HISTORIA | El año que volvió la Liga

En 1939 acabó la Guerra Civil y el Betis, con enormes dificultades, pudo estrenar el estadio de la Exposición que había quedado devastado durante la contienda

Por Manolo Rodríguez


1939 fue un año trascendente en la historia del Betis. El año en que terminó la Guerra Civil y se reinició el Campeonato Nacional de Liga. El torneo que se había suspendido, como todo, tras el inicio de las hostilidades en 1936 y al que ahora volvían los verdiblancos estrenando campo y también penurias. 


En esos tres años de destrucción y muerte el Betis sobrevivió con mucha precariedad. No se conoce mucho de la vida del club en aquel tiempo, pero es seguro que casi todo fue malo. Se quedó sin sus futbolistas capitales, sufrió el destrozo de su sede social por una bomba que cayó sobre ella el mismo día de la intentona golpista y vio arrasado el estadio de la Exposición que había alquilado apenas un par de días antes de que se sublevaran los militares del bando nacional.


Ese solar, donde hoy sigue erguido con orgullo el actual estadio Benito Villamarín, se convirtió en una instalación bélica que borró todo vestigio de lo que había sido anteriormente. Allí estuvieron tropas de regulares, soldados italianos, carros de combate y hasta una unidad del ejército de caballería que tomó el terreno de juego como picadero e hipódromo. Incluso se construyó un murete de ladrillo que atravesaba todo el campo. 


Así, hasta que volvió a jugarse al fútbol. Ya en enero de 1939 pudo celebrarse en Andalucía el torneo regional y en esa competición el Betis hubo de disputar sus primeros partidos como local en el terreno sevillista de Nervión, donde recibió al Ceuta, al Xerez y al Cádiz, consiguiendo, por cierto, un triplete de victorias.


Y, por fin, pudo volver a tomar posesión de Heliópolis. Acompañado de un oficial del ejército, Manuel Simó (entonces alto empleado de la entidad) acudió a recepcionar las instalaciones y a hacer inventario. Pero había poco que inventariar. El campo estaba en un estado tan lamentable que hubo que empezar casi desde el principio.


Y a ello se aplicaron: se quitó el murete que atravesaba el campo, se alisó el terreno de juego, se plantó el césped y se arregló lo que se pudo de las gradas para hacerlas accesibles al público. 

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Con tan precarias mejoras, el campo pudo inaugurarse el 12 de marzo de 1939. Un día señalado en el santoral bético: la primera vez que el Betis disputaba un partido en el campo que ya le pertenecía. Fue contra el Sevilla en el Campeonato de Andalucía y se impusieron los verdiblancos por 1-0 con gol de Paquirri, quien remató acrobáticamente un centro de Sánchez.


Hubo mucho público en las tribunas y el palco de Heliópolis se hallaba revestido con lo que la prensa definió como "la gloriosa enseña patria". Allí se dieron cita Gonzalo Queipo de Llano, líder de la sublevación y General Jefe del Ejército del Sur; José Cuesta Monereo, cerebro de la toma de la ciudad y Coronel de Estado Mayor, y los representantes de los clubes sevillanos.


A Queipo de Llano lo llamaban los periódicos: "Glorioso salvador de Sevilla". Seguramente, porque no sabían que sólo le quedaban cuatro meses en el cargo. Los que tardó Franco en hartarse de su egolatría y sus salidas de tono. En julio de 1939 fue cesado de manera fulminante y, según confesó él mismo en sus memorias, se le prohibió entrar en Sevilla y ser citado en la prensa. Lo mandaron a Italia y no lo dejaron volver hasta 1942.


El Año de la Victoria


1939 fue el Año de la Victoria. Así lo llamaron, naturalmente, los que ganaron la guerra. Para los que la perdieron supuso el comienzo de un largo periodo de tinieblas y desolación. Una certeza que se confirmó definitivamente el 1 de abril de ese año cuando el actor y locutor Fernando Fernández de Córdoba leyó en Burgos el último parte de guerra redactado por el Generalísimo Francisco Franco Bahamonde.


Esas palabras emitidas a través de Radio Nacional que tanto sonaron en otro tiempo. Las que daban cuenta de que: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares? La guerra ha terminado".


A partir de ese momento, según dejó escrito el historiador Nicolás Salas (un bético ejemplar al que echamos de menos) en su libro "Sevilla en tiempos de María Trifulca": "Todas las miserias humanas afloraron con el comienzo del estraperlo, las multas por precios abusivos, las delaciones y represalias personales, las depuraciones políticas en la Administración y la enseñanza, el peor patrioterismo reflejado en la publicidad comercial, la hipocresía religiosa que llenaba los templos y la exhibición de hábitos y lutos utilizados como signos externos de fe?"


El primer desfile de la Victoria tuvo lugar en Sevilla (precisamente en la Avenida de La Palmera, entonces llamada de Mayo) y, de inmediato, surgieron las cartillas de racionamiento y se extremaron las campañas de moralidad pública relacionadas con la blasfemia, los bailes, el vestido, los baños en la playa, etc. A las mujeres se las obligó a acceder a los templos con velo, mangas largas y escotes cerrados y se prohibió que los menores de catorce años pudieran ir al cine. Se derogó, por supuesto, la Ley de Divorcio de la República y se llenaron de crucifijos los centros docentes y oficiales.


Ese año no hubo Feria, pero sí Semana Santa, a pesar de que el tiempo no ayudó. En particular, el Miércoles Santo cayeron chuzos de punta. A cambio, se fundaron hermandades después tan importantes como la de La Paz y se pudo ver al Gran Poder en una procesión extraordinaria, algo que no ocurría desde 1800. Fue el 3 de mayo. 


También la Virgen de los Reyes salió dos veces. En su fecha tradicional del 15 de agosto y, antes, en el mes de abril, como Acción de Gracias por el final de la guerra. Tal era el fervor patriótico y religioso de aquellos días que, con ocasión de esta procesión extraordinaria de la patrona, el diario ABC llamó a Sevilla "cabeza de Imperio" y tituló del siguiente modo la crónica de aquel acontecimiento: "La sede radiante de la Virgen de los Reyes asiste enfebrecida a la procesión de su egregia protectora, aclama con frenesí al Caudillo de la patria y proclama entre vítores ardientes, al paso del ejército victorioso y fuerte, su española ufanía".


El Betis Quijote


En esta Sevilla que el 2 de julio de 1939 vio tomar la alternativa a Manolete comenzó el Betis a recobrar el pulso competitivo. Ya en Heliópolis, afrontó un nuevo campeonato regional en el que fue tercero y en el mes de noviembre le tributó un sentido homenaje a uno de sus hijos más queridos: al portero Jesús, conocido como "Manos Duras". Un guardameta mítico que defendió el marco verdiblanco de 1923 a 1935 y cuya historia estuvo llena de momentos apasionantes que en algún momento deberán ser contados con más detalle.


Enseguida empezó la Liga. La primera Liga después de la guerra. Apenas una semana después del homenaje a Jesús. Un campeonato que quizá no debió haber jugado el Betis, como muchos años después confesó el antes mencionado Manuel Simó, quizá el mejor testigo de aquellos años. 


Dejó dicho Simó que: "Después de recuperar el campo invertimos todo el dinero en prepararlo y eso fue una quijotada más del Betis, un error que nos pasó factura. Nos reincorporamos al Campeonato Nacional de Liga, en la Primera División, a competir con los demás clubes en clara desventaja. El Betis debió hacer lo que hizo el Oviedo, argumentar que su campo estaba destrozado para gozar de un año de tregua para rehacer las estructuras, conseguir dinero y regresar al fútbol de élite un año más tarde. Pero el Betis no contempló esta posibilidad y pensó que podía hacer una buena temporada sin apenas dinero y sin gran parte de los integrantes de la plantilla que lo hizo campeón de Liga".


Es cierto que el Oviedo hizo eso. Su campo de Buenavista quedó gravemente dañado por los bombardeos y la Federación Española le guardó durante una temporada la plaza que ocupaba en Primera, mientras se realizaban los necesarios trabajos de reconstrucción. Su sitio se lo jugaron a un partido los dos equipos que habían descendido en 1936, el Athletic de Madrid (que ya no era tal, como después veremos) y Osasuna de Pamplona. El decisivo encuentro se disputó en Valencia y ganaron los madrileños por 3-1.


El Betis, sin embargo, optó por volver a la competición desde el primer momento. Formó el equipo que pudo y colocó en el banquillo a Andrés Aranda, otro de los grandes apóstoles del beticismo, quien ya había dirigido al equipo en la última temporada antes de la guerra.


De la gloriosa escuadra que ganó la Liga en 1935 sólo permanecían en la entidad Peral, Saro, Caballero y Pepe Valera. La baja más sensible era la de Serafín Aedo, que se marchó antes que empezaran a hablar los cañones y ya no volvió de su exilio mexicano.


Y del equipo que había jugado en la campaña 1935-36 únicamente seguían en el club Paquirri, Cornejo, Rejón, Suárez, Fernández, Rosales y Aurelio. Todos los demás eran nuevos y, en algunos casos, futbolistas que habían llegado a Sevilla en batallones militares para participar en la contienda, como ocurrió con el balear Guillermo Coll.


Así volvió el Betis a la Liga. Y, además, en un campo que estaba lejísimos de todo. Allá donde la ciudad se acababa camino de Cádiz. El propio secretario de la directiva en aquellas fechas, Pedro Barroso, reconocía en el diario Marca en septiembre de 1939 que había sido "un grave trastorno trasladarnos de un barrio populoso como el Porvenir, donde tantas simpatías tenía el club, a un lugar tan apartado como el estadio de la Exposición".


El Aviación Nacional


A pesar de todo, el beticismo acudió en buen número al primer partido del campeonato. Contra el Valencia, el 3 de diciembre. Derrota sin paliativos por 0-3. Lo que se veía venir.

En la segunda jornada viajaron a Madrid para enfrentarse al Atlético Aviación, el equipo que había revolucionado el panorama futbolístico nacional en aquel tiempo.


Este nuevo club era el resultado de la fusión del antiguo Athletic de Madrid con el Aviación Nacional, equipo este último que había nacido en la 35 Unidad de Automóviles de Aviación en la base de Matacán, en Salamanca. Corría el año 1937 y el "Aviación" lo componían soldados del ejército del Aire, entre los que se hallaban algunos excelentes futbolistas de la época, que nació con la finalidad de disputar partidos con fines patrióticos y benéficos.


Un año más tarde, al trasladarse la Unidad a Zaragoza, empezaron a competir en serio. Se proclamaron campeones de Aragón, jugaron la Copa del 39 y el final de la guerra los llevó a Madrid. Allí se plantearon seriamente consolidar un club que pudiera jugar la Liga, entre otras cosas porque eran mejores que casi todos sus rivales.


Pero, claro, tendrían que hacer empezado desde abajo. Y no estaban para arrancar en Regional. Por eso, se sentaron a negociar una fusión con los tres clubes madrileños. Hablaron con el Madrid y con el Nacional, para acabar arreglándose con el Athletic, que había bajado a Segunda en 1936 y que atravesaba un muy mal momento económico.


Así aterrizó en la Liga el Atlético Aviación, con futbolistas de bandera y un entrenador que había sido leyenda. Nada más y nada menos que Ricardo Zamora, "El Divino". Ganaron la Liga, arrasaron en muchos campos y, como locales, vencieron en todos los partidos, menos en uno. Precisamente el que los enfrentó al Betis el 10 de diciembre de 1939 en el estadio de Chamartín.


Quizá sólo de esto pudiera presumir el Betis aquella temporada, en la que acabó descendiendo. De haber sido el único equipo que frenó al Atlético Aviación en su propio feudo. El duelo terminó con empate a cero y, al decir de las crónicas, los verdiblancos incluso merecieron más. La "Hoja Oficial de los Lunes" llegó a escribir que el Betis brindó "una brillante exhibición en la que estuvo a punto de salir vencedor" y que el conjunto bético "había complacido por su clase, por su decisión y por su contextura".


Esa fría tarde el Betis salió con: Suárez; Telechía, Cornejo; Peral, Fernández, Tomasjn; Saro, Caballero, Paquirri, Coll y Antoñito. Pero la gesta de aquellos valientes no pasó a mayores. Pronto llegarían de nuevo los reveses y las decepciones. 


Y todo, en un tiempo en el que el Betis estrenaba campo y España, hambre. Mientras tanto, el mundo se abocaba a una guerra que acabaría convirtiéndose en el mayor desastre conocido.