Carlos Peruena salta a disputar un partido del Real Betis en la temporada 1980-81. Con la camiseta por fuera, como en él era habitual.

HISTORIA | Recordando al Toto Peruena

Todos apreciaron a este defensa uruguayo que llegó al Real Betis a finales de los años 70 y falleció en Venezuela en 2018 acuciado por una situación económica muy precaria

Por Manolo Rodríguez

En la primavera alta de 2018 los béticos celebraban el ocaso de una gran temporada. El final de un campeonato en el que el equipo había ido de menos a más hasta conseguir clasificarse para la Europa League. Un retorno a las competiciones europeas que era el mejor premio a esa campaña en la que volvió a crecer el patrimonio de la entidad con el estreno de la nueva tribuna de Gol Sur.

Pero entonces, en medio de ese jubileo, llegaron muy malas noticias desde Venezuela. Un periodista de aquel país, Luis Edgardo Aguilar, le escribió a Rafael Gordillo poniéndolo al corriente de los graves problemas de salud por los que estaba atravesando Carlos Peruena, un recordado defensa del Betis de finales de los años 70, al que todos sus compañeros querían con auténtico fervor.

Estas noticias alertaban de que a Peruena le habían diagnosticado un tumor metastásico que se complicó debido a un problema cardíaco anterior que impedía que pudiera someterse a cirugía. Un doloroso panorama agravado por el hecho de que sus recursos económicos eran muy precarios. Tanto, que el futbolista vivía acogido por el Deportivo Español "en un cuartito humilde" en las propias instalaciones de este club venezolano, donde trabajaba entrenando a niños a cambio de alojamiento y comida.

Saber aquello conmocionó a sus amigos y movilizó al Real Betis. Al frente de la operación se puso Rafael Gordillo, quien enseguida comenzó a trabajar codo con codo con la Asociación de Ex Jugadores que entonces presidía Demetrio Oliver. Lo siguiente fue informar de lo ocurrido a los colectivos de veteranos del Oviedo y del Granada, los otros dos clubes españoles en los que había actuado Peruena. Todos ayudaron, aportando cantidades que permitieran costear su tratamiento e hicieran posible que el futbolista se pudiera reencontrar con su madre y su hermana a las que no veía desde hacía treinta años.

Sin embargo, todos esos esfuerzos guiados por el corazón no impidieron el peor de los desenlaces. Para dolor general, Carlos Eduardo Peruena Rodríguez, conocido como el "Toto", falleció en el estado de Barinas el 2 de junio de 2018, a los 63 años de edad, acompañado por algunas de las madres de los niños a los que adiestraba en el Deportivo Español. Ese club al que el Real Betis le envío una importante partida de balones y material deportivo para que nunca cayera en el olvido la profunda huella que Peruena dejó en Heliópolis.

A partir de ahí, quedó la estela del recuerdo que hoy afloramos de nuevo. La memoria de un buen hombre que vivió sus últimos 30 años en Venezuela, pero que había nacido en Uruguay, siendo el tercer jugador de esta nacionalidad (tras Carlos Jurado y Hugo Cabezas) que militaba en el equipo bético.

Carlos Peruena llegó al Betis en el verano de 1978, apenas tres meses después de aquel descenso que no se explicaba nadie. Tenía 23 años, había vestido la camiseta celeste de Uruguay en la Copa América de 1975 y respondía a la exigencia del club verdiblanco de

contar con los servicios de un defensa central de auténtica categoría que pudiera complementarse en el eje de la zaga con el mundialista Antonio Biosca.

Sin embargo, no fue la primera opción que entonces manejó el club. La prioridad del nuevo entrenador, José Luis García Traid, era que el Betis fichara al argentino Ricardo Rezza, un formidable zaguero que había estado a sus órdenes en el Salamanca. Y a ello se puso el secretario técnico José María de la Concha, quien, por cierto, ya le había comunicado a la entidad que esta sería su última gestión antes de abandonar el cargo.

Juntos se fueron a Sudamérica, hablaron con unos y con otros, vieron algunos partidos del Mundial-78 y allí comprobaron que lo de Rezza no podría ser. El futbolista prefirió aceptar una oferta del Sporting de Gijón y esa puerta quedó cerrada.

Entonces volvieron sus ojos hacia Carlos Peruena, un titular indiscutible de Peñarol de Montevideo, y acabaron entendiéndose con el club aurinegro y con el representante del futbolista, un armenio llamado Sergio Arakelian que por aquellos entonces era el exclusivista de los futbolistas charrúas. Un tipo encantador, de recursos ilimitados, que ya había estado detrás del traspaso al Betis de Hugo Cabezas un año antes y que también traería a España (Rayo y Valencia) a Fernando Morena, uno de los más grandes delanteros sudamericanos de todos los tiempos.

La operación Peruena se tasó en unos 15 millones de pesetas y quedó previsto que el futbolista estuviera en Sevilla a principios de agosto. Pero se demoró su llegada como consecuencia de la disputa del Campeonato Uruguayo (que ganó Peñarol) y eso sembró la desconfianza en el entorno bético. A tal punto, que la directiva le envió un tajante telegrama a su representante instándole a que el futbolista se incorporase como muy tarde el 16 de agosto. En caso contrario, se rompería el acuerdo.

Con la camiseta del Betis

Por fin, vestido con ropa de invierno, el "Toto" Peruena, aterrizó en San Pablo el 14 de agosto. Después, Arakelian se reunió con los dirigentes Juan Mauduit y Ramón Bordas (el presidente Núñez se hallaba convaleciente de una intervención quirúrgica) y acabó cerrándose el acuerdo con una rebaja sobre el precio inicial por el perjuicio que al Real Betis le había causado que el jugador no se alineara en el partido de presentación disputado contra el Girondins de Burdeos el día 11.

Peruena firmó definitivamente su contrato el 19 de agosto y, a pesar de su timidez y de sus pocas palabras, encajó muy bien en la plantilla. Lo querían. Y él a los compañeros, de los que dijo que: "Parece que he estado junto a ellos toda la vida. En el Betis estoy muy contento".

Fue el primer jugador de color que se alineó en competición oficial con el Real Betis, ya que los precedentes anteriores de los que se tienen noticias (el tangerino Abdesalam en 1930 y el portugués Alinho en 1975) sólo actuaron en partido amistosos.

En el Villamarín se le vio por primera vez a finales de agosto en un encuentro de pretemporada en el que los verdiblancos golearon por 7-0 al Club Atlético de Portugal. A esto le siguió un "impase" de dos semanas a la espera de que se cumplimentara su documentación y, por fin, pudo debutar en el campeonato de Liga el 8 de octubre de 1978 en un choque que enfrentó al Real Betis contra el Elche.

En esa primera campaña su rendimiento fue intermitente. Jugó al principio, entró y salió después, y acabó siendo fijo en los 4 últimos partidos que desembocaron en el ascenso. Fue parte de aquel Betis que tanto sufrió en tierras hostiles y en alguna ocasión, como en Almería, hubo de defender a sus compañeros, paragua en mano, tras una sonora trifulca en las puertas del estadio.

En la segunda temporada, ya con Carriega a los mandos, pudimos ver al futbolista que fue en Peñarol. Se convirtió en el complemento perfecto de Biosca y jugó más que ningún otro central, a pesar de que se año se incorporaron nada menos que tres a la nómina verdiblanca: Alex, Richard y Pelayo.

Lo mismo ocurrió al año siguiente y para entonces ya parecía como del paisaje, como si llevara aquí toda la vida. El número 4 a la espalda, su pelo afro, la camiseta por fuera, las medias muchas veces caídas, el andar pausado, sus salidas con el balón al pie, la dureza justa en los momentos precisos. Un estilo que lo definía y una afición que cada vez lo fue haciendo más suyo.

Jugó algo menos en su cuarto año y al acabar esa temporada 1981-82 el club apostó por la juventud de Alex y Carmelo y, sobre todo, por el fichaje estrella que supuso Canito. Carlos Peruena dejó Heliópolis con un balance de 118 partidos oficiales disputados (100 de Liga y 18 de Copa), en los que marcó 3 goles, y se trasladó al Oviedo, pasando posteriormente al Granada, donde permaneció dos campañas.

Retornó a Sudamérica en 1985 para vestir la camiseta del Olimpia de Paraguay y, de nuevo en su país, la del Sportivo Cerrito de Montevideo. Pero en 1988 descubrió Venezuela. Fichó por el Atlético Zamora de Barinas y ya se quedó para siempre en este país.

Como nos contaba en aquellos días dolorosos de su enfermedad el periodista Luis Edgardo Aguilar: "Fue líder y figura jugando en el Atlético Zamora de Barinas. Después se quedó y fue asistente técnico de una plantilla que subió a Primera. Ya lleva 25 años trabajando en el Club Deportivo Español, que es donde vive. Lo tratan bien y le alimentan correctamente, pero después de haber jugado en Europa vive en un estado de humildad importante. Es muy querido aquí y los niños que han estado en sus manos y han llegado a ser futbolistas profesionales le respetan e incluso le piden su bendición. Es un buen ser humano que se da a querer".

Es cierto. Todos quisieron al Toto y por eso nadie dudó en ayudarlo. Sobre todo, el Real Betis y sus compañeros de entonces. Los que tanto lloraron la pérdida de quien, en efecto, fue un buen hombre.