La afición bética vota en febrero de 1996 para elegir el campo en el que debería jugar el Betis el partido del exilio.

HISTORIA | Ecos de Feria y exilio en Málaga

Por Manolo Rodríguez

Si los tiempos no estuvieran como están, la Feria de Abril que debería haber comenzado este fin de semana habría sido la del 175 Aniversario. Un número redondo y solemne para recordar aquella Feria nacida en 1846 como mercado ganadero y agrario, pero que desde su primera celebración tuvo el complemento festero que pronto se convertiría en su razón de ser.

Una fiesta que al decir del prestigioso cronista sevillano Nicolás Salas, un gran bético al que permanentemente tenemos en el recuerdo: "Ha mantenido intactas sus raíces fundacionales y, al mismo tiempo, ha ido renovando en cada generación las formas típicas de acuerdo con los tiempos. En este proceso de continuidad y adaptación permanente, propio de la idiosincrasia sevillana, que sintetiza una manera peculiar de vivir la fiesta, consiste la quintaesencia de la Feria más famosa del mundo".

Los cruces de caminos entre la Feria de Abril y el Real Betis son muy diversos. Algo natural si se tiene en cuenta que una y otro son creaciones de la mejor Sevilla. En plena Feria se proclamó el Betis campeón de Liga en 1935 y también entre casetas y farolillos se padecieron algunos lances que trajeron la tristeza y el infortunio.

Se podrían evocar muchos momentos y, de entre ellos, hemos querido rescatar lo ocurrido en la Feria de 1996, la del sesquicentenario. Hace un cuarto de siglo. Cuando la fiesta cumplía sus 150 años. Entonces, el Betis debió jugar en Málaga uno de esos llamados partidos del exilio que en ocasiones lo obligaban a abandonar su casa de Heliópolis. Un sucedido que hizo correr ríos de tinta y mantuvo en vilo a los aficionados durante meses. Una serie de acontecimientos que incluso llevó a los béticos a las urnas.

Todo comenzó la noche del 16 de enero de 1996. El Real Betis recibió al Atlético de Madrid en el choque de vuelta de los dieciseisavos de Copa y aquello acabó como el rosario de la aurora. El arbitraje del vallisoletano Rubio Valdivieso fue lamentable y así lo testimonió el periodismo, provocando portadas como la del diario ABC de Sevilla, que tituló a toda plana: "Escándalo en el Villamarín: el árbitro echó al Betis de la Copa".

Al día siguiente, Antena 3 Televisión ofrece en sus informativos unas imágenes espeluznantes que dan fe de la tumultuaria bronca que se registra en el vestuario al concluir el encuentro. Futbolistas con sangre en la cara, insultos gravísimos, venganzas juradas, puertas y cristales rotos y, en fin, todas esas cosas que nacen de la ira y la injusticia.

Tan graves incidentes pasaron factura muy pronto. Apenas una semana más tarde, el Comité de Competición de la Federación Española descargó un chaparrón de sanciones que no dejaron indiferente a nadie.

De momento, acordó clausurar por un partido el estadio Benito Villamarín y multar con 200.000 pesetas al Betis. Castigó, asimismo, con un mes de suspensión al árbitro Rubio Valdivieso por no incluir en el acta todos los hechos ocurridos y también decidió incoar expediente a Vizcaíno, jugador del Atlético, por romper la puerta del vestuario, y al bético Kowalczyk, a quien se le atribuía la frase: "Este árbitro ha cobrado mucho dinero".

A partir de tan desconsolador panorama, el Betis se puso a recurrir. Buscó que el partido de castigo tuviera poco riesgo deportivo y, por ello, agotó todas las instancias pertinentes hasta que, llegado marzo, lo obligaron a que cumpliera la sanción impuesta y abandonara Heliópolis por una fecha.

Antes, sin embargo, el accionista mayoritario del club, Manuel Ruiz de Lopera, quiso demostrarle al fútbol español que el suyo era un club democrático, donde, paradojas, eran los socios y accionistas quienes tomaban las decisiones. Por ello, el domingo 11 de febrero, con ocasión del encuentro jugado en casa contra el Oviedo, convocó un referéndum para que los aficionados determinaran en qué campo querían que se disputara el partido del destierro.

Se fabricaron papeletas especiales para tal menester y quedaron dispuestas hasta 16 urnas -cajas de cartón, realmente- en distintas puertas del estadio. El recuento lo efectuó la Federación de Peñas Béticas, que presidía Manuel Ortega, y fueron más de veinte mil personas las que acudieron a votar.

El resultado fue el esperado y, en cierto modo, venía a coincidir con las pretensiones directivas: más de la mitad de los aficionados se decantaron por el estadio de La Rosaleda, en la ciudad de Málaga, que era el único recinto andaluz con un aforo suficiente para poder albergar a tanto bético. A mucha distancia quedaron Madrid y Jerez.

Así pues, la suerte estaba echada: el exilio tendría lugar en Málaga y el encuentro con el que se pagaría el castigo sería el que se disputara el domingo 17 de marzo de 1996 contra el Salamanca.

El partido que no pudo ser

Durante días se estuvo trabajando en los procedimientos necesarios para que el estadio de La Rosaleda acogiera el choque, pero, sorpresivamente, el jueves previo, a tan sólo 72 horas del encuentro, el gobernador civil de Málaga, Ángel Fernández Lupión, prohibió su disputa a instancias de la Comisión Antiviolencia, ya que el recinto no se ajustaba a la Ley del Deporte, que exigía un riguroso control de acceso de los espectadores mediante tornos mecánicos y lectura informática de entradas.

Como es fácil entender, se organizó un revuelo de medianas consecuencias. El gobernador no consideró suficientes las garantías de seguridad ofrecidas por los dirigentes béticos y malagueños y por esta razón no acudió al día siguiente a una cita con los vicepresidentes verdiblancos Luis Bellver y Ángel Martín

Pensaba Fernández Lupión que el Betis-Salamanca no era un partido cualquiera. Unos 40.000 béticos iban a desplazarse a Málaga para acompañar a su equipo en el destierro y, de hecho, el Betis ya llevaba canjeados más de 30.000 abonos por entradas. Un éxodo de más de 300 autocares y centenares de vehículos particulares tenía prevista la partida. Tal inmensidad inquietó al gobernador civil, quien declaró que "sin medidas de control informático de acceso no se autoriza el partido".

 

Y es que las localidades despachadas en las taquillas del Benito Villamarín no tenían numeración y sólo estaban distribuidas por zonas. Ello obligaba a los aficionados a buscar la mejor ubicación a medida que fueran accediendo al campo y ese riesgo de avalanchas encendió la alarma del gobernador. Junto a esto, las entradas que sirvió el Betis no tenían código de barras, ya que era sabido que La Rosaleda carecía de tornos y lectores magnéticos. Algo que también conocía la Federación Española, a pesar de lo cual autorizó el campo malagueño para la disputa del encuentro.

 

Por estas razones, el Comité Español de Disciplina Deportiva (CEDD), el organismo que en última instancia había ratificado el cierre del Benito Villamarín, suspendió cautelarmente la sanción al valorar el cúmulo de inconvenientes que presentaba el estadio de La Rosaleda y decidió que el Betis-Salamanca se jugara en Heliópolis, aunque su clausura se mantenía para otro encuentro.

 

A Ruiz de Lopera no le gustó el acuerdo. Montó en cólera, dijo que el gobernador civil los había despreciado, y contraofertó otra solución: que el partido se celebrara en Cádiz. Pero la idea multiplicaba los riesgos. El Ramón de Carranza, aunque contaba con tornos, tenía un aforo de 22.000 espectadores, con lo que 10.000 socios béticos no hubieran podido asistir al encuentro. Finalmente, el Carranza fue desautorizado.

 

Así pues, el partido Betis-Salamanca debió jugarse en el Villamarín, aunque, en un intento desesperado de mantenerlo en Málaga, se había llegado a manejar el traslado urgente de los tornos mecánicos de Heliópolis a La Rosaleda.

El Betis le acabó metiendo cuatro goles al Salamanca aquella tarde de marzo y, después de este partido, hubo aún dos más que se jugaron en el Benito Villamarín, contra el Albacete (en miércoles) y el Racing. Tiempo necesario para desliar la compleja madeja que seguía haciendo inviable la posibilidad de jugar en Málaga.

Por fin, el 10 de abril de 1996 el Gobernador Civil Fernández Lupión aceptó las medidas propuestas por el Betis y el Málaga para garantizar la seguridad en los accesos al estadio de La Rosaleda, quedando determinado que allí se disputaría 11 días más tarde el partido que enfrentaría al Real Betis contra el Sporting de Gijón. El estadio redujo su aforo en unas 5.000 localidades (sólo hubo entradas para 36.000 espectadores) y el control de acceso a los graderíos se realizó mediante tornos de recuento mecánico, pero no informático.

Y hasta Málaga se fueron 25.000 béticos aquel 21 de abril, domingo de prefería. Una épica "marcha verde" que regresó con la decepción de una inesperada derrota, aunque no fuera esta la única desgracia, ni la más importante.

La misma tarde del partido falleció a consecuencia de una parada cardiaca en la calle Eugenio Gross de Málaga el aficionado bético Francisco Morillo Alejos, de 55 años de edad, quien se había desplazado a la capital de la Costa del Sol con la peña Villegas.

Un doloroso final para una historia que duró meses y que, como tantas otras, se escribió cuando la ciudad vivía su Feria. La que volvemos a echar de menos estos días por segundo año consecutivo.