La expedición del Real Betis posa ante la mezquita de Kul-Sharif, en Kazán, horas a antes de su partido contra el Rubin.

HISTORIA | De Rusia a Villarreal en dos días y medio

En 2014 el Real Betis jugó un jueves por la noche en Kazán un partido de la Europa League y al domingo siguiente por la mañana disputó un partido de Liga en El Madrigal

Por Manolo Rodríguez

Dos veces ha tenido que viajar el Real Betis a más de 5.000 kilómetros de Sevilla para disputar partidos de competición europea. Sin duda, sus desplazamientos más lejanos. 

En ambas ocasiones, hubo de ir más allá del Telón de Acero que marcaba las fronteras de la Guerra Fría, aunque con la salvedad de que todo era ya muy distinto en su periplo más reciente, cuando ni siquiera pertenecía a la Unión Soviética la ciudad a la que debió acudir a finales de los 70.

El primer gran viaje verdiblanco al Este de Europa fue a Tbilissi, hoy capital de la República de Georgia, a donde acudió el Betis en marzo de 1978 para jugar la vuelta de los cuartos de final de la Recopa contra el Dinamo de Moscú. Un pasaje de la historia bética que siempre estuvo marcado por un cierto halo enigmático, ya que pasaron tantas cosas (y algunas tan curiosas) que algún día deberemos ordenarlas para poderlas contar en su conjunto.

El segundo viaje, como decíamos antes, está mucho más cercano. Fue a finales de febrero de 2014 y llevó al Betis a la ciudad de Kazán, capital de la República de Tartaristán, territorio perteneciente a la madre Rusia. Allí donde ganaron los verdiblancos un importante partido de la Europa League.

Antes, sin embargo, señalemos una significativa coincidencia entre estas dos aventuras tan distantes en el tiempo. Y es que, en ambos casos, tras volver de la remota Rusia (que sí que lo era en el primer viaje) el Betis debió afrontar sus inminentes duelos ligueros en domingo por la mañana. Con muy poco descanso, tras haber jugado entre semana, para recuperarse de la fatiga, de las emociones y de las bajas temperaturas.  

Pero es que aún peor fue lo ocurrido en 2014, ya que el partido de Kazán se jugó a la anochecida de un jueves (el de Tbilissi se celebró un miércoles) y al domingo siguiente los verdiblancos hubieron de trasladarse a Villarreal (en 1978 jugaron en casa) para librar una exigente y casi decisiva prueba contra el buen equipo local. 

Un partido, este Villarreal-Betis, que, para más inri, inicialmente había sido programado para el domingo por la noche, pero que cambió de horario como forma de premiar a la afición amarilla por el civismo mostrado dos semanas antes en el desalojo de urgencia del estadio de El Madrigal tras haber sido lanzado un bote de humo desde las tribunas.

Es decir, que al Villarreal no sólo no le cerraron el campo (únicamente le impusieron una multa de 4.000 euros), sino que le programaron su inmediato partido en domingo por la mañana para que pudieran ir en familia sus aficionados. Y para que esto fuera así, adelantaron 9 horas el inicio de un encuentro en el que uno de los contendientes (en este caso el Betis) había jugado apenas 63 horas antes a? ¡5.600 kilómetros de distancia!

Esto acabó de dificultar un viaje que ya había sido de por sí complicado. Una suma de factores que tuvo su inicio el 12 de diciembre de 2013, cuando en la sede suiza de la UEFA se procedió al sorteo de los dieciseisavos de final de la Europa League.  

El frío ruso

El bombo determinó en Nyon que el Real Betis se enfrentaría al Rubin Kazán, un buen equipo ruso que en la campaña anterior había dejado en la cuneta al Atlético de Madrid y al Levante. La ida sería en Heliópolis y la vuelta, en tan lejano confín.

El Betis, entonces, lo presidía Miguel Guillén y lo entrenaba Gabriel Humberto Calderón. Luchaba por recuperar el terreno perdido en la Liga, aunque las cosas iban peor que regular. Pero mantenía el orgullo en la competición europea, donde ese mismo bombo suizo ya había anunciado que después del Rubín Kazán lo esperaba, muy seguramente, el eterno rival.

Como suele ser habitual en cada duelo europeo, el Betis envío una delegación a Kazán para conocer a lo que se enfrentaban. Corría finales de enero y hasta tierras tártaras se desplazaron el delegado del equipo, Víctor Antequera, y el director de comunicación, Julio Jiménez. 

Los recibió una temperatura de -29º y desde ese mismo momento tomaron conciencia de que el frío y la nieve estaban garantizados. Un paisaje aterrador. El Estadio Central donde actuaba el Rubin estaba sepultado en un manto blanco de metro y medio de espesor y no había tiempo material de que pudiera hallarse en condiciones para cuando llegara la fecha del encuentro de vuelta. 

Para mayor infortunio, en Kazán se estaba construyendo un nuevo gran estadio, el Kazán Arena, llamado a albergar los partidos del Mundial, pero en esas fechas aún no se hallaba operativo.

El Betis hubiera querido que se jugara en Moscú, en el estadio Luzhnikí, destino habitual de todos los equipos rusos en esta fase de la competición, ya que contaba con un sistema de calefacción en el césped. Pero allí no podía ser porque también estaba en plena fase de obras para el Mundial. Aun así, los verdiblancos presionaron ante la UEFA buscando otro emplazamiento en la ciudad moscovita. No prosperó.

Por ello, los emisarios béticos regresaron a Sevilla con la dolorosa certeza de que el partido se disputaría en la Ciudad Deportiva del Rubin, que esa sí podría limpiarse de nieve cuando llegara el momento. Una instalación con dos tribunas y capacidad para 10.000 espectadores. La superficie era de césped artificial y, naturalmente, tenía más apariencia de campo de entrenamiento que de gran recinto deportivo.

Empate en la ida

Así se llegó al 20 de febrero, fecha en que los rusos vinieron a Heliópolis a jugar la ida. El Betis marcó pronto (gol de Dídac a los 3 minutos) y mediado el primer tiempo se quedó con un jugador más por expulsión del ruso Prudnikov. Pareció allanado el camino, pero la suerte no era amiga de los verdiblancos en aquellos tiempos. Se desperdiciaron ocasiones muy claras y, para colmo de males, a un cuarto de hora del final le pitaron un penalti en contra por un derribo que se había producido fuera del área. 

El Rubin empató a uno y así quedaron las cosas a la espera de la visita a Rusia. El ambiente general, por esto y por lo que venía ocurriendo en la Liga, era de completo abatimiento y a partir de entonces todos los pronosticadores le negaron al Betis cualquier favoritismo. 

Máxime, cuando tres días más tarde los verdiblancos fueron derrotados por el Athletic de Bilbao en el Villamarín, después de que el colegiado Gil Manzano perpetrase uno de los mayores escarnios de aquella temporada en la que tanto abundaron los agravios arbitrales.

Eso fue un domingo y al miércoles siguiente ya estaba el Betis en el Hotel Piramida de Kazán. Un Betis diezmado, que sumaba hasta 7 bajas por lesión: Paulao, Vadillo, Jorge Molina, Verdú, Juan Carlos, Nacho y Nosa, a las que debían sumarse las de Matilla y Chica, por no estar inscritos en la lista de la Europa League. Acuciado por las circunstancias, Calderón tuvo que tirar de la cantera para completar la expedición con nombres como Caro, Carlos García o Pepelu. 

Una expedición en la que figuraban dos de los jugadores béticos que ya estuvieron en Tbilissi 37 años antes: Rafael Gordillo y Eduardo Anzarda (segundo entrenador con Gabriel Calderón), quienes presumían con toda razón de haber estado presentes en los dos viajes oficiales más lejanos que ha realizado el Real Betis a lo largo de su historia.


Al frente del grupo viajaron el presidente Guillén y el vicepresidente Fernando Casas. Los arroparon un puñado de incondicionales béticos que se desplazaron de la mano de Halcón Viajes, con un paquete que incluía los vuelos, dos noches en el hotel Mirage Kazán (cuatro estrellas), traslados, visado del pasaporte y tasas de aeropuerto. Por cortesía del Real Betis los aficionados dispusieron asimismo de una entrada para el partido y de una camiseta interior térmica. El precio total era de 795 euros en habitación doble.


La tarde previa los verdiblancos entrenan en el campo donde tendrían que jugar. El frío es helador, pero más les impresionan las dificultades que tiene el autobús en el que viajan. Se mueve con lentitud entre dos muros de nieve y ha de dejarlos a un centenar de metros de distancia de la Ciudad Deportiva. No puede avanzar más.


A la mañana siguiente, los jugadores salen de su hotel para dar un paseo. Deciden ir a visitar la mezquita de Kul-Sharif, una de las más grandes de Europa, con una capacidad de hasta 8.000 oradores. Un espectacular monumento reconstruido en 1996 e inaugurado en 2005, como punto de arranque de las celebraciones dedicadas al Milenio de Kazán, ciudad fundada en el año 1005. Varios países, entre ellos Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, contribuyeron a su reconstrucción, que costó unos 400 millones de dólares.


Partidazo bajo cero


A los jugadores les gusta lo que ven, pero enseguida vuelven a la concentración. El frío empieza a ser terrible. En sus habitaciones esperan la hora del encuentro y una hora y media antes del encuentro llegan al campo. En ese momento, los termómetros con que los emisarios béticos miden la temperatura del césped revelan que se va a jugar a 11 grados bajo cero.


Y entre hielo, césped artificial y viento gélido, los verdiblancos regalan un partidazo que acaban ganando por 0-2. Otra vez las cosas del Betis. Destacan sobre todos N`Diaye y Lolo Reyes y para el gol, como siempre, está Rubén Castro, bien auxiliado por Leo Baptistao.


El marcador lo abre Nono con un tiro lejano que rechaza muy blandamente el portero ruso Rhyzikov y el tanto definitivo lo hace Rubén. Ya están en los octavos de final de la Europa League. Como escribe el diario Marca: "El Betis se olvidó de sus múltiples problemas ligueros y se dio una alegría en su viaje por Europa".


En la cena en el hotel se brinda con una botella de vodka tártaro y todo es felicidad después de tanto quebranto. Pero a la mañana siguiente reaparecen los problemas.


Ocurre que a la hora de iniciar el viaje de vuelta no aparecen los pasaportes. La agencia de viajes responsable de los traslados en Kazán cambió por otro el autobús que utilizó el equipo para desplazarse al estadio y los empleados de dicha agencia fueron los que pasaron el material del Betis al nuevo vehículo, dejándose olvidados los pasaportes.

El autobús que lleva en su interior los pasaportes es alertado a 200 kilómetros de Kazán y, con toda urgencia, se monta un dispositivo para aligerar los tiempos. Aun así, la partida se demora varias horas. Un serio contratiempo habida cuenta del inminente compromiso en Villarreal.

En la tarde-noche del viernes, a su regreso, la plantilla entrena en la Ciudad Deportiva y al día siguiente marcha a tierras castellonenses. Todo es atropellado e insólito. Impropio de una Liga mayor como la española.

El domingo 2 de marzo de 2014, a las 12 de la mañana, el Betis empieza a jugar el partido de Liga en Villarreal. Apenas 63 horas después de haber terminado su duelo europeo en Kazán a 5.600 kilómetros de distancia. Algo increíble.

Sin embargo, los jugadores vuelven a dar la cara. Pelean su suerte y arrancan el botín de un empate que pudo ser mayor de no mediar el inexistente penalti con el que, una vez más, castigaron a los verdiblancos. Rubén Castro marcó un precioso gol de cabeza y en la última jugada del partido un paradón inverosímil de Asenjo impidió que acabara en las mallas el testarazo cercano de N`Diaye.

Así concluyó aquella semana del gran viaje al Este, del frío, la nieve, los kilómetros devorados y los dos partidos seguidos. 

Después, como se sabe, vinieron otras cosas que algún día podrían ser recordadas. O quizás no.