Juan Antonio García Soriano abre el marcador en aquel mítico Real Betis-Milán de septiembre del 77. Su disparo seco bate a Albertosi. El comienzo de un camino europeo que hizo felices a los béticos.

El mejor centro del campo de España

En 1977 el Real Betis inició con una gran victoria ante el Milán su andadura en la Recopa, mereciendo incluso los elogios del entrenador italiano, Nils Liedholm

Por Manolo Rodríguez

 

Es muy probable que en los próximos años puedan venir de camino otros enfrentamientos entre el Real Betis y la AC Milan, como el que se juega esta noche en Catania. Un partidazo contra un grande de Europa. La globalización del fútbol de verano así lo propicia y, junto a esto, siempre permanece latente la esperanza de que los verdiblancos puedan volver a las competiciones continentales que tan comunes le fueron cuando el actual vicepresidente deportivo, Lorenzo Serra, dirigía al equipo desde el banquillo.

Pero por más veces que esto ocurra, seguramente nada será como en aquel mes de septiembre de 1977, cuando la Recopa visitó por primera vez la tierra de Heliópolis y el Real Betis pareció tan grande que aún emociona su recuerdo.

Aquel Betis era el que se había proclamado campeón de Copa en junio y quiso el destino que iniciara su camino europeo enfrentándose a la AC Milan, esa magnífica escuadra en la que seguía reinando el legendario Gianni Rivera, y que en el mes de agosto se había adjudicado el trofeo Villa de Madrid jugado en el Vicente Calderón.

El primer partido sería en Sevilla el miércoles 14 de septiembre y hasta Italia se fue Rogelio Sosa para espiar a los 'ossoneros'. Los vio en Florencia y completó un informe en el que, sobre todo, destacaba su firmeza defensiva. Una noticia delicada, ya que el entrenador Iriondo no andaba muy sobrado de delanteros.

En aquellos días era público y notorio su enfrentamiento con Megido (al que el secretario técnico, José María de la Concha, andaba buscándole equipo) y Hugo Cabezas, el fichaje más importante del verano, estaba lesionado. Las únicas alternativas eran Ladinszky (que salía de una lesión) y Eulate. Y los puso a los dos.

Con quien no pudo contar de ninguna de las maneras Iriondo fue con el joven y prometedor Gordillo, un vendaval por el costado zurdo, aún más extremo que defensa, quien se hallaba haciendo la mili. Palabras mayores.

La expedición italiana aterriza en Sevilla el lunes 12 por la tarde. Al frente viene su presidente, Felice Colombo, un empresario del sector del plástico, que años después pasaría tristemente a la posteridad por verse implicado en el caso de las apuestas ilegales que acabaron determinando el descenso milanista a la serie B.

Traen hasta su propio cocinero, pero la figura que más destacada es la de su entrenador, Nils Liedholm, Il Barone, como gusta llamarlo la prensa italiana. El mejor futbolista sueco de todos los tiempos, campeón olímpico en 1948 y finalista en la Copa del Mundo de 1958, y figura sobrenatural en el Milán de los años cincuenta.

Alto y rubio, elegante y refinado, causa admiración al día siguiente en el entrenamiento que realiza el equipo en la Ciudad de San Juan de Dios, en Alcalá de Guadaira. Le pega a la pelota como los ángeles y ni siquiera avisándole de por dónde va a ir el balón puede detener sus disparos el legendario portero Enrico Albertosi.

El Betis, por su parte, lo ganaba todo en aquellas fechas. Durante la pretemporada se había impuesto en los trofeos Ciudad de Palma y Ciudad de Sevilla (en éste último, venciendo con claridad al eterno rival con un hat-trick de Attila Ladinszky), lo cual le otorgaba unos caracteres de triunfador que tenía embriagados a los aficionados.

Aun así, Heliópolis no se llenó en su integridad  –quizás porque las entradas fueron muy caras-, pero la asistencia fue masiva. El estadio vistió sus mejores galas y tal vez los béticos recibieron aquella noche el espaldarazo definitivo a su vertiginoso ascenso como entidad.

El choque comienza a las nueve y media de la noche y a las órdenes del francés Michel Kitabdjian, los equipos presentan las siguientes alineaciones:

Real Betis: Esnaola; Bizcocho, Biosca, Sabaté, Benítez; López, Alabanda, Cardeñosa (Muhren, m.85); García Soriano, Eulate y Ladinzsky (Cobo, m.66).

AC Milan: Albertosi; Sabadini, Morini, Boldini, Maldera; Turone, Bigon, Capello, Tosetto (Antonelli, m.80); Biasiolo (Calloni, m.67) y Buriani.

Aquel Betis tan grande suelta un partidazo imponente. Es mejor de principio a fin y basa su indudable poderío en el prodigioso mediocampo que componen López, Alabanda y Cardeñosa. Tan evidente es el recital que el propio entrenador italiano, Nils Liedholm, reconoce al final del encuentro que: “El Betis tiene el mejor centro del campo de España”.

Ganan los verdiblancos por 2-0 y el marcador lo abre Garcia Soriano en el minuto 15, tras agarrar un impresionante disparo que llega a doblar las manos del cancerbero lombardo. El segundo gol lo materializa Eulate en el 73 al colocar por encima del portero un medido centro de Benítez. Pudieron ser más, pero la madera en dos ocasiones y las paradas de Albertosi impidieron que la victoria fuera más amplia.

Liedholm se teme lo peor y así lo dice: “El Betis nos ha superado en todo y será muy difícil remontar”. Una impresión que comparte en el vestuario el secretario técnico milanista, Nereo Rocco, otra figura legendaria del fútbol italiano al que siempre se le ha atribuido la creación del “catenaccio”.

Algo que felizmente acabó por concretarse dos semanas más tarde en San Siro, el 28 de septiembre de 1977. Aunque a la escuadra italiana volvió su gran mito Gianni Rivera (ausente en el Villamarín por acumulación de amonestaciones), el Betis fue capaz de arrancar un 2-1 (gol de López) que lo metió en los octavos de final. Una noche inolvidable en la que ya estuvo presente Rafael Gordillo.