HISTORIA / Canito, un recuerdo doloroso

En 1982 debutó en el Real Betis este jugador excepcional que lo tuvo todo para haber sido un futbolista de leyenda y que, sin embargo, murió arrasado por las drogas con apenas 44 años

Por Manolo Rodríguez


El 11 de marzo de 1984, contra el Atlético de Madrid en Heliópolis, jugó su último partido oficial con la camiseta del Real Betis un personaje que jamás dejó indiferente a nadie. El defensa José Cano, al que el mundo del fútbol conocía por Canito. Un jugador excepcional que lo tuvo todo para haber sido un futbolista de leyenda. Alto, elegante, contundente y de buen pie, durante muchos años pareció llamado a dejar una huella profunda en el fútbol español.

Sin embargo, nada de eso ocurrió. Todo lo contrario. Siempre lo persiguieron los peores demonios y su compleja personalidad acabó por destruir una carrera deportiva, y una vida, que se apagó cuando apenas contaba 44 años. Demasiado pronto. Murió en noviembre de 2000 arrasado por las drogas.

Al Betis había llegado Canito a principios de septiembre de 1982. Horas antes de que se cerrara el mercado de fichajes y cuando el beticismo disfrutaba de los fastos del 75 Aniversario de la entidad. Dos semanas después debutó en el campo del Espanyol.

El Betis, entonces, venía de Lisboa de estrenarse en la Copa de la Uefa contra el Benfica y necesitaba como el comer un triunfo en la Liga. Había iniciado el torneo con dos derrotas y era imprescindible sumar ya.

Y sumó. Ganó por 0-2, con sendos goles de Poli Rincón. Una victoria que se reconoció justa y que fue acogida con enorme emotividad. Tanta que, según destacaron los periódicos, el entrenador bético Antal Dunai rompió a llorar de alegría cuando terminó el encuentro.

Canito procedía, precisamente, del Espanyol, donde había formado un lío muy gordo durante la pretemporada. Se peleó con el entrenador Maguregui y le dijo al club que: "o él o yo". Así las cosas, le dieron la carta de libertad, que era lo que exigían todos sus posibles pretendientes. Entre ellos, el Betis, que fue quien con más claridad le planteó el fichaje a su representante, el ex jugador del Real Madrid, Pedro de Felipe.

Firmó por tres temporadas, a razón de 7,5 millones de pesetas por año, y, en principio, pareció una operación razonable, aunque siempre sometida a la singularidad del personaje. Un personaje al que su fama le precedía y que ya había dado mucho que hablar en años anteriores.

Criado entre huérfanos y niños abandonados, se fugó del colegio donde estaba internado cuando aún era adolescente. Vivió en la calle y sólo el fútbol lo rescató. Fichó por el Espanyol y destacó muy pronto. Estuvo cedido en el Cádiz durante el servicio militar y con 22 años ya era titular indiscutible con los blanquiazules. Lo llamó Kubala y vistió la camiseta de la selección en Italia en diciembre de 1978. Un partido que también jugó Gordillo.

En 1979 llegó a la cúspide de su carrera. El Barcelona le pagó al Espanyol 40 millones por su fichaje. Lo colocaron como líbero y en su debut en el Camp Nou le hizo dos goles al Betis. Pero presumía de ser espanyolista de corazón y eso lo llevó a hacer cosas muy raras. Rarísimas. Vestido de azulgrana, sobre la hierba de Can Barça, cantó goles del Espanyol que se anunciaban en el videomarcador y su manera exuberante de gastar el dinero le granjeó una reputación que provocaba todo tipo de comentarios.

En el Barcelona sólo lo aguantaron dos años y retornó al Espanyol, donde volvió a brillar hasta que se peleó con Maguregui. Así recaló en Heliópolis, con 26 años y más de 100 partidos en Primera División.

El Real Betis, por tanto, sabía lo que fichaba. Pero era tan bueno, que verlo en el campo disipaba todos los inconvenientes. Agarró la camiseta en la quinta jornada y ya no la soltó.

Fue titularísimo con los dos entrenadores de esa campaña, Dunai y Marcel Domingo, formó pareja en el eje de la zaga con Alex y dejó partidos excelentes, muy particularmente aquel del 5-1 ante el Athletic de Bilbao, campeón de Liga.

Los compañeros de entonces lo recuerdan con sus trajes impecables y a medida, sus sombreros a lo "Gran Gatsby", su llamativo desprendimiento con el dinero y unas excentricidades que nunca les permitían saber si las cosas iban bien o mal. Intimó desde el principio con Rincón, mantuvo una estrecha relación con Gordillo, comía a diario en una pizzería frente a la Feria, aprovechaba los días de descanso para viajar a Italia a comprar ropa de última moda y presumía de ser buen futbolista, guapo y con dinero.

Pero eso no quiere decir que no hubiera accidentes en el camino. Una noche se auto expulsó en el Villamarín jugando contra el Sevilla en la Copa y concluyendo la temporada dio un espectáculo en los vestuarios de Mestalla que incluso provocó un duro informe del delegado directivo en aquel desplazamiento a Valencia.

En su segunda temporada en Heliópolis, la 1983-84, pasaron más cosas. Algunas tan hermosas como aquel gol inolvidable que hizo en Salamanca o menos afortunadas como sus tradicionales peleas contra el mundo. En una ocasión tuvo una bronca tumultuaria con un juvenil; en otro momento se encaró con un aficionado que lo increpó en un entrenamiento y, siempre, llamó la atención por sus extravagancias, sus cambios de humor y sus decisiones incomprensibles.

Junto a esto, eran conocidos sus coqueteos con las drogas y su cada vez menor predisposición al trabajo. Por ello, faltando siete jornadas para el final del campeonato, tras el partido contra el Atlético de Madrid antes mencionado, el entrenador Alzate lo sacó del equipo y ya no lo puso más. Su puesto empezó a ocuparlo Mantilla. Y a Canito no le gustó nada.

Estaba claro que las cosas iban a peor, aunque el Betis siguiera contando con sus servicios al inicio de la campaña 1984-95. Viajó con la plantilla a la concentración veraniega de Santa Coloma de Farners, pero enseguida Alzate le dijo que no estaba para nada, que no contaba con él y que se buscara equipo.

Y eso pasó. Orgulloso y rebelde, Canito abandonó el retiro gerundense el lunes 30 de julio de 1984 y se plantó en las oficinas del estadio para pedirle a Martínez Retamero que le rescindiera el contrato. El presidente vio el cielo abierto y le tomó la palabra. Ni una duda. Le dio la carta de libertad y el club se ahorró un dinero que entonces le hacía mucha falta. Así concluyó la etapa de Canito en el Real Betis.

El jugador tenía la pretensión de volver al Espanyol de su vida, pero el mandatario perico, Antonio Baró, le cerró la puerta sin contemplaciones: "Su incorporación es innecesaria", manifestó en los periódicos, lo cual lo llevó a fichar por el Real Zaragoza.

En La Romareda, Canito sólo permaneció una temporada, tuvo después un paso fugaz por Os Belenenses de Portugal y antes de llegar a la treintena acabó jugando con el Lloret en Tercera. En ese momento, todo el mundo sabía lo que había.

Completó su descenso a los infiernos en los años que vinieron y a todos les dolía su deterioro físico y mental. Arrasado por las drogas apareció un día en el Villamarín para pedirle dinero a sus amigos del Betis. Allá por los 90 largos.

Rafael Gordillo hizo una colecta entre la gente que lo apreciaba y le preparó asimismo una bolsa con ropa, que Canito agradeció mucho. Incluso en unas declaraciones que hizo en televisión en aquellos días.

Un tiempo en el que juraba y perjuraba que había dejado las drogas y que era un hombre nuevo. Pero nunca fue verdad. Murió tristemente en el año 2000, con 44 años, y desde entonces se recuerda que pudo haber sido el Beckenbauer del fútbol español. Un futbolista extraordinario que se puso la camiseta del Betis.