Juan Corbacho, con un banderín del Real Betis en las manos, durante la concentración del equipo en la pretemporada de 1989. A su derecha, el veterano José María de la Concha, entonces directivo, y con ellos algunos jugadores como Job, Valentín, José Luis y Rincón.

HISTORIA | La tardía llegada a Eibar

82 años debió esperar el Real Betis para jugar un partido de Liga en Ipurúa, donde debutó en la temporada 1989/90 cuando a los verdiblancos los entrenaba Juan Corbacho

Por Manolo Rodríguez

Como ya escribimos del Getafe, la Sociedad Deportiva Eibar también lleva un buen puñado de años jugando ininterrumpidamente en Primera. 7 temporadas con la actual, para ser exactos, aunque en este curso ha llegado a las últimas jornadas del campeonato con la amenaza cierta de caer a la división de plata. Precisamente la categoría en la que se vio las caras por primera vez con el Real Betis.

Un duelo inaugural que tardó en llegar, puesto que los verdiblancos habían cumplido ya 82 años de vida cuando se estrenaron en el campo del Eibar. Demostración evidente de que el equipo guipuzcoano no contaba con mucha tradición en las categorías superiores. Pero eso no quería decir que careciera de historia. 

Fundado en 1940, el fútbol que practicaban aquellos animosos muchachos sirvió para mitigar los quebrantos de una localidad a la que devastó la Guerra Civil. De hecho, el campo de Ipurúa, construido en 1947, se levantó sobre la ladera de un monte donde se acumulaban los escombros que provocaron los bombardeos. 

Inicialmente lucieron el rojo y blanco del Athletic de Bilbao, hasta que en 1943 les regalaron una equipación completa del Barça. Y como la bandera del pueblo también tenía esos colores, pues los hicieron suyos para siempre.

La SD Eibar anduvo por Segunda División en la década de los 50, pero siempre en el grupo norte, muy lejos de Heliópolis. Más tarde, hizo un largo peregrinar por la Tercera y cuando concluía la década de los 80 retornó a la categoría de plata. Y entonces apareció el Betis.

Fue en la campaña 1989/90. Un tiempo que en el Villamarín se vivía como un duelo. Los verdiblancos habían descendido después de diez temporadas consecutivas en la élite y eso desató un abatimiento desconocido. Una tristeza general que impedía el sosiego.  Estaba recién llegado a la presidencia el doctor Hugo Galera y se pregonaban medidas extremas para mitigar las enormes dificultades económicas que atravesaba la entidad. 

Se redujeron drásticamente los gastos y el primer dato elocuente fue la contratación del entrenador. Negociaron con Vicente Miera, un prestigioso técnico que durante muchos años fue ayudante de Miguel Muñoz en la selección española, y, después, con Colin Addison, un británico que había trabajado en el Celta y el Atlético de Madrid. Pero con ninguno de los dos hubo acuerdo económico.

Por ello, en una decisión inesperada y sorprendente, se acabó anunciando que el nuevo entrenador sería Juan Corbacho, un hombre modesto cuya experiencia profesional no había ido más allá de equipos como Riotinto, Brenes, Mairena, Sevilla Atlético o Utrera. Un tren que no podía dejar pasar a sus 48 años. 

Por esta razón, y por cómo de mala estaba la cosa, aceptó unas condiciones económicas que nada tenían que ver con las que eran comunes en el fútbol del momento. Renunció a la ficha anual y aceptó percibir una mensualidad de 250.000 pesetas, a la que se sumarían las primas dobles y un premio final de cinco millones si ascendía al equipo, de los cuales, en un gesto magnánimo, la directiva le adelantó uno de ellos.

Como hombre que venía de la base, su discurso se caracterizó por la austeridad y reveló desde el principio su manera de concebir el juego: "El Betis irá a los campos a sufrir", dijo. Esa era la base de todo para él: el sufrimiento.

Desde la pretemporada comenzó a imponer el sistema que le gustaba, el 5-3-2 que había traído al fútbol español el galés John Benjamin Toshack.  Un modelo táctico que estaba de moda y que negoció con los jugadores, haciéndoles ver que "no era defensivo, sino muy coherente y flexible".

Con eso, y con el fichaje estrella del goleador Pepe Mel, el Betis de Corbacho pareció asentarse en un fútbol cargado siempre de tensión y lucha, rudimentario y agónico, pero efectivo.

Después de ocho jornadas era líder y, además, había eliminado en la Copa al Mallorca y al Castellón, dos equipos de Primera. La situación parecía estable, sin exhibir mucha calidad, pero con puntos, y, lo que es más importante, con la gente contenta.

El primer revés llegó con la derrota en casa ante el filial del Bilbao, que esa temporada contaba con una extraordinaria camada de futbolistas y de posteriores personajes del fútbol. Ahí estaban el después presidente del Athletic, Josu Urrutia, y los futuros entrenadores Xavi Gracia y Asier Garitano, todos ellos dirigidos por Iñaki Sáez, quien con el correr de los años llegaría a ser seleccionador nacional. 

Aquella tarde marcó Pepe Mel su gol más hermoso con la camiseta del Betis, pero la remontada no pudo completarse. La afición, sin embargo, no se preocupó mucho. Un accidente lo llamaron. Y enseguida la plantilla empezó a preparar el desplazamiento a Eibar. Por primera vez en 82 años de historia verdiblanca.

Durante la semana, Corbacho dijo que le preocupaba el juego aéreo del equipo vasco y confirmó algunos cambios obligados. Gail estaba lesionado y Calderé, sancionado. Dos bajas de jerarquía en el mediocampo. 

El Eibar ya se revelaba entonces como un club atípico en el que todos los jugadores tenían otras ocupaciones al margen del fútbol. Profesionales de otros ramos y la mayoría, estudiantes. Gente que tenía que recorrer hasta ochenta kilómetros de distancia para poder entrenar por las tardes y que durante el resto del día tenían sus ocupaciones respectivas. 

Entre ellos, los casos más emblemáticos eran el del portero Garmendia, titular de una carnicería, y el de Luluaga, agente comercial. En sus turnos como visitantes recorrían el país en autobús y ya se habían convertido en leyenda los bocadillos que les preparaba Garmendia con productos de su charcutería. Un ejemplo del semi profesionalismo de otra época que, sin embargo, se mantenía más vivo que nunca en Eibar.

Lluvia y barro

Allí llegó el Betis el lluvioso domingo 5 de noviembre de 1989. A las cinco de la tarde. Lleno en las viejas tribunas, campo embarrado como mandaban los cánones norteños y fútbol de supervivencia para seguir sumando positivos.

Arbitra el aragonés Tresaco Gracia, meticuloso y tarjetero, y a sus órdenes ambos conjuntos presentan las siguientes alineaciones:

SD Eibar: Garmendia; Juan Ángel (Ibáñez, m.64), Rodríguez, Roberto, Bautista, Luluaga; Eleder, Vicente, Suquía (Oliden, m.46); Arrien y Jabo.

Real Betis: Pumpido; Miguel Ángel I (Rubén Bilbao, m.57), Miguel Ángel II, Julio, Ureña, León; Chano, José Luis, Puma Rodríguez; Valentín (Zafra, m.83) y Pepe Mel.

Fiel a sus ideas, Corbacho ordena al equipo con el 5-3-2 que ha hecho suyo. Se trata de resistir el asedio de balones colgados al área en los primeros minutos. Pero no es menester tanta prudencia porque antes de la media hora ya van ganando los verdiblancos por 0-2, goles de Chano y Puma Rodríguez. El Betis impone su calidad y pasa por el partido sin sufrir apenas. Tras el descanso, achuchan algo los locales, pero están enormes los centrales, en particular Julio, que recibe el elogio general, particularmente de su entrenador, quien define su rendimiento como colosal.

Cuando el partido se acaba, Mel agarra un pase de Zafra y, tras regatear al portero, hace el 0-3. El octavo que anota tan extraordinario goleador en las diez jornadas que se llevan disputadas de Liga. Ya en el descuento, Oliden hace el tanto del honor para el Eibar.

Corbacho sale reforzado de Ipurúa y se deshace en elogios para la capacidad de lucha y pelea de sus jugadores. Un ambiente positivo que se mantendrá durante toda la primera vuelta, fase que concluirán los verdiblancos cómodamente instalados en posición de ascenso, el único objetivo posible.

Pero a partir de ahí se paró la bicicleta. Sin que estén muy claras las razones, pero es el caso que ya nada fue como antes. Y la segunda vuelta se convirtió en una pesadilla. Venció a la UD Las Palmas en casa en el primer partido y, desde entonces, estuvo diez semanas consecutivas sin ganar. Por medio, se cruzó una bronca de Puma Rodríguez con Corbacho que dejó secuelas en la caseta y se airearon las malas relaciones que mantenía el entrenador con algunos pesos pesados del vestuario, principalmente con Pepe Mel. El equipo se había atascado y le costaba un mundo meter un gol.

Hugo Galera y sus leales empezaron a preocuparse. Se corría el riesgo de que se ahogaran en la orilla. El equipo tomó un poco de aire derrotando al Elche, con dos goles de Mel, en la mañana del Domingo de Ramos, pero el Sábado Santo volvió a ser funesto. Cayó 3-1 en el Bernabéu ante el Castilla y a la directiva se le acabó la paciencia con Corbacho. Se mantenía tercero en la tabla, tras el Burgos y el filial del Athletic (lo cual le seguía garantizando el ascenso directo como segundo clasificado), pero el Español venía pisándole los talones a dos puntos. 

Así se llegó a la reunión de la junta directiva del martes 17 de abril de 1990. Tras varias horas de deliberación, se consumó el cese del entrenador. Corbacho refirió más tarde que: "A las diez y media de la noche se presentaron en mi casa los directivos Gregorio Conejo y Antonio Carrasco. Nada más verlos, me imaginé a qué venían. Tuve la misma sensación que pudiera haber tenido Federico García Lorca cuando fueron a por él. Entre los dos, escaleras abajo. Yo sabía que todo se había acabado".

El equipo empezó a gobernarlo un mito eterno como Julio Cardeñosa y acabó ascendiendo a Primera División la jubilosa tarde del 20 de mayo. Una semana más tarde cerró el campeonato en Santander. En los viejos campos de Sport del Sardinero. Los verdiblancos no se jugaban nada, pero el Racing luchaba por la permanencia. Y ganó el Betis por 1-3, con partidazo de Chano (que hizo dos tantos) y gol de Mel, el que sumaba 22 y le confirmaba como el Pichichi de la categoría. 

La victoria bética condena a los locales y, curiosamente, salva ¡al Eibar!, que, de manera sorprendente, derrota al Espanyol en el mismísimo Sarriá. En los días siguientes se hablará mucho de la prima ofrecida por los guipuzcoanos y, sobre todo, del pago en especie del equipo armero. Todo un gozo para los cazadores.

A partir de ahí la SD Eibar batirá el récord absoluto de permanencia en Segunda División. Nada menos que 18 temporadas consecutivas. Y el Betis volverá de nuevo a Ipuruá en 1991, cuando ya haya cumplido los 84 años de historia.