Equipo del Celtic de Glasgow que disputó en el estadio de La Cartuja la final de la Copa de la Uefa de 2003.

HISTORIA | Escocia en Sevilla

El Mundial 82, un partido contra España, la final de la Uefa jugada por el Celtic y los colores verdiblancos son hitos que vinculan al fútbol escocés con el Betis y la ciudad

Por Manolo Rodríguez

El 21 de mayo de 2003 jugó el Celtic de Glasgow la final de la Copa de la Uefa en el estadio de La Cartuja de Sevilla. La vez que estuvo más cerca del Benito Villamarín hasta que los caprichos del sorteo determinaron que habría de enfrentarse al Real Betis en la fase de grupos de la Liga Europa 2021/22.

Aquel partido decisivo de 2003 lo perdieron los escoceses por 3-2, pero la ciudad aún guarda recuerdo de aquella marea verdiblanca en sitios tan estratégicos como la Torre del Oro, Plaza de Armas, la calle Alemanes o el Palenque. Corrió generosamente la cerveza y en casi todas partes se pudo oír la música celta que identifica a esa ruidosa gente trabajadora que se definen asimismo como los "bhoys", pronunciación irlandesa del término inglés "boy" (muchacho).

Esos días en Sevilla fueron tremendos. De expectación y ambiente. El fútbol en estado puro. Muy principalmente, porque su rival en aquella cita, el Oporto, tampoco le anduvo a la zaga a los escoceses. Del país lusitano vinieron 20.000 personas y la prensa llegó a publicar que un éxodo similar no se conocía desde 1415, cuando 45.000 soldados portugueses fueron movilizados para la conquista de Ceuta.

Con el balón en juego, el partido pasó por todas las alternativas posibles. Dos veces se adelantó el Oporto y dos veces igualó el Celtic. De ahí, a la prórroga. Y, por fin, en el minuto 115, marcó el conjunto portista el gol que le daba el título europeo, el que celebraron jubilosamente con su entrenador José Mourinho y el que lloró desconsoladamente el imponente gentío escocés.

Pero si no se halla vestigio anterior del Celtic en el estadio Benito Villamarín, sí que se conserva la huella del fútbol escocés en el campo del Betis. Un acontecimiento vivido con ocasión del Mundial celebrado en nuestro país, en el que la selección de Escocia jugó en Heliópolis una calurosa tarde de junio de 1982, teniendo como rival a la todopoderosa escuadra de Brasil. Otro partidazo que ha pasado a los anales, aunque, en esta ocasión, más por los méritos de los verde-amarillos que por la resistencia de los jugadores británicos.

Como ya escribimos una vez, el público sevillano se entregó entonces con esplendidez a la magia de los brasileños, contagiado seguramente del formidable espectáculo que ofrecían sus aficionados. Esa "torcida" de movimientos rítmicos que tan bien se acompasaba con las escuelas de samba, los tambores, y aquella cometa que surcaba el cielo sevillano como si tuviera vida propia.

Una exhibición que también tuvo su reflejo sobre el terreno de juego, donde el virtuosismo de Brasil fue imparable. Golearon a los escoceses por 4-1, con tantos prodigiosos de Zico, Óscar, Eder y Falçao, dejando la impronta de ser un equipo sobrenatural. Un aspirante a todo que, sin embargo, y para su desdicha, no pudo confirmar esa supremacía en la fase decisiva del campeonato.

Tres años más tarde, en 1985, la selección de Escocia volvió a Sevilla para enfrentarse a España. Esta vez, en el marco de un partido de la fase de clasificación que conducía al Mundial de Méjico de 1986. Otro duelo que llegó rodeado de interés y nervios. La escuadra nacional había iniciado con luces y sombras su participación en el grupo y aquel enfrentamiento contra los escoceses no admitía otro resultado que no fuera la victoria.

Y España acabó imponiéndose por 1-0 en un choque trepidante y apasionado. Una noche en que la Roja exhibió el buen fútbol que ya le era común entonces y en la que, además, tiró de furia para sobreponerse a los momentos de incertidumbre.

Este partido se jugó el 27 de febrero de 1985 en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán y también hubo presencia bética en el equipo nacional. La mejor de las posibles. La de Rafael Gordillo, que fue titular jugando como carrilero zurdo, por delante del lateral Camacho.

Gordillo estuvo enorme y así lo reflejaron los periódicos de la época. Por citar sólo una impresión, anotemos que el diario Marca dejó escrito que: "Es increíble que fuera operado de menisco hace tan pocas semanas. Al final no le quedaba más que la camiseta, pero ha sido el verdadero extremo izquierdo".

Y era muy cierto. Gordillo había sido operado a principios de enero de una lesión que venía de largo. El jugador llevaba semanas a base de infiltraciones, pesas y descanso, pero cada vez era mayor el riesgo de que pudiera agravarse su estado. Las molestias le impedían trabajar con normalidad y, sobre todo, era necesario conocer con detalle qué tipo de lesión le estaba provocando tantos problemas al lateral verdiblanco.

Por ello, el médico del club en aquel tiempo, José Miguel Benavides, decidió zanjar la cuestión de una vez por todas y se lo llevó a Madrid en vísperas de Reyes para que le realizara una artroscopia el doctor Pedro Guillén. El suspiro de alivio fue extraordinario cuando se conoció el diagnóstico. A Gordillo le extirparon el menisco externo de su rodilla derecha y se confirmó que no había daños mayores. Se dijo que estaría en condiciones de jugar en veinte días, pero a nadie sorprendió que, siendo Gordillo como era, su vuelta a los terrenos de juego se produjera en apenas dos semanas.

Y muy poco después llegó este España-Escocia de selecciones nacionales que lo confirmó en el Olimpo nacional. Esa noche el gol patrio lo marcó Paco Clos, un duro y valiente delantero de Barça, que posiblemente no hubiera tenido sitio ni en el "dream team" de Cruyff ni en el "Pep team" de Guardiola, pero que era un prodigioso cabeceador que, precisamente con la testa, le dio a España aquel día los puntos que tanto necesitaba.

Desde entonces, no ha vuelto la selección de Escocia a los campos sevillanos. Sí lo hizo el Celtic, como se contó al principio, para disputar la Copa de la Uefa en 2003. Un Celtic de Glasgow que ha traído al Villamarín en esta edición de la Europa League toda la carga sentimental que se desprende de sus camisetas verdiblancas. Aquellas que conociera el andaluz pionero Manuel Ramos Asensio en el colegio marista St. Josephs de Dumfries, cuando aprendía inglés y se titulaba en comercio.

Las que cruzaron el Atlántico para pegarse a la piel del Sevilla Balompié y del Real Betis Balompié y así cimentar la identidad de un club que ha podido con todos los vendavales. Una entidad que es feliz reconociéndose en quienes le dieron aliento y que respeta como pocas la tradición y la leyenda.

Por eso, ha provocado tanta emoción evocar estos días el vínculo verdiblanco que une los corazones del Celtic y del Real Betis. Una historia de siglos que, felizmente, aún encuentra testigos vivos que son memoria de aquel descubrimiento.

Muy particularmente, en la persona de Ángel Ramos Lorenzo, hijo de Manuel Ramos Asensio, que en su Cazalla natal, y a sus 92 años, aún recuerda entre fotos y recortes aquella estancia de su padre en tierras escocesas. Esa aventura casi insólita de la que regresó con unas telas que los tiempos han convertido en una fe de vida para todos esos cientos de miles de personas que practican el credo bético.

Los colores del Betis universal y eterno.