Las selecciones de España y Brasil posan en Génova antes de iniciarse el partido que los enfrentó en la Copa del Mundo. El bético Lecue es el primero de los agachados a la izquierda.

HISTORIA | El nombre del Betis en la Copa el Mundo

En el Mundial de Italia de 1934 Simón Lecue se convirtió en el primer internacional en la historia del club y el pionero en disputar un torneo tan prestigioso

Por Manolo Rodríguez


El primer Campeonato del Mundo del Fútbol se disputó en 1930 en Uruguay. Pero España no acudió. Guiándose por un informe del seleccionador, el periodista José María Mateos, la Federación Española declinó la invitación por entender que los gastos serían excesivos y que el largo viaje de ida y vuelta en barco perjudicaría seriamente a la competición nacional que aún se movía en el semi profesionalismo.

Cuatro años más tarde el torneo mundialista se jugó en Italia y a ese sí que se apuntó la selección española. Las cosas ya estaban de otra manera. La Liga parecía ir consolidándose desde 1929, el fútbol comenzaba a ser un espectáculo que movilizaba a los públicos y la escuadra nacional contaba con jugadores muy destacados que podrían ofrecer un buen rendimiento. 

Así pues, España debutó en la Copa del Mundo en 1934. Un poco molesta por no haber sido considerada cabeza de serie en el torneo, pero ilusionada con lo que pudieran hacer aquellos nombres rutilantes que ya empezaban a ser ídolos para los aficionados.

Al frente de la selección se hallaba entonces Amadeo García Salazar, al que en todos los medios se definía como "el doctor", ya que realmente lo era. Un prestigioso médico dermatólogo que había fundado el Alavés, que había entrenado al equipo vitoriano en Primera División y al que se consideraba un hombre sereno y juicioso capaz de organizar un combinado en el que no hubiera estridencias ni caprichos. 

García Salazar fue el descubridor de Simón Lecue y por eso no extrañó que lo incluyera en la relación de jugadores que acudirían a Italia. Por eso y porque Lecue ya era la gran figura del Betis en aquel tiempo, aunque sólo contara 22 años. Así lo ponía de manifiesto su excelente rendimiento en la temporada 1933/34, en la que jugó 26 partidos y marcó 14 goles. 

Aquel Betis, modelado por míster O'Connell, había sido cuarto en la Liga (con los mismos puntos que el tercero) y llegó hasta las semifinales en la Copa. Se caracterizaba por un fútbol enérgico y vibrante en el que se iba asentando la idea que un año más tarde lo llevaría a ganar la Liga. Un equipo sólido atrás, indomable en el mediocampo y rápido al contragolpe. Y, sobre todo, un equipo que se movía al son que marcaba Simón Lecue. El dueño de la pelota.

En el Betis, la noticia de que Lecue iría al Mundial fue muy bien acogida. Era natural. Previsiblemente, iba a ser el primer internacional en la historia del club y el primero que jugara un torneo tan prestigioso como la Copa del Mundo. Y, como se conocería después, también el primer futbolista de un equipo sevillano que alcanzaría tal honor.

La clasificación para el Mundial de Italia-34 se la jugó España a doble partido contra Portugal. No hubo color. En la ida se impusieron los nuestros por 9-0 y en la vuelta empataron 2-2 en Lisboa.

Llegado el mes de mayo, el seleccionador García Salazar intensificó la preparación del equipo, que en una semana jugó hasta tres partidos contra el Sunderland inglés en tres ciudades distintas. Una exigente prueba que no salió del todo bien. Los encuentros disputados en Bilbao y Madrid acabaron en empate y en Valencia se impusieron los británicos por 1-3, marcando Lecue el gol español.

Rumbo a Italia

A partir de ese momento, se vivió eso tan nuestro de pasar de la euforia al pesimismo en apenas un rato. Con esos nubarrones en el ambiente se embarcó el combinado nacional tres días más tarde con destino a Génova. Los internacionales viajaron de Valencia a Barcelona y el 23 de mayo zarparon del puerto catalán en el barco "Conte Biancamano" rumbo a la Copa del Mundo.

Curiosamente, en el mismo buque que los trasladó a Italia navegaba asimismo la selección brasileña, una escuadra que despertaba enormes expectativas, aunque todavía no había hecho nada en el concierto de las naciones. Afirmaban que para ellos aquel Mundial era "una empresa de honor nacional" y, eso sí, tenían en sus filas al gran Leónidas da Silva, conocido como "El diamante negro" y, sin duda, el primer gran ídolo del fútbol carioca. 

La travesía duró un día y, a bordo, el cocinero contratado por la Federación preparó un menú a base de huevos, pescado y "carne siempre como base", según le había pedido el seleccionador. Los jugadores mataron el tiempo jugando a las cartas y Amadeo García Salazar reveló algunos detalles que a día de hoy resultan cuando menos insólitos. Así, por ejemplo, justificó la ausencia entre los expedicionarios de Pedro Regueiro declarando que "no cuenta con el permiso paterno. Tiene exámenes definitivos para su porvenir".

Pedro Regueiro era una destacada figura del Real Madrid (aunque siempre a la sombra de su hermano Luis) que había jugado en el Real Betis en la temporada 1929/30, cedido por el Real Unión de Irún. Un gran futbolista que tras el estallido de la Guerra se enroló en la selección vasca que viajó por el mundo y acabó exiliado en México, donde falleció en 1985.

El "Conte Biancamano" que trasladaba a los internacionales españoles atracó en Génova el 24 de mayo y los jugadores quedaron concentrados en la localidad de Rapallo, en la Liguria. Allí entrenaron y jugaron al tenis.

El duelo contra Brasil se disputó el domingo 27. A las cuatro de la tarde. El estadio de Marassi acogió a 25.000 espectadores y el calor, según contaron los que lo vivieron, era asfixiante. Para sorpresa de los nuestros, el equipo brasileño salió al campo con una bandera italiana y cuando sonaron los himnos hizo el saludo fascista. Eso le granjeó el favor del público en aquella Italia de Mussolini.

Lecue fue titular y así se lo había anunciado la víspera el seleccionador. Le pidió que jugara por detrás del delantero centro Lángara y que apoyara a Gorostiza en la banda izquierda. No estuvo como en él era costumbre, pero ayudó al triunfo de España por 3-1, con un gol de penalti de Iraragorri y dos de Lángara, ambos a pases suyos.

Fue su debut en la selección y en la Copa del Mundo, formando parte de un equipo que ya es historia. El que formaron aquella calurosa tarde: Zamora; Ciriaco, Quincoces; Cilaurren, Marculeta, Muguerza; Lafuente, Iraragorri, Lángara, Lecue y Gorostiza.  

El triunfo colocó a España en los cuartos de final, donde se debía medir a la gran favorita: la selección de Italia que había organizado aquel Mundial para ganarlo. El partido se jugó en Florencia y aquello fue la guerra. Empate a uno final tras la prórroga y más de medio equipo nacional lesionado. Lecue no jugó y, desde los graderíos, se indignó, como todos, por el escandaloso arbitraje del belga Baert, que le anuló a los nuestros un gol claramente legal y permitió la escalofriante dureza local.  

Aquella violenta refriega dejó hasta a siete jugadores fuera de combate: Zamora, Ciriaco, Fede, Lafuente, Iraragorri, Lángara y Gorostiza. Dos días más tarde, en el desempate, fueron titulares: Nogués, Zabalo, Lecue, Ventolrá, Campanal, Chacho y Bosch.

Cambiaron los nombres, pero no cejó la persecución arbitral. Esta vez fue el suizo Marcet quien invalidó dos tantos legales de Regueiro y Quincoces, pero permitió que subiera al marcador el gol italiano, a pesar de la evidente falta sobre el portero Nogués. Tan lamentable resultó aquello que después se ha escrito que Marcet fue expulsado tanto por la FIFA como por la Federación Suiza. Como también se hizo pública una conversación mantenida por Mussolini con el General Giorgio Vaccaro, máximo organizador del torneo, en la que "Il Duce" le ordenó a su subordinado: "Hágalo como quiera, general, pero Italia debe ganar este Mundial".

El partidazo

España perdió aquel partido, pero Lecue estuvo inmenso. Él mismo confesaba años más tarde que: "Particularmente creo que jugué en este segundo encuentro el mejor match de mi vida". Una impresión que confirmaba en el viaje de vuelta el goleador Lángara al declarar que: "Lecue es único jugando como medio ala". 

Y así lo ponderó también la crítica española, pudiéndose leer en el semanario "Campeón" que: "Un solo partido internacional le ha bastado a Lecue para escalar la cima del prestigio: el partido que jugó en Florencia contra la "squadra azzurra". Un solo partido ha sido suficiente para que este mozo haya sido proclamado por algún periódico italiano como el mejor medio izquierda de todos los que han jugado en el torneo para la Copa del Mundo".

Al regresar a Barcelona el 5 de junio de 1934 los jugadores fueron recibidos como héroes. Ya se sabe que las injusticias unen mucho. La expedición nacional fue agasajada con un almuerzo por las autoridades federativas y mostraron satisfechos el impresionante jamón con que los había obsequiado el cónsul español en Savona, Julio Balbontín.

Esa misma tarde, Simón Lecue tomó el Expreso de las ocho de la tarde que lo trasladó a Sevilla. Recibió el homenaje de los directivos y la afición bética, pero enseguida comenzó a circular un culebrón que duraría semanas. La prensa de Madrid publicó que el Madrid quería ficharlo ese mismo verano y no hubo día en que no se especulara, se hablara de dinero, o se afirmara con la misma naturalidad con que se desmentía.

Pero la operación (como ocurrió) era poco probable que culminara, ya que a Lecue sólo le quedaba un año de contrato en el Betis. Después, al final de la temporada 1934/35, quedaría libre y el Madrid podría ahorrarse el traspaso que ahora habría de abonarle obligadamente al club verdiblanco. De eso se estuvo escribiendo durante mucho tiempo, hasta que la cosa se apagó. El Madrid, en efecto, prefirió esperar un año.

Afortunadamente, porque el dinero que el Betis pudiera haber percibido entonces no hubiera sido de tanto valor como el fútbol majestuoso de Lecue en la campaña que hizo al Betis campeón de Liga.

Un éxito grandioso que pudo vivir con la camiseta verde, blanca y verde el prodigioso Simón Lecue. El primer internacional en la historia del Betis y el pionero en inscribir su nombre en una Copa del Mundo.