El diario Ahora, dirigido por Chaves Nogales, informa de que no habrá Semana Santa en Sevilla con las imágenes de la Virgen de la Amargura y del Señor de Pasión en primer plano.

HISTORIA | Cuando en Sevilla no salieron las cofradías (I)

Por Manolo Rodríguez
Esta semana no habrá cofradías en Sevilla. Una devastadora noticia para la ciudad toda. Ausente de rito y de regla, amanece hoy un Domingo de Ramos que no tenía precedente desde el año 1933. Aquel tiempo lejano en que las cofradías se hallaban enfrentadas a las autoridades republicanas en un abierto desencuentro que trajo como consecuencia que no hubiera procesiones, ni nazarenos, ni oraciones en la Catedral, ni júbilo en los barrios, ni bullas en las calles.
En aquella ocasión, sin embargo, sí jugó el Betis. Lo hizo en Barcelona, en un partido de Copa que fue antesala de un gran éxito. El domingo 9 de abril de 1933. En medio de una atmósfera que amenazaba con estallar las costuras de la ciudad y en la que sólo primaban las huelgas, los tiroteos y el gravísimo conflicto social que devoraba las entrañas del país.
Sevilla padecía todos los males de la época. Eran los días en los que la II República vivía sus momentos más delicados y nadie estaba ajeno a ello. Los sectores moderados no podían superar la incomprensión de las derechas y su negativa a las reformas, como tampoco eran capaces de sujetar la furia de las izquierdas ni la cruenta guerra civil que protagonizaban comunistas y anarquistas. 
Cargada de antecedentes, Sevilla había sido el epicentro del frustrado golpe del General Sanjurjo en 1932 y, para mayor descrédito de las autoridades republicanas, apenas tres meses antes (en enero de 1933) habían tenido lugar los dramáticos acontecimientos de Casas Viejas. Todo llevaba al mismo sitio.
Las cofradías de Sevilla ya se habían negado a salir en 1932. Así lo acordaron tras aprobarse la constitución de 1931, que consideraron atentatoria contra la religión católica y ante la evidencia del furor anticlerical que se había materializado en los incendios de iglesias y conventos.
Algo que le explicó con meridiana claridad el Hermano Mayor de San Bernardo, Antonio Filpo, al gobernador Civil: 
- "¿Cómo voy yo a sacar tranquilo a la calle un Cristo que se lo quitan a mi niño de las escuelas?? ¿Quién me garantiza que me lo acatan en la calle, aunque en la escuela no?
Esto ocurrió en el transcurso de una reunión celebrada en el Ayuntamiento en diciembre de 1931, que ha documentado con todo rigor el profesor Leandro Álvarez Rey. El mismo encuentro en el que el alcalde De La Bandera propuso a las cofradías que los ingresos municipales por colocación de sillas en la vía pública, tribunas, palcos, etc, fueran a parar íntegramente a las corporaciones tras haberles anunciado previamente que se suprimían las subvenciones municipales por considerarlas ridículas y mezquinas.
Pero las cofradías mantuvieron su negativa, salvo, como se sabe, La Estrella, que no desafió a las autoridades republicanas, como tantas veces se nos contó en otro tiempo, sino que hizo valer sus reglas y aceptó procesionar en aquel tiempo turbulento.
El desfile de la Estrella por las calles de la ciudad el Jueves Santo de 1932 ha sido profusamente narrado. El clamor y los incidentes. Los aplausos, las pedradas, los tiros y hasta la saeta que le cantó la Niña de la Alfalfa en los palcos: "Se ha dicho en el Banco Azul / que España ya no es cristiana. / Aunque sea republicana, / aquí quien manda eres tú, / Estrella de la mañana". 
Pero en los meses siguientes, el clima social no hizo otra cosa que degenerar. Fue quemada y destruida la iglesia de San Julián y se atentó asimismo contra algunos templos y conventos en Marchena y Osuna. Un orden de cosas que, según mantiene el profesor Macarro Vera, les creó a los republicanos moderados, y a la República misma, un insalvable conflicto de orden público que acabó desbordándola.
Sevilla se revelaba entonces como un microcosmos de España, en el que las masas empobrecidas y analfabetas, hacinadas en corrales infrahumanos y olvidadas durante siglos por los poderes públicos, se arrojaban en los brazos de utopías colectivistas y libertarias. Un brutal choque de modelo social en el que las derechas se enfrentaban a las izquierdas, donde comunistas y anarquistas devastaban los símbolos religiosos y en el que, para mayor conflicto, estos últimos resolvían sus contradicciones a tiros. 
Por ello, así las cosas, en 1933 ni siquiera hubo gran debate respecto a si saldrían las cofradías en Semana Santa. No hubo reuniones de altura ni manifiestos a favor o en contra. Sencillamente parecía natural que los sectores confesionales se negaran a que los Cristos y las Vírgenes procesionaran por las calles. Existía el temor real de que se produjesen incidentes y, junto a ello, la derecha conservadora, representada por muchos de los más significados dirigentes de las cofradías, tenía claro que una medida así desprestigiaba a la República y acercaba (como ocurrió) el final del bienio social-azañista.
Incluso el entrenador del Betis en aquel año, el muy venerado míster Patricio O´Connell, vio con claridad lo que pasaba. Por eso dijo que: "España es como un partido de fútbol en el que los dos equipos intentan corromper al árbitro".
El buen momento del Betis
Cuando llegaron las fechas de la Semana Santa de 1933 el Betis gozaba de buena salud. Acababa de completar su primera temporada en Primera División y el resultado había sido muy satisfactorio. Quinto en la tabla, sólo por detrás de cuatro históricos fundadores de la Liga: el Madrid, el Athletic, el Espanyol y el Barcelona. Estaban recién llegados algunos jugadores después tan capitales como Urquiaga, Lecue y Areso, aunque quizá el futbolista con más nombre era el poderoso Enrique Soladrero. 
Los goles los ponían Leopoldo Capillas ("un artillero de clase" que había llegado del Valencia) y Rocasolano II (tío-abuelo de la actual Reina Letizia). Junto a ellos, la genialidad y la sorpresa corrían a cargo del incalificable Mariano García de la Puerta, al que la prensa de la época llamaba admirativamente "Maravilla". 
La Liga de aquel año la cerró el Betis ganando 1-2 en el campo del Espanyol (por cierto, dos días después de la fecha oficial, ya que en su momento el partido debió suspenderse a causa de la lluvia). Corría el martes 28 de marzo de 1933 y ahora todas las expectativas estaban puestas en la disputa de los dieciseisavos de final de Copa que enfrentaría a los verdiblancos contra el FC Barcelona. Una eliminatoria llena de dificultades. 
Se acercaba el primer partido y de lo que se hablaba preferentemente era de García de la Puerta. Y no por nada bueno. A este futbolista impredecible lo habían expulsado en Madrid en octubre del 32 por pegarle una bofetada al árbitro que dirigía el partido del Campeonato Mancomunado que enfrentó el Betis con el Nacional. Lo castigaron por seis meses. En el club hicieron sus cuentas y presentaron un recurso pidiendo que el futbolista pudiera jugar ya la eliminatoria contra el Barcelona.
La Federación le dijo que no. Se reiteró en que el colegiado, señor Ontañón, seguía manteniendo que fue agredido e insultado y que por ello no se le iba a rebajar la sanción. El castigo terminaba el 16 de abril, Domingo de Resurrección, y, por tanto, García de la Puerta sólo podría jugar el partido de vuelta, previsto para esa fecha.
En la ciudad, mientras tanto, las cosas seguían tan tensas como en los meses anteriores. Huelgas de panaderos, de transportistas, de dependientes de establecimientos de bebidas y de aceituneros, entre las muchas de varios colectivos de imposible conciliación. En la Universidad había tiros frecuentes entre los estudiantes de la FUE y de la FEC y desde las tribunas públicas se oían voces tan agitadas como la del diputado tradicionalista de Acción Popular, Dimas Madariaga, quien expresamente dijo a finales de marzo en un mitin celebrado en el Pathé Cinema que: "No puede existir justicia social sin religión" y que: "Cuando se organicen los .obreros de la derecha formarán en la vanguardia de un movimiento de reacción para dar la batalla definitiva a los malhechores de la Patria". 
Así estaban las cosas, por más que el Ayuntamiento siguiera trabajando en el proyecto de un nuevo aeropuerto para Sevilla, o de que se estrenara un puente levadizo sobre el río en San Juan de Aznalfarache o de que se aprobasen obras complementarias para ampliar la dársena. O de que a principios de abril el cardenal Ilundain bendijera la nueva iglesia del Corpus Christi, recientemente construida en la Avenida de la Palmera.
Las cofradías, por su parte, seguían firmes en su idea de no sacar los pasos a la calle. Ni siquiera cupo la controversia por más que algunos periódicos cercanos a la República airearan el profundo daño que esto le hacía a la ciudad. 
Así, por ejemplo, el 2 de abril de 1933 publicó el diario Ahora (del que era subdirector, aunque haciendo las veces de director, el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales) que la suspensión de la Semana Santa le costaría a Sevilla más de 35 millones de pesetas, destacando asimismo el profundo perjuicio que esto le causaría a la pequeña industria.
Pero nada modificó el pensamiento de las cofradías. Eso sí, el 27 de marzo se publicó en algunos periódicos que las Hermandades sevillanas tenían previsto distribuir importantes limosnas entre los más necesitados durante la próxima Semana Santa y que para engrosar la suscripción había hecho un donativo de quinientas pesetas el mismo cardenal Ilundain, quien a través de una pastoral elogió el propósito de las Hermandades.
(Continuará)