Pepe Valera, entrenador del Real Betis, dirige en Heliópolis el primer entrenamiento de la temporada 1955/56. En el centro de la foto, de pie con camisolín verde, posa junto a algunos de los fichajes de esa temporada.

HISTORIA | Pepe Valera, un apóstol del beticismo

Campeón de Liga en 1935, padre de la cantera, descubridor de jugadores extraordinarios como Del Sol o Quino y entrenador del primer equipo en diversas etapas

Por Manolo Rodríguez

Cada mes de mayo resulta inevitable el recuerdo de Pepe Valera, uno de los nombres capitales en la historia legendaria del Real Betis. Una figura que merecerá eternamente la veneración de los béticos por lo que fue y significó durante décadas en la vida de la entidad. Jugador brillante y triunfador, directivo y hombre de club, alma mater de la cantera, descubridor de talentos, secretario técnico y entrenador en épocas difíciles y casi heroicas.

Pepe Valera (Sevilla, 26 de mayo de 1916- Jerez de la Frontera, 13 de mayo de 2006) formó parte como jugador del equipo campeón de Liga en 1935 y, posteriormente, en los duros años de la postguerra y la travesía del desierto, se convirtió en el gran apóstol de una causa que parecía definitivamente perdida cuando en el antiguo campo de la Exposición sólo crecían amargamente las desesperanzas.

En suma, una vida dedicada a los colores verdiblancos que arranca en los albores mismos de la entidad y que, por ello, merece el agradecimiento y el homenaje de todos los béticos. La justa recompensa a una trayectoria que se inició cuando apenas contaba 17 años.

Con esa edad, lo llamó un día míster O´Connell para que debutara en Barcelona en un partido de Copa y ese fue el principio de una carrera meteórica que entonces no tenía más pago que 500 pesetas anuales y una enorme satisfacción por jugar a lo que le gustaba.

Más tarde, formó parte de aquel equipo que consiguió en la temporada 1934/35 el título de Liga. Solía contar Valera que "Patricio O´Connell revolucionó la concepción del juego, ya que el Betis fue el primer equipo de España que jugó con 3 defensas, 3 medios y 4 delanteros. Gómez actuaba como defensa central puro, mientras que Lecue bajaba para reforzar la línea media y Adolfo se incorporaba a la tripleta de atacantes".

Un grupo irrepetible que almorzaba los días de partido en el comedor de "La Deliciosa", en la calle Menéndez Pelayo, y que después se trasladaba al Patronato en el tranvía, como si en aquella época ser futbolista, y bueno, no tuviera la menor importancia.

Pero aquellos días de abundancia fueron como una premonición del largo calvario que esperaba. Estalló la guerra y se rompió el encantamiento. El Betis quedó reducido a cenizas y Pepe Valera, como otros muchos, se fue al frente, de donde volvió con el grado de teniente. Eran días de postguerra y muchas noches le costó conciliar el sueño intentando decidir si merecía la pena seguir jugando al fútbol (le habían hecho una buena oferta para que se fuera al Madrid) o si, por el contrario, debía asegurar su carrera militar. Y optó por lo segundo. Se marchó a la Academia y obtuvo el grado de capitán.

A partir de ahí cambia su vida. Pasa dos años en Menorca, donde comienza a vivir el fútbol como técnico, y transcurrido ese tiempo, tras pasar por Algeciras, recala en Sevilla al final de la década de los cuarenta.

Se hace cargo de la secretaría técnica del Betis y empieza a trabajar. Se encuentra un club con 1.200 socios que no tiene presupuesto para viajar, que no cuenta con equipos de cantera y que se halla en la más pura indigencia. Pero lucha. Organiza su particular guerra de guerrillas y moviliza a todo el mundo. Nadie, como solía decir, podía mantenerse al margen de esta batalla.

Por ello, pide que los socios destinen una peseta a poner en marcha una sección de juveniles; le encarga a Antonio Tenorio que le haga un mueble para meter la ropa en la caseta y él mismo comienza a sacar del almacén de tropa el material necesario para poder vestir y calzar a los niños.

Esos años románticos sembraron el camino de ilusiones y de frases. En una ocasión, le dijo el presidente Pascual Aparicio, con el que fue directivo, que tenía "más niños que soldados" y quizá esta era una evidencia contra la que no se podía luchar. Porque por primera vez en la historia verdiblanca salían futbolistas de todas partes.

Valera, entretanto, les pedía una y otra vez a sus colaboradores que no se arrugaran y que jamás se rindieran por muy difíciles que se pusieran las cosas. Primero localizaban al jugador, después confirmaban que tenía posibilidades y, por último, debían convencerlo de que lo que más le convenía era jugar en los escalafones inferiores del Betis.

Así empezaron, con dos primeros equipos juveniles a los que, de manera original, llamaron el A y el Z. De ahí, en cuatro o cinco años forjaron una cantera con 14 o 15 equipos, alguno de los cuales, como el Juventud, pudo incluso haber subido a Tercera División.

En lo peor de la postguerra

"Mister Valera", como siempre lo llamó el sabio utillero Alberto Tenorio, fue el hombre providencial para que el Betis encontrara aliento en lo peor de la postguerra. Acercó a Heliópolis valores en ciernes, hizo Betis, aseguró competencia y, al mismo tiempo, sacó a flote a una pléyade de técnicos nuevos entre los que se contaba, por ejemplo, el muy querido y llorado Pedro Buenaventura, al que le preguntó un día:

- ¿Tú qué cobras en el equipo que estás entrenando?

- Yo nada, respondió Buenaventura

- Pues por el mismo precio te puedes venir al Betis, le dijo Valera.

En esa etapa, del 48 al 57, Pepe Valera puso en circulación a hombres como Del Sol, Peñafuerte, Espina y Portu. Como entrenador, colocó al equipo en la promoción a Primera y en 1961 le llegó el reconocimiento de la Medalla de Oro al Mérito Deportivo que le concedió la Federación Andaluza de Fútbol.

A esas alturas era ya un clásico del fútbol regional y, por ello, se le asignó la tarea de buscar a los talentos de Sur. Y los acabó encontrando. Como seleccionador andaluz de juveniles armó un equipo en el que estaban, entre otros, nombres tan caracterizados en el fútbol español de los años venideros como Reina, Rodri, Gallego, Vallejo, Bancalero, Quino, Flores y Tejada.

En 1965 (tras haber pasado por los banquillos de Huelva, Málaga, Jaén, Atlético Baleares y Cádiz) Benito Villamarín lo llama para que vuelva a casa. Y ahí vive otro lustro histórico en el que oficia de todo. Es secretario técnico, responsable del Triana, director de la cantera y entrenador del primer equipo.

Y es precisamente en ese tiempo cuando le otorgan la recompensa que más puede valorar un viejo maestro como él: que le reconozcan su trabajo. Al Real Betis le conceden en 1967 el Trofeo Amberes por ser el club más destacado en el cuidado y promoción de la cantera y esto lo colma de satisfacción. Una alegría añadida a ver sobre el campo, con la camiseta verdiblanca, a tantos muchachos a los que formó desde niños. Jugadores como Quino, Antón, Telechía, Dioni, Ezequiel, González, Demetrio, Cristo, Mellado, y tantos otros que, con más o menos éxito, siempre sirvieron lealmente al Real Betis Balompié.

Esta es la última aportación de Pepe Valera al club de su vida. El final de un viaje feliz, porque en ese tiempo, con más victorias o con menos, con triunfos o con reveses, el Betis ya parecía una estructura cuajada, puesta en el camino, y sin riesgos terribles como los que conoció antes de que este luchador y algunos otros le dieran un remedio.

De esos años siempre recordó que Del Sol fue el futbolista más completo que vio nunca, aunque su ojito derecho fuera Quino, "un jugador excepcional y distinto".

Se emocionaba al hablar de Andrés Aranda, a quien consideraba la persona más significativa que había existido en la historia del Betis, por el triple hecho de haber nacido al fútbol en la entidad, por haber jugado en todos los puestos menos de portero y, por si faltara algo, por haber muerto siendo entrenador del club.

Y con Aranda, Pepe Valera nunca dejó de elogiar a Peral y a Paquirri, otros dos mitos de aquel Betis tan lejano en el tiempo y la memoria.

Hasta mediada la década de los 80 estuvo Pepe Valera en activo en el mundo del fútbol. Pasó por muchos campos y olió el linimento de muchos vestuarios, encontrando una segunda casa en el estadio Domecq jerezano. Allí echó raíces y hasta allí fue el equipo del Betis en el verano de 1987 para tributarle el merecido homenaje que le debían los suyos.

En Jerez murió en 2006, pero le sobrevive el recuerdo de los béticos y, sobre todo, el sueño de muchos de esos niños de postguerra que un día se pusieron en las manos de este capitán del Ejército. Esos niños que más tarde fueron hombres y que después pudieron decir que habían sido futbolistas del Betis gracias a Pepe Valera.

Un Betis que le está eternamente agradecido a este luchador y que por ello honra su nombre. El de ese "míster" que empezó una guerra de guerrillas.

Y que la terminó ganando.