HISTORIA / Antonio Benítez, el mejor fichaje de invierno

Por Manolo Rodríguez

 

En el fútbol moderno el mes de enero se ha convertido en un apasionante trasiego de compras, ventas y préstamos por meses o años. De futbolistas, claro. Un tiempo abierto a que los jugadores puedan cambiar de camiseta y a que los clubes intenten tapar las vías de agua que se les han ido abriendo durante la primera mitad de la competición.

 Algo que, en puridad, ha ocurrido desde que el mundo es mundo, sólo que antes no existía esa reglamentación tan precisa que rige en la actualidad. Esa normativa que ahora llamamos coloquialmente como "ventana" o "mercado" de invierno y que se prolonga durante 31 eternos días de enero.

 En otras épocas, era posible fichar en cualquier momento del año y la única limitación venía determinada por el hecho de que el futbolista traspasado o cedido no pudiera jugar una misma competición con dos equipos diferentes. Una salvedad que ahora sí que es posible eludir en enero.

 Como parece lógico, y salvo en las vísperas de las rondas finales del torneo de Copa (que antiguamente se jugaban al concluir la Liga), la mayor parte de estas transferencias se realizaban cuando el torneo liguero llegaba a su ecuador. En ese momento, los equipos ya conocían de sobra sus carencias o consideraban que había llegado el momento de apostar con fuerza por sus ambiciones. Y por ello, intentaban reforzarse del mejor modo que permitían sus economías.

En la historia del Real Betis hay muy distintos ejemplos de esto que contamos. Sin afán de ser exhaustivos, se puede recordar que Sabino Barinaga debutó con el camisolín verdiblanco el 20 de diciembre de 1953, convirtiéndose desde ese momento en piedra angular y definitiva para consolidar esa temporada el ascenso a Segunda.

 

También con la campaña iniciada ficharon por el Betis en años posteriores jugadores después tan importantes como Heliodoro Castaño, Andrés Bosch o Eduardo Anzarda, aunque no todas estas inclusiones se produjeran en el tiempo que hoy definiríamos como "mercado de invierno".

 Entre diciembre, enero y febrero sí que llegaron al Betis en la década de los 90 diversos futbolistas venidos para mejorar el rendimiento del equipo en la segunda vuelta. Entre ellos, podríamos citar, entre otros, al búlgaro Trifón Ivanov, a los checos Bilek y Kukleta, a los entonces rusos Neyman, Kobelev y Kasumov o al sueco Ekström.

 Más llamativo resultó a principios del siglo XXI el caso de Denilson de Oliveira, quien fuera cedido al Sao Paulo en el verano de 2000, pero de donde retornó en el mes de diciembre de ese mismo año para erigirse en el gran fichaje del invierno y colaborar en el deseado ascenso a la máxima categoría. 

 Desde esa fecha, han desfilado por Heliópolis otros muchos futbolistas contratados en enero, aunque no todos dejaran huella. Algunos, como Ricardo Oliveira y Rubén Castro, trajeron felices recuerdos de reencuentro, mientras que los casos de Dorlán Pabón, Alfred N'Diaye, Antonio Adán, Marc Bartra o Loren siguen destacando positivamente por su notable aportación a la causa bética.

 Pero dicho todo esto, ninguno de los jugadores que debutaron con la camiseta verdiblanca cuando ya se jugaba la segunda vuelta ha tenido la importancia y la grandeza que tuvo Antonio Benítez Fernández, uno de los futbolistas más imponentes en la historia moderna del Real Betis.

 Un genio nacido en Jerez que maravillaba a los aficionados por su técnica, por sus regates, por su infinita calidad y por su poderosa condición física. Un ilustre representante de la legendaria generación que ganó la I Copa del Rey de 1977 y quien vistiera la camiseta verdiblanca durante 14 temporadas.

Capitán en muchas ocasiones, su clase, desborde y polivalencia le permitieron actuar en muy distintas posiciones del campo. Un prodigio que golpeaba el balón igual de bien con ambas piernas y que llegó a ser internacional con la selección española jugando como extremo y como lateral.

 Junto a todo esto, fue un espíritu libre al que jamás pudieron encasillar las leyes del fútbol. Un artista que lo mismo provocaba amor que odio, arrebato que fracaso, pasión que rechazo. Un grandísimo futbolista que quizá pudo haber llegado mucho más lejos de lo que llegó. Pero que se quedó donde se quedó. En un recuerdo maravilloso para todos aquellos que alguna vez creyeron estar viendo el mayor espectáculo del mundo o el ridículo más espantoso que se conoce.

 

Antonio Benítez fichó por el Real Betis en febrero de 1970, cuando apenas tenía 18 años. Pero ya era un talento que lideraba la selección juvenil andaluza y deslumbraba en el Xerez Deportivo desde que cumplió los 15. Lo querían muchos equipos y cerca estuvo de haber ido al Real Madrid. Pero aquel acuerdo no se cerró y lo trajo a Heliópolis José María de la Concha a cambio de tres millones de pesetas que incluían todos los conceptos.

 

Debutó como extremo izquierdo en Málaga en la jornada 24 y desde entonces ya fue titular hasta que acabó la temporada. No dejó de jugar ni un solo minuto.

 

Sin embargo, su gran salto llegó en la campaña siguiente, la 70-71, cuando fue convocado para la selección española sin haber cumplido todavía los 20 años y estando el Real Betis en Segunda. Se erigió en pieza fundamental para el ascenso a la máxima categoría y ya fue para siempre un fijo en las alineaciones y un referente para el beticismo.

Su debut con el equipo nacional se produjo el 12 de octubre de 1974 en Buenos Aires, en un amistoso contra Argentina disputado en el Monumental de River. Salió de extremo derecho y fue sustituido en el minuto 68 por Juan Antonio García Soriano, años más tarde su compañero en el Real Betis, que entonces militaba en el Real Murcia.

Con la llegada de Rafael Iriondo al banquillo verdiblanco, Antonio Benítez comenzó a jugar como lateral en ambos costados, posición en la que volvió a ser internacional en un par de ocasiones más en el año 1977.

En la mitificada final de Copa ante el Athletic de Bilbao jugó gran parte del encuentro como centrocampista, posición que también le fue común en muchas ocasiones, y lo concluyó como lateral izquierdo. Fue, posiblemente, el mejor futbolista del Betis esa noche, aunque lamentó eternamente el error de aquella cesión a Esnaola que le costó a los verdiblancos el segundo gol vasco.

Por ello, fue el único de los jugadores béticos que no intervino en la tanda de penaltis. Se negó en redondo a disparar y llegó a confesar que: "Tal como yo estaba de ánimo en aquel momento no la hubiera metido ni en una portería de rugby".

Defendió la camiseta verdiblanca durante 14 temporadas, vivió ascensos y descensos, participó en competiciones europeas y disputó 366 partidos oficiales (303 de Liga; 59 de la Copa del Rey y 4 de la Recopa de Europa) marcando 29 goles.

 

Antonio Benítez falleció el 19 de febrero de 2014 tras una penosa enfermedad. Un hachazo cruel que provocó una enorme manifestación de duelo entre la afición bética y que hundió en el desconsuelo a sus familiares y a los compañeros que compartieron su talento futbolístico, su gracia desbordante y sus sentencias lapidarias.

 

Se fue demasiado pronto, con 62 años, pero el sabor de las cosas que hizo en Heliópolis sigue firmemente presente en las viejas y las nuevas tribunas del estadio. Como en una evocación perpetua de quien llevó a la espalda todos los números y fue, sin duda, el mejor fichaje de invierno que haya hecho jamás el Betis.

 Seguramente, porque el arte se vive cada vez que se recuerda. No se olvida nunca.