El Betis de los checos. El trío posa junto de pie en la alineación que jugará la promoción contra el Dépor. De izquierda a derecha, de pie: Fernández, Recha, Grussmann, Kukleta, Bilek y Miguel Ángel I; agachados: Loreto, Gabino, Merino, Ureña y Rodolfo.

HISTORIA | El año de los checos

En la temporada 1991-92 el Real Betis tuvo en su plantilla a un entrenador checoslovaco y a tres futbolistas de sa misma nacionalidad

Por Manolo Rodríguez

 

En la temporada 1991-92 el Real Betis vivió una circunstancia insólita en su historia pasada y futura. Esa campaña, cuando el club militaba en Segunda División, tuvo en su plantilla a un entrenador checoslovaco y a tres futbolistas de esa misma nacionalidad. Algo verdaderamente sorprendente, si se valora que hasta ese momento la presencia checoslovaca había sido muy escasa en los libros verdiblancos.

Únicamente existían dos precedentes y marcados ambos por el apellido Daucik. Primero, con el fichaje en 1960 del prestigioso técnico Fernando Daucik (aunque la ciudad donde naciera en 1910, Sahy, pertenezca hoy a Eslovaquia) y, con él, la aparición esa misma temporada de su hijo Yanko, un delantero espigado y sobrio que años más tarde llegó a jugar en el Real Madrid.

Desde entonces, ni un compatriota más pasó por Heliópolis. Hasta 1990, en que llegó  Michael Bilek, fino centrocampista que procedía del Sparta de Praga. Contaba 25 años y había sido 29 veces internacional con la selección de su país, con la que había participado en la última Copa del Mundo de 1990.

Bilek llegó en el mercado de invierno y gustó a la afición. Mucho incluso. Era un buen futbolista, inteligente y elegante, que mejoró sensiblemente al equipo, aunque no pudiera evitarse el descenso tras aquella desafortunada campaña. Lástima que no hubiera llegado a un Betis más sosegado y estable.

Presidía el club el doctor Hugo Galera y los tiempos no eran fáciles. De una parte, porque ascender era una exigencia y, de otra, porque no había mucho dinero como para grandes fichajes. Todo ello, agravado por el hecho de que esa temporada era crucial para poderse acogerse al Plan de Saneamiento y aspirar a convertirse en SAD, la única posibilidad de salvación de la entidad.

Desde muy pronto, la Junta Directiva se puso a buscar entrenador. Y a sugerencia del portero Nery Pumpido, decidió apostar por el argentino Carlos Pachamé. Pero no pudo ser. Pachamé vino a Sevilla, pero entonces se supo que no había entrenado tres años en la Primera División argentina y que, por tanto, su título no podía ser homologado.

Una semana más tarde se fue por donde vino, pero Galera no dio su brazo a torcer. Recurrió a la Federación y el 24 de mayo de 1991 oyó lo que no quería oír. Le negaron su petición y Pachamé, para siempre, fue ya un recuerdo.

A partir de ese momento, hubo rumores para todos los gustos. Y siempre exóticos. Sonaron los búlgaros Vasilev y Borisov y también cotizó al alza el yugoslavo Iván Brzic, ex técnico de Osasuna.

Finalmente, el elegido fue el checo Josef Jarabinsky, quien había hecho mayormente su carrera, tanto de jugador como de entrenador, en el Sparta de Praga y que en la última temporada había estado en Turquia entrenando al Genclerbirligi SK.

Jarabinski, un hombre serio y correcto, de 47 años y licenciado en Ciencias Económicas, parecía un técnico fiable y metódico que pretendió desde el principio asegurar las victorias en casa y amarrar empates lejos de Heliópolis. Así fue al principio, aunque después las cosas se torcieran.

La estrella de Jarabinski se fue apagando poco a poco y a ello quizá contribuyera (junto a los malos resultados, por supuesto) un suceso que tuvo lugar allá por el mes de noviembre de 1991. Un grave despiste, con ocasión de una visita a Madrid para jugar un partido de Copa contra el Getafe, que le hizo perder el avión en el aeropuerto de San Pablo.

Jarabinski recogió su tarjeta de embarque, se puso a leer un libro, no oyó la megafonía y sin que nadie advirtiera su ausencia se quedó en tierra. Sólo al llegar a Barajas le echaron de menos. Una situación tan desairada que le llevó a extremar su profesionalidad y su pundonor. Tanto, que un par de meses más tarde ni siquiera acudió a Praga al entierro de su madre por no encontrar unos enlaces aéreos que le permitieran atender sus compromisos con el equipo.

El segundo futbolista checo que vino a acompañar a Bilek en el verano del 91 fue Alois Grussmann, un excelente cabeceador, solicitado por el entrenador, que celebraba los goles abriendo los brazos y simulando el movimiento de un avión. Un centrocampista rocoso que dejó buen sabor de boca en la única temporada que vistió la camiseta verdiblanca.

Para diciembre de ese año quedó el fichaje de Roman Kukleta, el tercer jugador checoslovaco y la operación más compleja. Fichado en septiembre, el jugador tardó más de tres meses en incorporarse a la disciplina bética. De una parte, porque antes debió atender los compromisos europeos del Sparta de Praga –el gran vivero bético de aquellos años- y, junto a esto, porque el club no quiso dar la imagen de que hacía un fuerte desembolso económico en una contratación justo en los meses en que llamaba a todas las puertas solicitando el crédito que le permitiera entrar en el Plan de Saneamiento.

Al entrenador Jarabinski lo acabaron echando recién terminada la primera vuelta, pero el rendimiento goleador del trío checo fue más que bueno. Entre los tres marcaron 24 tantos: 11 Bilek; 8 Grussmann y 5 Kukleta, unos números que sólo compartió con ellos Pepe Mel, que anotó 9.

El Betis no subió esa temporada (aquella promoción perdida ante el Deportivo de la Coruña) y en junio de 1992, antes incluso de la conversión del club en SAD, rescindió los contratos de  Bilek y Grussmann, a pesar de que ambos  tenían firmados dos años más de vinculación con la entidad de Heliópolis.

Una drástica decisión que no sólo vino motivada por la carestía de sus fichas, sino por la importante deuda que mantenía el Betis con ambos jugadores y con los directivos checos. Por contra, se hizo en propiedad con los servicios de Roman Kukleta, cuyo rendimiento nunca estuvo a la altura exigida.

Los tres compatriotas coincidieron en 14 ocasiones con la camiseta del Betis (Kukleta apenas jugó 3 partidos a las órdenes de Jarabinski) pero Bilek y Grussmann compartieron titularidad durante casi todo el año.

Y uno de esos encuentros que disputaron juntos fue ante el Eibar, el rival de esta noche, con Jarabinski aún en el banquillo. La segunda vez en la historia que el Betis iba a Ipurúa. Empate a cero que dijo poco. Un punto y poco más.

Se disputó el 10 de noviembre de 1991 y la alineación verdiblanca estuvo compuesta por: Fernández; Merino, Ureña, Julio, Rodolfo; Márquez, Grussmann, Bilek; Gabino, Mel y Zafra. Sin cambios.

Todos ellos, Jarabinski, Bilek, Grussmann y Kukleta, regresaron a su tierra concluida la aventura en el Real Betis y allí, sobre el terreno, vivieron el cambio trascendental que se vivió en su país el 1 de enero de 1993. El día en que Checoslovaquia se dividió en dos. Desde entonces, la República Checa (o Chequia) y la República Eslovaca (o Eslovaquia) son dos estados independientes.

Desde entonces, el único jugador llegado de aquellos lugares ha sido el eslovaco Miroslav Karhan, que vistió la camiseta verdiblanca en la temporada 1999-00.