Martim Francisco, en el centro de la foto, habla con León Lasa y Juan Santisteban en un entrenamiento del Real Betis.

HISTORIA | El entrenador brasileño

Al inicio de la temporada 1965/66, Benito Villamarín le confió el banquillo del Real Betis a Martim Francisco, un intelectual que era conocido como "el científico del fútbol"

Por Manolo Rodríguez

 

Un club histórico como el Real Betis sólo ha tenido un entrenador brasileño a lo largo de su historia. Y algo similar ocurre con el Athletic Club de Bilbao, quizá el más histórico de todos. Una curiosa analogía que se hace aún más significativa si tenemos en cuenta que ese técnico fue el mismo en ambos casos: Martim Francisco Ribeiro de Andrada. Un personaje en el sentido más amplio del término.

También conocido como "el científico del fútbol", se le atribuye haber sido el inventor del sistema 4-2-4, la diagonal brasileña que tantos éxitos le dio a la selección carioca en la década de los 50. Un hombre ilustrado que había nacido en el seno de una de las familias más importantes del país. Su bisabuelo, José Bonifacio de Andrada e Silva, fue conocido como "El patriarca de la Independencia"; su abuelo fue presidente de la República y su padre, ministro de Educación y rector de la Universidad de Brasil.

Él mismo presentaba un currículum imponente. Titular del Marquesado de Vilalta, estaba licenciado en Derecho y ostentaba la cátedra de Psicología y Lógica en la Universidad de Belo Horizonte. Sin embargo, su destino siempre estuvo en el fútbol. Primero, como portero de menor cuantía y, desde finales de los años 40, como entrenador.

Ahí, en el banquillo, se reveló como un visionario. Ganó campeonatos, estableció nuevas pautas tácticas, comenzó a tratar al futbolista con naturalidad y enseguida comenzaron a rifárselo los equipos más poderosos. Su consagración llegó con el Vasco de Gama, alcanzando el título de Río de Janeiro en 1956 y deslumbrando en Europa en los torneos de París y La Coruña en 1957.

En esa final del Teresa Herrera fue donde el Athletic de Bilbao puso sus ojos en aquel tipo menudo, de gafas de gruesa montura negra y cristales ahumados. Y lo fichó un año después, en 1958. En San Mamés estuvo tres años. En los dos primeros, clasificó a los "leones" en tercera posición (sólo por detrás del Real Madrid y del Barcelona) y en la última campaña lo cesaron antes de Navidad.

Retornó al Vasco de Gama, pero en noviembre de 1964 volvió a España. Lo contrató el Elche, que estaba con la soga al cuello, y al que dejó octavo en la tabla. Su debut con los ilicitanos fue precisamente en Heliópolis (empate a dos) y en el choque de la segunda vuelta se impuso al Betis por 3-0 en el único partido de aquella campaña que dirigió al equipo verdiblanco Andrés Aranda, pocos días antes de su fallecimiento.

En el Elche, Martim Francisco popularizó otro de sus "trucos tácticos", según lo definían los periódicos de la época. Un moderno planteamiento al que llamó: "central-sistema" y que, según sus propias palabras, pretendía "una estabilización de las fuerzas defensivas y ofensivas". Es decir, lo que hoy llamaríamos el equilibrio entre defensa y ataque.

Es el caso que jugando así ganó a equipos grandes como el Barcelona, Atlético de Madrid, Zaragoza o Athletic de Bilbao e incluso agarró un empate en casa contra el Real Madrid y otro en el Camp Nou. La prensa habló de un gran éxito.

No pasaba inadvertido y a Benito Villamarín y a sus colaboradores más cercanos les hablaban muy bien de ese entrenador que tanta fama tenía. El presidente bético había sufrido lo indecible en la campaña recién terminada, en la que no pudo respirar tranquilo hasta el último partido en el campo del Barça, y buscaba un horizonte mejor. Pero había un problema: el Betis ya tenía un entrenador apalabrado para la temporada 1965/66.

La decisión de Villamarín

En aquella época Benito Villamarín estaba enfermo. Muy enfermo. De enero a julio de 1965 había permanecido en los Estados Unidos tratándose el cáncer que rebrotaba con toda violencia y cuando volvió a ponerse al frente del club le informaron que había un compromiso con Ernesto Pons para que este siguiera al frente del equipo.

Era así porque el técnico catalán había asegurado la permanencia del equipo en apenas cinco partidos y, según estaba hablado, eso le garantizaba su continuidad en el cargo. Pero Villamarín no estaba muy de acuerdo. Siempre pensó que Pons era un formador de cantera que debía estar al servicio del club, pero más bien en la retaguardia de entrenadores más contratados y con más nombre.

No le gustó tampoco que Pons se viniera arriba y exigiera fichajes en los periódicos, al tiempo que cuestionaba la planificación de la campaña anterior, en la que el Betis adelantó el inicio de la pretemporada para acudir a una gira por Europa y disputar el Trofeo Carranza que, por cierto, ganó.

La ausencia de meses de Villamarín había repercutido gravemente sobre la economía de la entidad y la situación no daba para grandes dispendios; más bien para todo lo contrario. No era el momento, pensó el presidente, de gastar lo que no se tenía. Los primeros fichajes llegaron a coste cero y la masa salarial se alivió con la salida de jugadores tan emblemáticos como Pepín o Bosch y con el traspaso de Molina.

Por eso, el martes 20 de julio de 1965 se fue a Madrid, donde un conocido agente futbolístico le presentó a Martim Francisco. Hablaron y le gustó lo que oyó. El brasileño le dijo que "los fichajes caros no pueden realizarse por falta de medios económicos, que las figuras en decadencia no producen ningún fin práctico y que los jugadores mediocres no sirven para jugar en Primera División". "La labor del entrenador -concluyó Francisco- ha de tener como objetivo principal formar equipo, fomentando la cantera y descubriendo sus propios jugadores".

Al día siguiente se anunció su fichaje y, como era de esperar, ardió Troya. Algunos directivos muy cercanos a Villamarín se sintieron desautorizados y le presentaron su dimisión, que éste no aceptó, aunque sí quedó recogido en el acta de la Junta Directiva celebrada el 27 de julio que se le rogaba al presidente que no volviera a tomar decisiones sin consultar.

Ernesto Pons, el técnico desairado, también saltó a la palestra aquellos días. Muy molesto, rechazó todo diálogo con el club y acudió a la vía federativa reclamando el dinero de la temporada anterior y el que debería haber cobrado como entrenador en la actual. Villamarín, sin embargo, lo quería como entrenador del filial y con el mismo sueldo que antes de llegar al primer equipo. No hubo acuerdo y el tema quedó en vía muerta.

Mientras tanto, Martim Francisco vio llegar los primeros fichajes. Todos de perfil bajo. Dos extremos como Girón y Zacarizo; el portero Perea Esteve y un ilustre veterano como Juan Santisteban, campeón de Europa con el Real Madrid, pero claramente en el ocaso de su carrera.

Esta vez el Carranza no fue tan exitoso como el año anterior y enseguida la Liga atropelló al Betis. Perdió consecutivamente los cinco primeros partidos y eso hizo que se olvidaran los "trucos tácticos" de Francisco. Un entrenador cada vez más solo.

Su único refugio eran las tazas de café que bebía compulsivamente (se dice que casi 20 al día) y fueron muy pocos sus momentos de satisfacción. Únicamente los que provocaron dos victorias en casa contra Las Palmas y el Pontevedra, esta última coincidiendo con la vuelta a Heliópolis de Enrique Mateos. Pero, en conjunto, muy poca cosa.

Por eso, apenas dimitir Villamarín en diciembre de 1965 (una despedida del club que, realmente, era casi un adiós a la vida), Martim Francisco dijo que también se iba. Se llevaban jugadas 12 jornadas del campeonato y el brasileño fue muy claro al explicar su marcha: "Me trajo el señor Villamarín. Era yo, pues, hombre de confianza del presidente saliente. Al dejar éste su puesto resultaba inoportuna mi permanencia al frente del equipo y por eso puse mi cargo a disposición de la actual Junta, que creyó conveniente el relevo".

Ido Martim Francisco, y sin Villamarín en el puente de mando, los mandatarios béticos volvieron a llamar a Ernesto Pons. Algo lógico, según habían ido las cosas. Lo que quizá no lo fuera tanto, es el rencor con el que habló el flamante entrenador apenas pisar de nuevo el Villamarín. En declaraciones al diario "Marca" dijo Pons: "Mi deseo fue permanecer al servicio del club si este me necesitaba, pero... siempre que no estuviese en su seno don Benito Villamarín. Tan pronto dicho señor se marchó fui requerido oficialmente para volver a hacerme cargo de la plantilla y... ¡me faltó tiempo para venir!".

Como es natural, el recurso de Pons ante las autoridades federativas pasó a mejor vida y, desde entonces, la única prioridad fue mantener al equipo en Primera División. Pero no pudo ser. El Betis acabó descendiendo en Málaga, aunque en la Copa llegara hasta las mismas puertas de la final.

 

Martim Francisco, por su parte, tuvo aún una breve incursión en el fútbol español. Muy desafortunada, por cierto. Entrenó al Logroñés en Segunda, incumplió su contrato, y ello provocó que la Federación Española le prohibiera volver a entrenar en nuestro país.

 

Regresó a Brasil, pero ya nada fue igual. Perdió el brillo de una época y sus últimos años fueron muy difíciles. Alcohólico y en la ruina, acabó desastrado y solo en la casa de su madre en Belo Horizonte.

 

Martim Francisco, el único entrenador brasileño que se ha sentado en el banquillo del Real Betis, murió el 22 de junio de 1982 a causa de una cirrosis hepática. Tenía 54 años.