Imagen del Betis-Deportivo del 3 de abril de 1932.

El Deportivo de La Coruña fue testigo del primer ascenso del Real Betis

En abril de 1932 el club verdiblanco le regaló a Sevilla el fútbol de Primera División tras derrotar a los gallegos en el campo del Patronato en el último partido del campeonato

Por Manolo Rodríguez

 

El Betis ascendió por primera vez a Primera División el 3 de abril de 1932. Un domingo primaveral lluvioso y destemplado. El día en que le ganó al Deportivo de la Coruña en el campo del Patronato y Sevilla pudo comenzar a disfrutar el fútbol grande que no se había conocido en la ciudad desde que en 1928 se pusiera en marcha la Liga Nacional de Fútbol.

Esa campaña del ascenso el Betis era un serio candidato a pelear por la conquista. No en balde en 1931 había jugado la final de Copa contra el Athletic Club de Bilbao (también el primer equipo de la ciudad que lo conseguía) y ello provocaba que entre la afición creciera la esperanza de que, por fin, podía llegar el salto tan anhelado.

El bloque del equipo seguía siendo el mismo que le había peleado el título copero a “los leones” en Madrid. Un conjunto con jugadores tan emblemáticos como el portero Jesús “Manos Duras”, Andrés Aranda, Peral, Soladrero o Enrique, a los que se había unido esa temporada Mariano García de la Puerta, un tipo peculiar e inclasificable que venía del Madrid. Un futbolista tan genial como incomprensible de quien dijo una vez el recordado humorista Miguel Gila, buen amigo del futbolista, que “García de la Puerta ha sido, sin lugar a dudas, aunque olvidado, el mejor delantero de la historia del fútbol español. Hacía cosas que ningún jugador sería capaz de hacer en la actualidad. Si faltaban veinte minutos para terminar el partido y su equipo iba perdiendo por dos a cero, García de la Puerta hablaba con sus directivos y les decía: “Si me dan treinta duros, meto tres goles.” y los metía…” Además, y por si faltara algo, fue uno de los mejores saltadores de trampolín de su época.

En el banquillo se mantenía desde la temporada anterior Emilio Sampere Oliveras, un catalán de 48 años que había sido fundador y futbolista del RCD Espanyol. Fumador empedernido, tocado siempre de sombrero, se le tenía por un profesional trabajador y directo cuya primera experiencia como entrenador la había tenido en el Real Murcia.

El principal debutante en aquel equipo consolidado era precisamente el presidente. Un personaje de una enorme estatura intelectual. El abogado, bibliógrafo, político y catedrático José Ignacio Mantecón Novasal, aragonés llegado a Sevilla en 1926 tras opositar al Archivo de Indias.

Su amistad con Ignacio Sánchez Mejías lo inició en los misterios béticos y su compromiso político lo llevó a dirigir en Sevilla el partido Acción Republicana de Manuel Azaña. Se mantuvo en la presidencia del Betis hasta 1933 y dos años más tarde retornó a Zaragoza donde, ya en la Guerra, ocupó distintos e importantes cargos al servicio Gobierno de la República. Murió en México en 1982.

Modernas investigaciones, principalmente del profesor Emilio Carrillo, han acreditado que José Ignacio Mantecón perteneció a la masonería y de ahí las muy diversas interpretaciones surgidas respecto a que el escudo elaborado en 1931 por Enrique Añino Ylzarbe-Andueza, vocal de aquella Directiva y cofundador del Sevilla Balompié, contaba con un evidente origen masónico.

Ese escudo, con el rombo y el triángulo con las 13 barras, sin corona, se estrenó el 6 de enero de 1932, con ocasión del encuentro disputado contra el Athletic de Bilbao que celebraba las Bodas de Plata del club. Para entonces, el campeonato de segunda llevaba cinco jornadas. Y la cosa iba bien. Sólo una derrota. El Betis había ganado tres partidos y empatado otro.  Con el añadido agradable de que una de las victorias llegó en Nervión, donde los verdiblancos se impusieron al Sevilla por 2-3, con dos goles de García de la Puerta y uno de Adolfo II.

A partir de ahí, las cosas no cambiaron. El Betis confirmó sus aspiraciones y a cuatro jornadas del final marchaba en cabeza con un punto de ventaja sobre el Oviedo. Entonces, de manera sorprendente, recibió un durísimo correctivo en el campo del Athletic de Madrid y, de pronto, surgieron las dudas.

El siguiente rival en el Patronato era el Oviedo, el nuevo líder. Un equipazo en el que destacaba el mítico delantero Isidro Lángara. Suyos fueron los dos primeros goles que sembraron el pánico en la afición bética. A cinco minutos del descanso recortó García de la Puerta y en la segunda parte el Betis fue un vendaval. Otros tres goles de Enrique, Romero, y de nuevo García de la Puerta (que salió a hombros del campo) le dieron la vuelta al marcador y a los pronósticos. 4-2 al final. Por ello, una vez más, el diario ABC de Sevilla recordó que “esas son las cosas del Betis. Quien le aplicó el calificativo de desconcertante, acertó”.

Volvió a lo más alto y viajó a Vigo. Ese mismo domingo se enfrentaban en Buenavista el Oviedo y el Sporting de Gijón, sus dos inmediatos perseguidores. En Balaídos el partido es durísimo, jugado sobre un fangal. Soladrero adelanta a los béticos y a siete minutos del final empata el Celta de penalti. Andrés Aranda declara escandalizado que nunca les dieron tantas patadas como esa tarde. En Oviedo, por su parte, gana el Sporting 0-1. Un resultado que deja a los locales sin opciones. Pero los gijoneses siguen en la carrera. El Betis suma 23 puntos; el Sporting, 22. Al domingo siguiente hay que derrotar al Deportivo para certificar el ascenso.

Esta cercanía del éxito desborda las pasiones en Sevilla. La expedición bética regresa de Galicia el martes 29 de marzo y ya a la altura de Las Pajanosas la recibe un buen número de vehículos. En La Pañoleta y Triana se le unen más aficionados. De ahí, se dirigen a la Plaza de San Francisco, al Bar Jerezano, uno de los centros neurálgicos del beticismo de aquel tiempo, donde cientos de personas vitorean a los futbolistas.

El entusiasmo se prolonga durante toda la semana en los periódicos. Abundan las cartas que solicitan el merecido homenaje para los jugadores (el que no se les tributó con ocasión de la final copera), pero también hay voces que alertan de la excesiva euforia. El ABC publica: “Una improbable derrota de los béticos y una difícil victoria de los gijoneses en Castellón darían al traste con todas las ilusiones y esperanzas nunca tan fundadas como en la ocasión presente. Conviene advertir esto para que los jugadores del club blanquiverde no olviden la responsabilidad que sobre ellos pesa en el momento actual, y salgan al terreno decididos a adjudicarse la victoria”.

El domingo del ascenso amanece extrañamente lluvioso. Un chubasco pertinaz que no cesará durante toda la tarde. La Federación le hace los honores a la importancia del partido y designa a uno de los mejores colegiados del escalafón para que dirija el encuentro. Nada más y nada menos que el árbitro internacional Pedro Escartín. A sus órdenes, los equipos presentan las siguientes alineaciones:

Betis Balompié: Jesús; Aranda y Jesusín; Peral, Soladrero y Adolfo I; Timimi, Adolfo II, Romero, García de la Puerta y Enrique.

Deportivo de la Coruña: Rodrigo; Solla y Alejandro; Sarasqueta, Esparza y Fariñas; Torres, Triana, Feliciano, Chacho y Diz.

El Patronato está lleno a rebosar. Lleno y ansioso, como el equipo, que en la primera parte no encuentra el modo de meterle mano al Deportivo, un buen conjunto que marcha quinto en la tabla. Antes del descanso marcan los gallegos. Más nervios en medio del aguacero.

Pero en la segunda parte cambian las cosas. Enrique empata pronto y Romero con dos goles redondea el 3-1 final. La gente se echa al campo y coge en hombros a los futbolistas, al entrenador Sampere… y hasta al portero del Coruña, que había estado enorme.

Enseguida salen en manifestación por las calles para contarle al mundo que el Betis ya es de Primera División. De manera muy particular, según refieren los periódicos, “un grupo muy nutrido de la afición bética de Coria del Río, que fue de las más entusiastas”.

En la Peña Bética del Pasaje del Duque se reúnen de inmediato los jugadores y directivos a celebrar el triunfo. Acuden asimismo los equipistas del Coruña y hasta el árbitro Escartín, aunque éste, prudentemente, se retira pronto para tomar el expreso que lo devuelve a Madrid.

En el Bar Jerezano, por su parte, también hay fiesta. Incluso “el notable tenor Sr. Feria, acompañado a la guitarra, cantó un himno cuya letra había prevenido un hincha”, tal como dejaron referidas las crónicas de la época.

Al día siguiente continuaron los festejos. Actos populares los llamaron. A las siete se celebró una función teatral en el Duque a la que asistieron el Gobernador Civil, Vicente Sol y el alcalde José González y Fernández de la Bandera, junto con los jugadores y el entrenador béticos, todos ellos acomodados en una platea adornada con los colores verdiblancos y enriquecida con diversos trofeos ganados por el club. La compañía de la Isaura representó la comedia “Los Caballeros”.

Después hubo un banquete en la Peña Bética del Pasaje del Duque con discursos vibrantes, particularmente el del alcalde, que fue muy aplaudido.

A partir de ese momento, comenzó el futuro. El más hermoso. El que traería tres años más tarde el título de liga. Una gesta que empezó a construirse ese mismo verano de 1932, cuando el presidente Mantecón decidió prescindir de los servicios del entrenador Emilio Sampere para fichar a Mister Patricio O’Connell.

Para entonces, ya estaba en la historia ese primer ascenso a Primera División. El que el Betis, pionero en tantas cosas, le regaló a la ciudad de Sevilla con el Deportivo de la Coruña por testigo.