Juan de la Cruz Gabilondo, con la cabeza vendada, despeja el balón en uno de los partidos jugados por el Real Betis en Heliópolis en la temporada 1953-54.

HISTORIA / El héroe del 54

En su casa de Elgoibar, a sus 91 años, el defensa Gabilondo sigue recordando con emoción el ascenso que resucitó al Betis tras un largo calvario de olvidos y padecimientos

Por Manolo Rodríguez

Juan de la Cruz Gabilondo Muguerza tiene 91 años y vive en Elgoibar, a solo 8 kilómetros de Eibar, la localidad guipuzcoana desde la que llega el rival de esta semana en Heliópolis. Pero la casa de los Gabilondo, allá tan al Norte, está repleta de fotos del Betis, de escudos con las trece barras y, sobre todo, de recuerdos que evocan uno de los momentos más trascendentales de la historia verdiblanca: el ascenso a Segunda División de 1954. El ascenso que resucitó al Betis.

Gabilondo jugó en aquel equipo y es el único superviviente que ha sobrevivido al tumulto de la historia. Era el zaguero central. Un defensa duro que jamás le hizo ascos al balón y que tuvo el honor, así lo explica, de haber formado parte de aquella línea que todavía permanece viva en los viejos libros de tapas gastadas. Aquel cuarteto que llamaron "los cuatro mosqueteros" y que componían el portero González y los defensas Portu, Gabilondo y Cifuentes.

Los béticos de entonces, y los de ahora, le deben mucho a esos héroes que fueron capaces de superar aquel tiempo tan incierto y oscuro. Por eso, el Betis se presentó un día en la casa de Gabilondo para darle las gracias. Llamó a su puerta y, entre emociones, Rafael Gordillo le hizo entrega de una placa conmemorativa y de una camiseta con el nombre del homenajeado. Un momento inolvidable. Un acto de justicia con aquellos valientes que protagonizaron una de las mayores epopeyas de las que tiene memoria el fútbol español. Nada más y nada menos que la de sobrevivir y, al tiempo,la de demostrarle al mundo, como dejó dicho el pintor e ilustrador Andrés Martínez de León, "que el Betis fue mil veces alanceado, pero nunca muerto".

Y era así porque al inicio de la temporada 1953-54 el Real Betis Balompié llevaba ya seis temporadas consecutivas en Tercera. Sufriendo entre padecimientos y frustraciones. Olvidado por los poderes de todo signo y mantenido en vida por la ayuda generosa de algunos dirigentes abnegados. Pero nunca solo. Los béticos seguían ahí, inasequibles al desaliento, esperando un resurgir que la razón y la lógica desaconsejaban.

Muy pocos clubes hubieran sido capaces de resistir tanto quebranto. Quizá solo el Betis y los béticos, que repetían una y otra vez, como don Santiago Montoto de Sedas (gran historiador de Sevilla y bético insigne), que: "Aún hay sol en las bardas", hermosa frase que se puede leer en "El Quijote". La pronuncia el propio personaje y es un conjuro a la rendición y, al final, a la muerte.

Sí, aún había sol en las bardas, en esos muretes que cercan las propiedades por los campos. Esos que recogen el sol bajo de poniente y que ponen de manifiesto que todavía no ha llegado la noche y que nada está aún perdido para siempre. Basta ese débil sol que besa las bardas como señal para seguir andando caminos.

Así se sentían los béticos entonces. Confiados en que aún hubiera tiempo de tener tiempo. En la presidencia estaba el coriano Manuel Ruiz Rodríguez, un hombre bueno que exprimió su vida al servicio de la entidad, y en el verano de 1953 empezaron a llegar vascos a la plantilla, persiguiendo quizá los recuerdos felices de aquel Betis de 1935 al que tanta gente del Norte hizo campeón de Liga. 

Las cosas fueron bien casi desde el principio. Una sola derrota en trece jornadas y triunfos incontestables ante Martos, Algeciras y Almería, los gallitos de la categoría. El Betis marchaba líder del grupo VI y a final de año las cosas fueron a mejor cuando se conoció una noticia de esas que casi nunca tenían acomodo en la vida de los béticos. 

El 16 de diciembre de 1953 se anuncia que el Real Betis ha fichado a Sabino Barinaga. Un bombazo informativo, porque Barinaga había sido uno de los futbolistas más importantes del país durante década y media. Figura del Real Madrid, autor del primer gol que se marcó en el nuevo y grandioso estadio de Chamartín en 1947 y dos veces campeón de Copa.

Procedía de la Real Sociedad, donde había jugado las últimas temporadas, y pronto comenzó a ser leyenda su primer entrenamiento en Heliópolis. Aquella mañana en que entró en el vestuario para saludarle el Capitán General de la II Región Militar, Eduardo Sáenz de Buruaga, quizá la primera figura institucional que le prestó su auxilio al Betis en aquellos años en que todos los poderes preferían sentarse en otros palcos.

El General entró en la caseta con sus botas caladas, habló un momento con el entrenador Gómez, fue dándole la mano uno por uno a los futbolistas y al llegar a Barinaga éste se levantó del banco, se cuadró vestido de futbolista, y llevándose la mano a la cabeza con saludo marcial le dijo:

- Mi General, aquí hemos venido a subir al Betis.

Sabino Barinaga debutó con la camiseta verdiblanca el domingo 20 de diciembre ante el Español de Tetuán y marcó el primer gol del claro triunfo bético por 3-0. Cayó de pie entre los aficionados y su aportación fue decisiva para culminar el soñado ascenso. Después, con el paso del tiempo, fue otras muchas cosas en la entidad.Y todas importantes.

Aquel Betis imparable tenía el campeonato ganado a varias jornadas del final y la celebración del retorno a Segunda se vivió en Heliópolis el 23 de mayo de 1954. Los verdiblancos golearon al Úbeda por 6-0 y desde las tribunas llovieron los puros para homenajear al entrenador Gómez.El día soñado.

La víspera del partido, en el diario "Sevilla", el poeta Francisco Montero Galvache firmó un brillante artículo que tituló: "Bético hasta el aire". Un texto de culto en la literatura bética. Una disección del alma de los béticos en el que se pueden leer párrafos como este:

"¿Con qué podríamos medir la ilusión pública que levanta y yergue la presencia triunfal de los béticos?  Es algo de naturaleza mística, de poderío profundo, de fuerza arrolladora. Lo bético es como lo sevillano; es como si el espíritu de la ciudad, en su versión atlética, en su pasión espectacular, todo él fuese bético. Del Betis se habla, no en el azar de la buena tarde o en la hora brillante del traspaso célebre o en la menudencia del suceso pequeño y anecdótico; del Betis se habla a toda hora y con una largueza y maravilla que deleita y recrea. El bético vive unido a su equipo en todo trance, y le sigue con el corazón en la mirada, como si en cada jugada fuera también uniéndose al esfuerzo individual del jugador.Es una manera de mirar a la vida en cuanto la vida requiere de estas grandes comunicaciones físicas y del ánimo, como equilibrio y serenidad en que ordenar los gustos, los recuerdos, los viejos días, y el beticismo se transmite como una heráldica extraña, pero cierta y magnífica".

Una semana más tarde, el Betis viajó a Valdepeñas para cerrar el campeonato. Volvió a vencer y desde su llegada a Carmona la expedición verdiblanca se vio rodeada de una muchedumbre de automóviles que lo acompañaron entre vítores hasta Sevilla.

Dicen las crónicas de la época que en el autobús del equipo lucían al viento las banderas del Betis y de España y que el tránsito por la ciudad fue un suceso desconocido entre aclamaciones y júbilo.

Ese momento lo sigue teniendo muy presente Juan de la Cruz Gabilondo. "Aquello fue impresionante", dice con su hablar pausado. "Una locura. Nunca pudimos imaginar que hubiésemos hecho tan felices a los béticos". 

Así lo recuerda a sus 91 años este veterano militante de la causa bética, ya convertido en el decano de los jugadores que han vestido la camiseta verdiblanca desde el principio de los tiempos. Un heroico superviviente de los años del plomo. Por ello, fue tan emocionante que un día llamara a la puerta de su casa de Elgoibar el Betis de los béticos. Y que Rafael Gordillo le diera el abrazo que simbolizaba el agradecimiento eterno de muchas generaciones.