Los jugadores del Real Betis celebran jubilosos el título de 2005 sobre el césped del estadio Vicente Calderón.

HISTORIA | 35 días de gloria

El Real Betis se proclamó campeón de Copa en 2005 tras una serie ininterrumpida de triunfos que le permitieron, asimismo, clasificarse por primera vez para la Champions League.

Por Manolo Rodríguez

El título de Copa de 2005 llegó cabalgando a lomos de la euforia. Como merecida recompensa a 35 días de gloria y natural epílogo a esas semanas entre mayo y junio en las que el Real Betis no paró de reinar en la España futbolística. Cuando lo ganó todo y lo consiguió todo. Unas hazañas que esta vez traían escalofríos desconocidos y permitieron levantar una nueva Copa de España y obtener una clasificación para la Champions League, el más prestigioso torneo europeo, que nunca antes había pasado por el Villamarín.

Era lógico, por tanto, que los béticos vivieran en una nube, contando los prodigios que habían empezado a amanecer el sábado 7 de mayo cuando un gol de Ricardo Oliveira tumbó en la lona al eterno rival. El día en que aparecieron en nuestras vidas aquellas pulseras de goma que llevaban escrito el Nuevo Testamento verdiblanco: "Sentir, luchar, ganar? Podemos". Después, vino la gesta del empate en San Mamés que abrió las puertas de la final copera y, a continuación, dos victorias consecutivas en la Liga contra el Atlético de Madrid en el Calderón y contra el Zaragoza en Heliópolis.

Así desembocó la última jornada, en la que bastaba con puntuar en Mallorca para que estuviera conseguido el logro de ser cuartos en la Liga. Algo que hizo posible un golazo de falta de Marcos Assunçao. Un recuerdo para siempre. El que permitió que tocara los cielos aquella plantilla en la que convivía una nutrida generación de canteranos con otros jugadores de enorme peso y calidad, principalmente brasileños. Un grupo joven y cohesionado que dirigía con mano firme Lorenzo Serra, el mito de los 90, que había vuelto esa temporada al banquillo del Villamarín para reverdecer los laureles que se habían ido agostando en las campañas anteriores.

Pero lo mejor estaba por llegar. Nada más y nada menos que una nueva final de Copa. La cuarta en la historia del Real Betis, que volvía a cruzarse en el camino 8 años después de la anterior. Y a ello se puso el beticismo todo. Como una operación militar. Era de nuevo en el Vicente Calderón, como aquella tan feliz de 1977, y esta vez el rival traía el aire de un equipo norteño, aguerrido, de pierna dura y fiel infantería: Osasuna de Pamplona que, contra todo pronóstico, había dejado en la cuneta al poderoso Atlético de Madrid en la semifinal.

Hasta desembocar en la final, el Betis pasó por todo en la competición copera. Sufrió hasta el infinito en el barrizal de Alcalá de Guadaira para acabar imponiéndose a los penaltis y ganó con dificultad en Cádiz en la segunda y última eliminatoria a partido único. A continuación, se deshizo de dos equipos menores como el Mirandés y la Gramanet para acabar encontrándose cara a cara con el Athletic Club en las semifinales. La ida se jugó en el Villamarín y acabó con empate a cero. La vuelta, en San Mamés, fue una torrentera de emociones. Ambos equipos tuvieron sus oportunidades y cuando apretaron "los leones" el Betis (vestido con camiseta verde lisa y calzón blanco) sacó casta para aguantar de pie.

Penaltis en San Mamés

Se hicieron obligados los penaltis y en esa suerte fue providencial la actuación del portero Toni Doblas, un descubrimiento sensacional aquella temporada. Sus formidables intervenciones en los lanzamientos de Del Horno y Ezquerro fueron la llave de la clasificación bética y su jersey color naranja, sus medias blancas, su número 30 y su curioso nombre a la espalda, "Toni D", pasaron a convertirse en una referencia emocionada para los béticos.

Tanto, que el doctor Tomás Calero tuvo que hacer malabarismos para que pudiera estar en la final. Días antes sufrió una picadura de araña y se le hinchó el pie hasta niveles preocupantes. Le empezaron a administrar corticoides, pero se corría el riesgo de que algunos de los productos que estaba tomando dieran positivo en el control antidoping. Avisaron a las autoridades pertinentes y se monitorizó todo lo que se le recetaba. Jugó la final con el pie fuertemente vendado y en la caseta empezaron a llamarlo "Spiderman".

Otra figura de aquel Betis a la que hubo que esperar hasta última hora fue a Ricardo Oliveira. El goleador de los pies alados. En los días previos estuvo jugando con su selección brasileña, primero en Paraguay y después en Argentina, y llegó a Madrid con el tiempo justo de abordar el gran reto de la final. Fue una satisfacción para todos los expedicionarios verlo entrar en el hotel Príncipe de Vergara sin que se hubiera producido ningún contratiempo que pusiera en riesgo su alineación.

Ricardo Oliveira fue decisivo en la final, como lo había sido a lo largo de toda la temporada. Marcó el gol que abría el marcador y tiró el desmarque justo para que Dani pudiera recibir la pelota que acabó clavando en las mallas. El gol del triunfo. Ese momento mágico que redimió al trianero de tanto sufrimiento y tanta desgracia. Porque ya se sabe que unas pocas semanas antes del partido contra Osasuna llegó a colgar las botas en el vestuario después de su enésima lesión. Cuando Serra vio aquello le dijo que las volviera a coger porque con ellas iba a hacer el gol de la final.

Una profecía que se acabó cumpliendo, como también debió ayudar la superstición de no querer ser considerado como equipo local, a pesar de que el Betis tenía más antigüedad que Osasuna. Un deseo que se apoyaba en el precedente del título obtenido en 1977 en el mismo estadio Vicente Calderón (cuando el Athletic fue local y el Betis visitante) y en el hecho de que Lorenzo Serra no había perdido nunca como visitante en dicho campo desde que entrenaba a los verdiblancos.

Sin embargo, nadie hubiera dicho que el Betis estaba fuera de casa cuando el flamante autobús que lo transportaba llegó a los aledaños del Manzanares. Aquello fue el acabose, la sublimación absoluta del sentimiento de los béticos. Miles de personas rodeando el autocar, mientras que ondeaban las banderas y se multiplicaban los cánticos. Una imagen que sigue conmoviendo.

Capitán Cañas

Esas cosas pasaron aquella tarde/noche en Madrid. La del último título. Más de 20.000 béticos en las tribunas y un equipo de ley sobre la hierba. No fue seguramente el partido más vistoso del año, pero sí el que permitió que una nueva Copa volviera a Heliópolis. La Copa que recogió Juanjo Cañas de manos del Rey Juan Carlos. 

Cañas no jugó ni un solo minuto de la final, pero el vestuario había decidido que fuera él quien subiera al palco a recibir el galardón si se ganaba el partido. Era el justo tributo a sus 15 temporadas con la camiseta verdiblanca, a su condición de vínculo entre las generaciones de 1997 y del 2005 y a la dignidad con que defendió al Betis cada vez que se vistió de futbolista. 

En la hierba el capitán fue Juanito, el más laureado en términos absolutos de todos los jugadores del Real Betis a lo largo de los tiempos. El principal protagonista de aquella generosidad de la plantilla para con el veterano Cañas. Un simbolismo que honra a todos los que hoy presumen de ser campeones, estuvieran o no en la foto de la alineación.

Una foto, por cierto, en la que antes de iniciarse la final contra Osasuna aparecían 12 futbolistas, ya que cuando se hallaban posando los que iban a comenzar el choque apareció por allí Denilson de Oliveira y se incrustó en la formación. Algún tiempo después me confesaría que esta idea la tenía en mente desde el Mundial de 2002 que ganó con la selección de Brasil.

Para la posteridad estadística ha quedado que la final de Copa de 2005 se disputó a partir de las 9 de la noche del 11 de junio de 2005 y que fue arbitrada por el colegiado cántabro Alfonso Pérez Burrull. A sus órdenes, los equipos presentaron las siguientes alineaciones:

CA Osasuna: Elía; Expósito, Cruchaga, Josetxo, Clavero; Puñal (David López, m.78), Pablo García, Valdo, Delporte; Webó (Aloisi, m.78) y Morales (Milosevic, m.73). 


Real Betis: Doblas; Melli, Juanito, Rivas (Lembo, m.78), Luis Fernández; Arzu (Varela, m.69), Assunçao; Joaquín, Fernando, Edu (Dani, m.90); y Oliveira. 

No hubo goles hasta el último cuarto de hora. Oliveira adelantó al Betis en el minuto 76 al aprovechar un mal entendimiento de la zaga rojilla, pero en el 83 empató Aloisi. Se llegó a la prórroga y sólo a falta de 5 minutos para que concluyera el tiempo suplementario Dani hizo el gol decisivo. El gol del sueño que hizo estallar las tribunas béticas y alargó la celebración como si el mundo se hubiera detenido.

Ya en Sevilla todo fue imponente. La muchedumbre en las calles y las caras orgullosas surcando el río de júbilo desatado por los béticos. Después, la Plaza Nueva atestada, la Copa en el balcón del Ayuntamiento, el griterío incontenible y, en definitiva, la felicidad. Esa que sólo provoca el Betis.

Y allí, entre tanta gente exultante, estaba Joaquín Sánchez Rodríguez, un joven de 23 años que ya era figura grande del fútbol. Un internacional y mundialista que había emergido desde las entrañas mismas de la cantera del Betis. 
Ese muchacho tiene ya 40 años, pero sigue ahí, con la camiseta de su vida y convertido en el símbolo de esta nueva conquista. 

En el capitán que, si quiere Dios, levantará la Copa del 2022.