Esnaola y Cardeñosa esperan sentados en el frontón “Eskurdi Jay Alai” de Durango que les llegue la hora de pasar el reconocimiento médico.

HISTORIA | Tres meses hablando de Bilbao

En el verano de 1977, tras ganarle la final de Copa al Athletic, el Real Betis hizo la pretemporada en la localidad vizcaína de Durango y comenzó la nueva Liga en San Mamés

Por Manolo Rodríguez 

En 1977 los béticos hablaron mucho del Athletic de Bilbao y de los pueblos de Vizcaya. Sobre todo, durante el tiempo que transcurrió entre la última semana de junio y la primera de septiembre, los tres meses que separaron la final de la Copa del Rey felizmente ganada por los verdiblancos y el inicio de la nueva campaña liguera. 

Y fue así porque a la memorable resaca que trajo aquel histórico éxito del Vicente Calderón le siguió una larga concentración en tierras vizcaínas como preludio de la temporada 1977/78, esa que, por azares del destino y de los calendarios, comenzó precisamente en el estadio de San Mamés. 

Es sobradamente conocida la jubilosa onda expansiva que recorrió la ciudad verdiblanca aquel 25 de junio de 1977 en que el Real Betis Balompié se proclamó campeón de la I Copa del SM El Rey. Un éxtasis que se prolongó durante varios días, con las multitudes desbordando el aeropuerto de San Pablo y llenando las calles de una felicidad desconocida. El rival verdiblanco en la mítica final de los 20 penaltis había sido el Athletic Club de Bilbao y eso también elevó al club vasco a un primer plano del interés general. Lo conocíamos todo de la alineación de "los leones", desde el 1 de Iribar al 11 de Rojo, incluyendo el excelente momento que atravesaban futbolistas tan principales como Irureta, Churruca o Dani, y hasta el carácter de hombre sereno y meticuloso de su entrenador, Koldo Aguirre, quien había estado a las órdenes del técnico verdiblanco, Rafael Iriondo, allá por los finales de los 60. 

El propio Iriondo traía, asimismo, una inevitable recordación del mejor Athletic Club. Todo en él evocaba los buenos tiempos vividos en San Mamés cuando reinaba aquella mítica delantera en la que jugó como extremo derecho junto a Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Superviviente del bombardeo de Guernica en 1937, su nombre y su imagen aparecían inequívocamente vinculadas al equipo rojiblanco como icono de aquellos años en que España atravesaba la penosa postguerra que convirtió al fútbol en uno de los pocos consuelos ante tanta oscuridad. 

Por eso, no sorprendió demasiado que tras el triunfo copero Rafael Iriondo decidiera hacer en el pueblo vizcaíno de Durango, justo al lado de su casa, lo que entonces se llamaba el "stage" de pretemporada. Era la tercera vez en menos de un lustro que los verdiblancos salían de la ciudad antes del comienzo de la Liga, puesto que a las órdenes de Ferenc Szusza ya habían viajado en 1973 a la localidad catalana de Sils, en la provincia de Gerona, y en 1975 lo hicieron a la población valenciana de Barig, en plena sierra levantina y muy cerca de Gandía. En ambos casos disputaron diversos partidos amistosos y algún trofeo menor que fueron los que sufragaron esas "excusiones-concentraciones", tal como eran definidas por los periódicos de la época. 

La expedición bética salió para el País Vasco el sábado 30 de julio de 1977. Viajó toda la plantilla, a excepción de Rafael Gordillo, que se hallaba realizando el servicio militar, y de Julio Cardeñosa que, con permiso del club, se trasladó desde su localidad natal de Valladolid. La gran novedad de aquel desplazamiento fue que con los futbolistas acudió por primera vez a la concentración un preparador físico, Felipe del Valle, quien en aquel tiempo pasaba por ser uno de los grandes profesionales sevillanos en esta especialidad y al que avalaba el trabajo de recuperación que había realizado un año antes con Rogelio y Alabanda. 

Yo mismo, en mi condición de periodista, hice ese viaje con los jugadores béticos y conviví con ellos durante su estancia en Durango. Y como ya he dejado dicho en alguna ocasión, la concentración vizcaína fue más bien modesta, como aún era norma en aquellos tiempos. Sirva el ejemplo de que la plantilla se alojó en un hostal de carretera (el "San Blas") que llegado el mes de agosto cerró el restaurante por vacaciones, obligando a la expedición a tener que ir a comer cada día a un bar del pueblo llamado "Taberna Zarra". Incluso alguna noche Iriondo fue a dormir a su casa de Bilbao y también a veces se trasladaba en su propio coche particular al lugar donde entrenaban. Un Simca 1200 matrícula de Bilbao, que siempre iba por delante del autobús del equipo. 

Resultaba evidente que Iriondo era todo un personaje en aquellos contornos. Lo saludaban con admiración por la calle y la sola invocación de su nombre abría todas las puertas que fueran precisas. Quedaba claro que ese era su territorio y a nadie le cupo la menor duda de que si estábamos allí era por voluntad expresa del entrenador vasco, que era quien lo disponía todo y quien resolvía de inmediato cualquier problema logístico que pudiera plantearse. 

El frontón de Durango 

Para mayor abundamiento sobre la sencillez de aquellos trabajos de pretemporada, quede dicho que el primer día de estancia en Durango los jugadores acudieron al frontón "Eskurdi Jay Alai", en pleno centro de la localidad, y una vez allí fueron acercándose por parejas a una pequeña consulta improvisada en el vestuario en la que el doctor Rodríguez del Valle les realizó diversas pruebas físicas y una exploración médica de urgencia. Se les midió la capacidad pulmonar, se les controlaron las pulsaciones y se calibró su capacidad de reacción tras el esfuerzo. Terminado el reconocimiento hicieron algunas flexiones y abdominales. Eso fue todo. Bueno, casi todo, porque también tuvieron ocasión de demostrar que, salvo Esnaola, ninguno de ellos era capaz de mantener las formas jugando a la cesta-punta o dándole paletazos a la pelota. 

Allí estuvo el Betis hasta el 9 de agosto. Por las mañanas hacían trabajo físico en los montes cercanos y por la tarde acudían a la localidad de Yurre, donde trabajaban con balón en el campo que tenía en aquella localidad la empresa Firestone. Algún día fueron a la playa de Zarauz y, como también he referido ya en otra ocasión, el momento más divertido (y estremecedor) de aquella estancia sobrevino la mañana en que subieron en el autobús por una carretera empinada con decenas de curvas que terminaba en un picacho entre nubes. Algunos jugadores, aterrorizados, decidieron bajar a pie. Otros, sin embargo, se defendieron con humor del miedo a las cumbres. Y fue entonces cuando el recordado Antonio Benítez le dijo a Rogelio: "Maestro, hoy, por primera vez en mi vida, le he visto el lomo a los pájaros". Tan altos estaban. 

A los pocos días de encontrarse en Durango, se sumó a la expedición el flamante fichaje Hugo Cabezas, un delantero centro uruguayo que procedía del Estudiantes de la Plata argentino. Iriondo no quiso contratarlo sin someterlo a prueba y, aunque nunca estuvo convencido del todo, acabó dando su aprobación. Se convirtió en uno más del grupo, del que se fueron cayendo Anzarda (quien había viajado, a pesar de su lesión) y Cobo, que debió regresar a Sevilla para tratarse una dolencia muscular. 

El día antes de abandonar la concentración, la expedición bética acudió a San Mamés para ver el debut del Athletic en su trofeo (con victoria vasca por 2-0 ante el Aston Villa) y de ahí marchó a Palma de Mallorca, donde se adjudicó el Trofeo Ciudad de Palma al imponerse al JFK argelino y al West Ham inglés. 

En el Villamarín se presentó el día 18 de agosto frente al Haladas húngaro, partido, por cierto, en el que no se sentó en el banquillo Rafael Iriondo por hallarse en el Vicente Calderón presenciando el encuentro Athletic de Bilbao-Milán, correspondiente al torneo organizado por el Atlético de Madrid. No se olvide que "los leones" serían los primeros rivales en el campeonato liguero y los italianos, los rivales en la Recopa de Europa. Sí estuvo en cambio en el palco del Villamarín el seleccionador nacional Ladislao Kubala y, sobre todo, la Copa del Rey ganada un par de meses antes, que le fue mostrada y ofrecida a los béticos por los jugadores desde el centro del campo. 

Después vino el exitoso Ciudad de Sevilla que ganó el Real Betis derrotando en la final por 3-1 al eterno rival y, de inmediato, se alzó el telón de la Liga, que, como ya ha quedado dicho, tuvo su arranque en San Mamés. Vuelta, pues, a Bilbao y a hablar del Athletic. 

A las cinco y media de la tarde del domingo 4 de septiembre de 1977 volvieron a verse las caras los finalistas de Copa. La alineación bética sólo tuvo dos cambios respecto al equipo del Calderón (ambos en la delantera: Hugo Cabezas por Megido y Ladinszky por Cobo, retrasando Benítez su posición al lateral izquierdo), pero lo trascendente aquella tarde fue el extraordinario desempeño defensivo. El Betis arrancó un justo empate a cero que se consideró un gran resultado, ya que tampoco esta vez, ni siquiera en su propio campo, el Athletic había sido capaz de derrotarlo. 

Aquellos eran días felices, que aún lo serían más con los éxitos ante el Milán y el Lok Leipzig en la Recopa, sin que pudiera pensarse ni remotamente que acabaría pasando lo que pasó. Pero esa ya es otra historia, bastante sabida por demás. Una historia que tuvo su principio en esos tres meses en los que tanto se habló del Athletic de Bilbao y, por extensión, de los pueblos de Vizcaya.