Joaquín Romero Murube hojea un libro junto al periodista y escritor Nicolás Salas, también bético como el gran poeta.

HISTORIA | El artículo de Romero Murube

Un Betis-Sevilla disputado en Heliópolis en 1962 fue glosado en las vísperas por el gran poeta sevillano, destacando la enorme expectación ciudadana provocada por el partido

Por Manolo Rodríguez 

El último domingo de enero de 1962 se jugó en Heliópolis un derbi que batió todos los récords de expectación. Un partido tan esperado como todos los duelos entre los eternos rivales, pero que, esta vez, trajo de la mano algunos elementos añadidos que cargaron de interés y emoción las apasionantes vísperas. 

De una parte, los dos equipos iban bien situados en la tabla, con aspiraciones de que la campaña fuera feliz en ambas orillas y con el lógico y sano reto de confirmar quién se imponía en la batalla local. Sobre todo, teniendo en cuenta que el Real Betis ya había ganado el choque de la primera vuelta en el Sánchez Pizjuán por 1-2, con goles de Pallarés y Luis Aragonés. 

Además, era la primera vez que Antonio Barrios venía al Villamarín como entrenador del Sevilla FC y esto tenía su lógico morbo. Barrios había sido el conductor del ascenso del Real Betis a Primera División en 1958 y el técnico que consolidó al equipo al año siguiente en la máxima categoría. Pero al final de esa campaña 1958/59 Benito Villamarín lo cesó con cajas destempladas y enorme revuelo periodístico. Se dijeron muchas cosas, algunas de ellas hirientes, y dos años más tarde apareció en el banquillo del eterno rival. 

La afición del Betis, a la que no le gustó aquello, se sentía feliz de que el Sevilla de Barrios aún no hubiera conseguido derrotar a los verdiblancos en ninguno de los partidos en los que lo recibió como local en Nervión. Algo de lo que presumía, confiando en que en Heliópolis se alargara esa estela ganadora. Sin saber, porque era imposible saberlo entonces, que con el correr de los años Antonio Barrios volvería al Betis para ascenderlo hasta en dos ocasiones más y que en 1967 daría de nuevo una espantada melodramática para retornar al Sevilla cuando nadie lo hubiera imaginado. 

Estos eran los pormenores deportivos que le daban color a los días previos al gran partido que se anunciaba en el Villamarín para el domingo 28 de enero de 1962, a las cinco menos cuarto de la tarde. Cosas del fútbol y de sus circunstancias. Imperativos de la rivalidad. 

Pero había más, mucho más. Estaba la ciudad, la muy deprimida ciudad de Sevilla, que aún se lamía las heridas por el dramático final del año anterior con las tragedias consecutivas que trajeron la riada del Tamarguillo y el terrible accidente de la avioneta que se precipitó sobre los cientos de personas humildes que esperaban a la caravana de la "Operación Clavel". Un panorama desconsolador al que habían venido a unirse las inundaciones de la Vega de Triana y de parte de la Alameda de Hércules en los primeros días de ese mismo mes de enero de 1962. 

La ciudad necesitaba salir del ambiente claustrofóbico de la desgracia y buscar nuevas ilusiones en asuntos cotidianos que la apartaran de la fría estadística de los refugios y los sin techo y que la hicieran participar en los rituales colectivos que fabrica para sobrellevar sus días. Y nada como el fútbol, en vísperas de un derbi, para provocar la catarsis, esa purificación, liberación o transformación interior que había suscitado la horrible experiencia de los muertos y la miseria. 

Tanta era la pasión que empujaba a ese Betis-Sevilla que se jugaría en Heliópolis que hasta el poeta Joaquín Romero Murube se sumó a través de las páginas de ABC a poner de manifiesto la importancia del partido, aunque, eso sí, lamentando que los gobernantes y la ciudadanía no se entregaran con el mismo ardor a vencer lo que calificaba como "las dificultades que obstaculizan los grandes, gloriosos, ubérrimos destinos de nuestro pueblo". 

La expectación generada por el choque que se disputaba esa tarde la resumió Romero Murube con los siguientes datos: "Cola de varios días ante las taquillas; calendarios, pronósticos y masivas especulaciones en las columnas de la prensa; "faut" en el trabajo de las oficinas; gritos y discusiones en bares, aceras y tertulias; café con goles, vino con goles, respiración con goles?" Y en el contexto general de su artículo se preguntaba: "Bien que hoy domingo no haya más que Betis-Sevilla. Pero, ¿y mañana? Porque para muchos problemas y desquicies sevillanos parece que siempre es domingo. Y así venimos consolidando una absurda actitud de ciudad alegre y confiada, cuyas tristes consecuencias ya tocamos bien de cerca". 

Joaquín Romero Murube era entonces una de las figuras intelectuales más importantes de la ciudad. Poeta de la generación del 27, articulista y director-conservador del Real Alcázar, se había erigido con indudable autoridad moral en la conciencia crítica de la ciudad. Todo de Sevilla le dolía y todo lo alababa o denunciaba, según fuera menester. El gran centinela que amaba y soñaba con aire visionario a través de una producción literaria que las generaciones posteriores han considerado imprescindible. 

Y bético. Un orgullo que Romero Murube había declarado públicamente en reiteradas ocasiones. Memorable fue, y es, su artículo en el número extraordinario publicado por el diario ABC con ocasión de las Bodas de Oro del Real Betis en 1958, que tituló "Por qué soy bético". Un texto de culto en el que confesaba su amor a los colores verdiblancos por "romanticismo, tesón y sevillanía" y en el que definía con sentida precisión el carácter combatiente del que siempre hizo gala el beticismo, a pesar de los muchos reveses que le provocó el destino en los años de la travesía del desierto. 

Y así lo dejó escrito: "El Real Betis Balompié llegó a formar una inderrocable moral a prueba de derrotas, que nosotros veíamos compaginadas con la quiebra y mala fortuna de otras muchas actividades sevillanas. Pero en vez de adoptar esa inexplicable renunciación que hemos aplicado, para nuestra desgracia, a tantas adversidades, la de subirnos de hombros en vez de subirnos de corazón, el Betis tras la hecatombe, arremetía todas las tardes con más entusiasmo y más alegría hacia la conquista de su gloria. Esa línea de conducta sin desaliento, sin tibieza; ese remontar constante de su mala suerte y destino o circunstancias contrarias, es lo que nos redujo en el equipo de Sevilla. Su fe en sí y en los sevillanos que le seguían". 

En suma, el Betis que, según Martínez de León "fue mil alanceado, pero nunca muerto", o el Betis que, al decir de Montero Galvache "siempre resucita de todas sus muertes". El Betis del "manquepierda", ese del que vienen todos los Betis que llegarán por más siglos que pasen y más triunfos o derrotas traigan los vientos de la historia, ya que es sabido que el espíritu del Betis, y el Betis mismo, nunca será menos porque pierda ni más porque gane. 

Llegado el partido que tanta expectación había despertado en aquel último domingo de enero de 1962, el Real Betis se impuso por 3-1. Un triunfo que llenó de orgullo a los muchos béticos que llenaron el estadio y pudieron disfrutar con los 2 goles marcados por Antonio Pallarés y por el que hizo Yanko Daucik, hijo, por cierto, este último, del entrenador verdiblanco Fernando Daucik. 

El diario "Sevilla" tituló su crónica afirmando que: "Su mejor técnica y su mayor eficacia en las áreas dieron al Betis su merecido triunfo". El "Marca", por su parte, señaló que: "La iniciativa y el juego de conjunto, claves del triunfo blanquiverde" y muy esclarecedor resultó el razonamiento del corresponsal en Sevilla del periódico catalán "Mundo Deportivo", cuando escribió: "El pronóstico favorecía al Real Betis en este segundo partido de rivalidad local. Y le favorecía porque, en bloque, hoy por hoy, es más equipo que el antagonista cuajado de figuras. Y el pronóstico no falló". 

Para la posteridad quedaron las alineaciones de uno y otro equipo que, a las órdenes del colegiado balear Simó Fiol (que estuvo excelente), fueron las siguientes: 

Real Betis: Corral; Grau, Kuszmann, Areta; Lasa, Bosch; Luis, Pallarés, Yanko, Senekowitsch y Montaner. 

Sevilla FC: Mut; Juan Manuel, Maraver, Valero; Ruiz-Sosa, Luque; Agüero, Diéguez, Rivera, Mateos y Antoniet. 

No faltó la guerra dialéctica en los vestuarios y, así, el técnico bético Fernando Daucik sacó pecho diciendo: "Ha ganado el mejor. El resultado señala la diferencia que hay entre ambos equipos". Antonio Barrios, por su parte, que nunca más volvió a Heliópolis como entrenador del Sevilla, se mostró despechado y distante al declarar: "El Betis ha conseguido sus goles en golpes de fortuna. Me ha decepcionado". Unas declaraciones que no gustaron en ciertos sectores de la crítica, de tal modo que en el diario "Sevilla" un columnista que firmaba con el seudónimo "Sobrín" le replicó: "A Barrios le decepcionó el Betis, a pesar de su aparatosa propaganda. A nosotros, y a muchos sevillistas, quien les decepciona es el Sevilla y con razón". 

Cabe suponer que también Joaquín Romero Murube fue muy feliz con aquella victoria que, posiblemente, disfrutó paseando por los íntimos y silenciosos jardines del Alcázar. Escuchando a su Betis por la radio, según era norma, tal como revelaría años más tarde su sobrino Rafael Romero Romero. 

Y, siempre, siempre, con Sevilla en los labios.