Esnaola que acabaron provocando un estallido de júbilo como no se conocía.


Una gesta que vino a coincidir con el nuevo rumbo que tomaba España en aquellos días. Un país que dejaba atrás la oscuridad de la dictadura y se embarcaba en la ilusionante aventura de la libertad apenas 10 días después de las primeras elecciones generales de la recién estrenada democracia.


Ese fue el paisaje social e informativo que acompañó las fechas previas a la gran final de Madrid. El definitivo recuento electoral, el triunfo del centro político que encarnaba Adolfo Suárez, la aparición de nuevos liderazgos y un clima de expectación que no hacía más que presagiar novedades desconocidas.


Nombres para el recuerdo


En lo futbolístico, las vísperas fueron de una intensidad apasionante. Heliópolis se convirtió en el centro del mundo. Todos querían saber de ese equipo que jugaba tan bien al fútbol y que tan agradable se hacía a los ojos de los espectadores imparciales. Una escuadra que debió renunciar al concurso de su mejor goleador, Eduardo Anzarda, lesionado en la ida de las semifinales, y que apostaba por la titularidad de Antonio Benítez como comodín del mediocampo.


Otro asunto del que se habló mucho en aquellos días fue de las entradas. El Athletic recibió mejor trato de la Federación y pudo movilizar a casi 30.000 aficionados. El Betis, casi un tercio menos. Eso desequilibró el calor en las gradas, pero no arredró los béticos. 


Como no pudieron convencer al legendario utillero Alberto Tenorio de que el Betis renunciara a sus colores verdiblancos. Hubo un amago de que el Betis vistiera de verde completo en su camiseta para evitar coincidencias televisivas con el rival vasco, pero Tenorio aprovechó la confusión creada por la visita a la caseta de Felipe González (líder socialista de la oposición con pasado bético) para preparar el uniforme tradicional ante la urgente llegada del Rey y la salida de los equipos al campo.


Lo que pasó en la hierba es sobradamente conocido. El gol de Carlos; el empate de López antes del descanso; la prórroga; el balón atrás de Benítez que astutamente clavó Dani; la falta lanzada por Cardeñosa en el minuto 111 que cazó López en el segundo palo; el sorteo de los penaltis retransmitido en directo por las radios y la televisión y la angustiosa tanda que acabó cuando ya era domingo.


Un recuerdo para siempre. Y unos nombres para la leyenda. Estos nombres que jugaron aquella noche en el estadio Vicente Calderón de Madrid a las órdenes del árbitro valenciano José Luis García Carrión:


Real Betis: Esnaola; Bizcocho, Biosca, Sabaté, Cobo (Del Pozo, m.56); López, Alabanda, Cardeñosa; García Soriano, Megido (Eulate, m.105) y Benítez.


Athletic Club: Iribar; Lasa (Astrain, m.37), Guisasola, Alesanco, Escalza; Villar, Irureta, Churruca; Dani, Carlos (Amorrortu, m.80) y Rojo I.


Después, vendría una apoteosis que duró días y cuyo recuerdo aún pone los vellos de punta. La toma del aeropuerto de San Pablo por los béticos; las multitudes en las calles recibiendo a los campeones; el discurso del presidente Núñez desde el balcón del Ayuntamiento, la felicidad de los béticos en estado puro?


En suma, la culminación de un sueño que va a cumplir 45 años y que le abre senda al deseado título copero que está a 20 días de camino.