El equipo del Real Betis que jugó por primera vez en el estadio del Manzanares en 1968. De izquierda a derecha, de pie: Vilanova, Ezequiel, Telechía, Aparicio, Antón, Azcárate; agachados: Irizar, Pachón, Landa, González y Rogelio.

El debido homenaje

El Betis disputa hoy su último partido en el Vicente Calderón, campo en el que  jugó por primera vez en abril de 1968 y donde se proclamó dos veces campeón  de Copa

Por Manolo Rodríguez

 

El Atlético de Madrid inauguró su nuevo campo el 2 de octubre de 1966. Ese histórico recinto que este año se despide del fútbol español y que en un principio recibió el nombre de estadio del Manzanares. El que vino a reemplazar al vetusto Metropolitano que había sido la casa colchonera desde principios de los años 20 del pasado siglo.

El encuentro que abrió senda en tan moderno escenario (entonces) fue un Atlético Madrid-Valencia de la temporada 1966-67, que acabó con empate a uno, goles de Luis Aragonés y de Paquito.

Pero el Betis tardó en pisar la hierba a orillas del río, ya que los verdiblancos se hallaban esa campaña en Segunda División, peleando por un ascenso que al final acabaron alcanzado. Debieron esperar un año y el calendario quiso, además, que la primera visita al feudo rojiblanco fuera en la última jornada del campeonato 1967-68, la que le echaba el telón al torneo.

Y pasó que, para entonces, el Betis ya estaba matemáticamente descendido. Una dolorosa certeza que se había certificado siete días antes como consecuencia de la derrota bética en casa contra el Athletic Club de Bilbao. Partido este que se disputó por la mañana y dejó un evidente poso de amargura en la afición.

Por tanto, había mucha más mohína que ilusiones en aquel mes de abril de 1968. En concreto, del domingo 28 de abril, que fue cuando el Real Betis Balompié jugó por primera vez en el Manzanares. En el banquillo se sentaba Sabino Barinaga (un clásico en la historia verdiblanca desde que formara parte del equipo que ascendió a Segunda División en 1954) y el equipo estaba lleno de gente joven que se había formado a las órdenes de Pepe Valera.

La alineación inicial, inmortalizada para siempre y hoy rescatada en este artículo, estuvo formada por Vilanova, en la portería; Ezequiel, Telechía, Aparicio, en la defensa; Azcárate, Antón, en el mediocampo; Irizar, Pachón, Landa, González y Rogelio, en la delantera.

El Atlético, al que entrenaba Miguel González (técnico del Betis dos temporadas después), alinea a: Rodri; Jayo, Iglesias, Calleja; Irureta, Glaría; Cardona, Correa, Luis, Adelardo y Collar.

El duelo es obligadamente malo. Ninguno de los dos equipos se juega nada y sale un partido espeso, aburrido, sin ocasiones, que termina, como es lógico con empate a cero.

La prensa de la época no dice nada bueno. Todo lo más, reafirma lo ya expresado. Escribe el prestigioso periodista Gilera en el ABC de Madrid que “la carencia de objetivo concreto convirtió el partido del “Manzanares” en un trámite sin interés.

Eso ocurre en abril. Pero después de tanta espera, el Betis vuelve enseguida al nuevo campo del Atlético. Apenas un mes y pico más tarde, cuando le corresponde eliminarse en los octavos de final de la Copa del Generalísimo con el equipo rojiblanco.

El partido de ida se juega en el Villamarín y acaba sin goles. Las alineaciones son las siguientes:

Real Betis: Vilanova; Aparicio, Telechía, Grau; Ezequiel, Azcárate; Antón, Quino, Landa, González y Rogelio.

Atlético de Madrid: Sanromán; Rivilla, Griffa, Calleja; Jayo, Iglesias; Ufarte, Correa, Gárate, Luis y Cardona

Con esta desventaja afronta la vuelta, su retorno al Manzanares. Allí se presentan los verdiblancos el domingo 2 de junio de 1968. Una calurosa tarde en la que termina perdiendo por 2-1. Ambos equipos juegan con los mismos que en Sevilla, con el único cambio en el Atlético de Madrid de Irureta por el canario Correa.

Ahí parece concluir la aventura copera del atribulado Betis. Sin embargo, la eliminatoria tendrá aún una resaca informativa que durará semanas.

Dos días después del encuentro el Betis emite una nota en la que pide la descalificación del Atlético de Madrid por alineación indebida del jugador Correa en el partido del Villamarín. Así se lo hace saber a la Federación Española de Fútbol, denunciando que dicho futbolista ya jugó la Copa de ese año con el Tenerife en un partido disputado contra el Rayo Vallecano en octubre de 1967.

El telegrama remitido por el Betis sale a la una de la tarde y en la Federación se recibe a las seis. Lo que el Betis dice es bastante razonable, pero los altos jerifaltes federativos enseguida le echan agua al vino declarando que la reclamación se ha hecho fuera de plazo, “ya que no se ha realizado en las cuarenta y ocho siguientes al partido en que se produjo la alineación indebida; es decir, el primer encuentro”.

El miércoles 5 de junio se confirma el fallo federativo y el presidente del Betis, Julio de la Puerta, monta en cólera. Intenta razonar que una eliminatoria a doble partido no concluye hasta que no se hayan jugado los dos encuentros, pero la Federación se acoge al artículo 162 del reglamento y cierra el caso. El llamado, desde entonces, “caso Correa”.

A Julio de la Puerta, y al Betis en su conjunto, no le queda otra que gritar en vano. El mandatario bético, entonces, lanza una bravuconada y reta al Atlético de Madrid a volver a jugar la eliminatoria. Nadie le hace caso, claro.

En 1971 los socios del Atlético de Madrid deciden que el nuevo campo pase a llamarse Vicente Calderón en honor al presidente más exitoso de la historia rojiblanca.

Y desde ese momento parece cambiar la historia bética en el Manzanares. Tanto, que en 1977 llegó el primer título de Copa a las vitrinas del Villamarín. El día más largo. Aquella mitificada final de los penalties y la angustia. La primera Copa que entregó el Rey Juan Carlos.

Veintiocho años más tarde, también en el Calderón, el Betis volvió a proclamarse campeón de la Copa del Rey ganándole a Osasuna. La segunda gran noche trascendental y única.

Por medio pasaron otras muchas cosas que ya son patrimonio del recuerdo. Entre ellas, el gol de Muhren con los dos pies en el aire en el 77; la memorable disertación del 0-4 en el 81; el cabezazo de Rincón con los ojos abiertos en el 87; la astucia de Aquino en el 94 o el partidazo descomunal de Denilson en el 99.

Está más que justificado, pues, el debido homenaje al estadio Vicente Calderón con motivo de esta última comparecencia del Real Betis en dicho estadio. El campo talismán donde la afición bética vivió algunos de sus momentos más felices y el que merece la honra de la entidad simbolizada en sus hijos más queridos. Esos que fueron campeones a la orilla del Manzanares.