Benito Villamarín es felicitado en el palco de Heliópolis por el alcalde Marqués del Contadero tras el ascenso de 1958. El primer gran momento de su mandato.

HISTORIA | Benito Villamarín llegó en mayo

En 1955 accedió a la presidencia del Real Betis un dirigente sin pasado en el club, quien, en una década, lo trasformó y lo consolidó definitivamente tras la travesía del desierto

Por Manolo Rodríguez

El domingo 22 de mayo de 1955 una breve reseña en los periódicos informaba que la noche anterior se había reunido la Asamblea de compromisarios del Real Betis y que tras votación unánime había elegido como presidente a Benito Villamarín, el único candidato que optaba a dicho puesto.

Nada más se decía del nuevo mandatario. Ni una línea trazando su trayectoria. Ni un recordatorio de sus vínculos con el club. Algo seguramente lógico en aquel momento histórico, ya que Benito Villamarín era un hombre sin pasado en el Betis, un "novus civis" o "ciudadano nuevo", como llamaban en Roma a quienes entraban en la vida pública sin raíces profundas en el Senado o en las grandes familias patricias.

Benito Villamarín entonces contaba 38 años de edad y ya se había erigido en un poderoso empresario del sector aceitunero. Un gallego que había llegado a Sevilla después de la Guerra Civil con el propósito de saludar a unos familiares que ya estaban instalados en la ciudad antes de partir hacia Argentina, que era el destino que pretendía.

En Lora del Río, sin embargo, donde dirigía un almacén de aceituna su tío Andrés, conoció a Ángeles Guillén y este encuentro cambió su destino y el del Betis. Se quedó en Lora por amor y a partir de ahí su ascenso empresarial fue imparable. 

Se convirtió en un personaje preferente en el negocio aceitunero y sus amigos y socios en ese mundo lo llevaron al Betis y a sus misterios. Principalmente, el ex presidente Francisco de la Cerda Carmona, un hombre influyente en el entorno bético, que había dirigido la entidad en 1951. 

Otros nombres decisivos en su descubrimiento del Real Betis fueron Ricardo de la Serna Luque, uno de los empresarios pioneros, junto con el propio Villamarín, en la exportación de aceituna de mesa a Estados Unidos, y el Teniente Coronel Diego Vigueras Murube, un íntimo amigo del gallego desde los primeros años en Lora del Río.

Ellos, y algunos otros, lo iniciaron en los rituales béticos y en la pasión por los colores verdiblancos. Y supieron enseguida que Villamarín era un hombre de futuro que podía encajar perfectamente en la aspiración de darle al club una nueva dimensión, otro rumbo hacia la modernidad y la definitiva consolidación después de la travesía del desierto.

Benito Villamarín era brillante y enérgico, audaz y ambicioso, y contaba ya con un notable patrimonio. Reunía todos los condicionantes para erigirse en el líder de una nueva era en la que el relieve social y las relaciones públicas estaban llamadas a convertirse en factores determinantes.

En aquellos años, mediados los 50, el Betis ya había dejado atrás las enormes penalidades de la Tercera División. "Ese tiempo en que éramos menos que nada", como recordó tantas el admirado directivo y combatiente del beticismo, Juan Petralanda.

Del marasmo de los campos de polvareda lo había sacado el empeño obsesivo de muchos béticos y la tenacidad invencible del venerable Manuel Ruiz Rodríguez, un héroe que en 1952 tuvo el valor de ponerse al frente de una sociedad moral y materialmente deshecha y que tres años más tarde dejó al Betis en Segunda y con una masa social que ya superaba los 4.500 socios.  

Pero era sabido que Manuel Ruiz estaba enfermo, posiblemente extenuado por sus titánicos trabajos al servicio del Betis. Por ello, urgía buscar un nuevo líder y lo encontraron en Villamarín, a quien, una vez introducido en los círculos verdiblancos, tuteló con cariño el patriarca Pascual Aparicio. "Don Pascual", como siempre lo llamaron los hijos de Villamarín en aquellas interminables reuniones mantenidas en el domicilio familiar de la calle Tomas de Ybarra.

Pascual Aparicio fue otro héroe, cuyo papel resultó decisivo durante los años malditos.  Su tremenda generosidad y su inasequible ilusión en los colores verdiblancos lo llevaron a financiar las necesidades de la institución, a soportar todos los sacrificios y a mostrarse en una permanente actitud de servicio al Real Betis Balompié. El gran mecenas sobre el que se asentó la vida de la entidad.

Presidente de 1949 a 1951, aunque referencia expresa del beticismo desde mucho antes y hasta mucho después, Pascual Aparicio reconoció años más tarde que: "No tuve grandes éxitos, pero evité grandes males, como pudieron ser la desaparición del club o la pérdida de la categoría nacional. Pero no fui yo solo, sino todos los compañeros de Junta".

Y, además de todo esto, fue el primero de los propagandistas de Benito Villamarín, a quien le intuyó desde muy pronto todas esas capacidades que después alumbrarían el Betis más grande que se había conocido desde el título de Liga de 1935.

Esta suma de factores, unida al respaldo institucional del primer cargo público que le prestó su apoyo al Real Betis en aquellos años, el Capitán General de la Segunda Región Militar, Teniente General Eduardo Sáenz de Buruaga, acabaron por determinar que Benito Villamarín Prieto, un gallego nacido en 1916 en la pedanía orensana de Puga, aceptara le encomienda de ser presidente del Real Betis Balompié.

Como indicábamos al principio, fue elegido para el cargo el sábado 21 de mayo de 1955 y sus primeras declaraciones conocidas, datadas por el investigador Alfonso del Castillo, se pudieron leer en el diario Marca el domingo 26 de junio de ese año. En dicha entrevista, se definía al nuevo presidente como "hombre habilidoso en el menester y que, contrario a lo usual en aquellos que rigen los destinos de los clubes de fútbol españoles, no rehúye el abordaje periodístico". Y en ella, Benito Villamarín expresaba que: "Haremos el esfuerzo máximo, con nuestra mayor voluntad, para que la incomparable afición sevillana que nos sigue quede plenamente satisfecha de nuestras gestiones en todo el amplio plan que hemos trazado".

Villamarín tomó posesión de la presidencia el 28 de mayo y reunió por primera a su Junta Directiva el jueves 2 de junio. Una directiva en la que figuraba su apreciado Francisco de la Cerda como vicepresidente segundo y en la que ya estaban presentes algunos béticos que navegarían durante décadas por los mares verdiblancos, entre ellos, Antonio Picchi Castro. quien después fuera gerente de la entidad.

El entrenador con el que se estrenó Villamarín fue con Pepe Valera, a quien llamó de nuevo a filas apenas comenzar a ejercer. Y quiso hacer cosas ambiciosas, aunque aún no pudo. Entre ellas, conseguir los fichajes de dos celebridades del fútbol español: el mítico delantero vasco Telmo Zarra y el legendario goleador barcelonista César Rodríguez. Dos veteranísimos que apuraban sus carreras y a los que el Betis todavía no podía pagar. Lo explicó muy bien Pepe Valera cuando el periodista Vicente Bru le preguntó en el diario Sevilla porqué no se había hecho lo de César: "Porque pedía la luna", respondió. 

El nuevo presidente tardó un par años en anclarse. Dos temporadas de aprendizaje en las que el club remó hacía la Primera, pero acabó ahogándose en la orilla. Muy principalmente en la primera campaña, en la que llegó a jugar la promoción de ascenso cuando más ilusiones había. Pero no pudo ser.

Por fin, en 1958 el Real Betis Balompié volvió al lugar que le correspondía y del que faltaba desde hacía tres lustros. Corrió la felicidad por Heliópolis y empezó a nacer la leyenda del presidente de los presidentes. Después, vino todo lo demás.

Hasta su muerte prematura en 1966, pasaron miles de cosas que ya hemos contado y que seguiremos contando. Como una evocación permanente de aquel tiempo que cambió el sino bético. Una época fecunda en la que Villamarín estuvo permanentemente en el puesto de mando y, siempre, asistido por muchos de esos béticos que lo hicieron bético. 

Nombres como los de Francisco de la Cerda, Ricardo de la Serna, Diego Viguera, Pascual Aparicio, Juan Alfonseca, Alfonso Jaramillo, Guillermo Gómez, Manuel Barbudo, Francisco Blanco, Antonio Ruiz, y tantos otros, que lo acompañaron como directivos en algún momento de ese tránsito por el universo Villamarín.

Una edad de oro que tuvo su inicio en el mes de mayo de 1955.